Durante un periodo largo de vacaciones como el que acabamos de atravesar, muchos padres pasan más tiempo con sus hijos adolescentes y vigilan su tiempo frente a la pantalla con la esperanza de que salgan al aire libre. Estarán atentos a un tipo de comportamiento en particular: el tiempo que pasan haciendo scroll o escroleando.
En particular, el doomscrolling, que consiste en desplazarse de forma interminable por la pantalla de un teléfono, ordenador o tableta, se ha extendido sobre todo desde la crisis de covid-19 y plantea importantes problemas de salud. Al procesar demasiada información, quienes practican esta actividad corren el riesgo de sufrir ansiedad y sobrecarga cognitiva.
Mi investigación, sin embargo, nos da motivos para el optimismo. Encuestando a 252 jóvenes de entre 11 y 19 años, descubrí que los adolescentes tienen más de un truco en la manga para evitar la tentación online.
Un fenómeno socialmente compartido
Antes de referirnos a ellos, hay que advertir que el doomscrolling no es en absoluto un fenómeno generacional. Como usuarios de internet, todos estamos expuestos a las estrategias puestas en marcha por las plataformas para incitarnos a permanecer conectados el mayor tiempo posible.
La industria de captar la atención nos afecta a todos, sea cual sea nuestra edad o condición, desde el momento en que empezamos a utilizar dispositivos conectados. De hecho, muchos adolescentes señalan el uso poco ejemplar que hacen los adultos de los smartphones, como Nicolas, de 14 años:
“Mi padrastro pasa una cantidad increíble de tiempo en Facebook y luego me dice ‘Eh, tómatelo con calma con Snapchat, Nico’”.
Lucy, de 16 años, sabe muy bien que la sociedad conectada en la que vivimos convierte los teléfonos inteligentes en objetos cotidianos esenciales en los ámbitos profesional, académico o personal. Pide a los adultos que sean más conscientes de sí mismos:
“No soy sólo yo, o los jóvenes, los que tenemos que parar con esto, los padres no son mejores y no pueden controlar las cosas mejor que nosotros”.
Entre la culpa y las estrategias de afrontamiento
Los móviles ocupan un lugar destacado en la vida digital de los adolescentes. Estos dispositivos satisfacen ciertas necesidades sociales, así como muchas necesidades informativas, en relación con noticias o temas relacionados con sus intereses o actividades escolares.
Cuando escucho a los adolescentes hablar de su relación con sus teléfonos, me sorprende la culpa que emana de sus conversaciones. Por ejemplo, Ambre, de 17 años, confiesa:
“A veces te sientes mal contigo mismo, porque te destroza el sueño, el tiempo en familia y el tiempo que deberías dedicar a hacer deberes o cosas al aire libre”.
Sin embargo, Melvin señala:
“El tiempo que pasas [en el teléfono] te pone muy ansioso, pero también es complicado porque tampoco puedes aislarte del mundo. Necesitas un equilibrio, ¿sabes?”.
Los adolescentes buscan ese equilibrio, desplegando diversas estrategias para intentar controlar su tiempo, sus aficiones y también su autoestima: “Cuando pierdo el tiempo así, me siento fatal”, dice Romane, de 17 años.
La más común de estas estrategias consiste en activar los modos “avión” o “no molestar” en el teléfono, con la esperanza de mejorar la concentración en una tarea. Algunas personas toman decisiones más radicales, consistentes en no instalar una aplicación que han identificado como potencialmente problemática para ellos. Es el caso de Geoffrey, de 17 años, que ha “optado por no descargar TikTok precisamente porque requiere demasiado tiempo”.
Otra estrategia frecuente consiste en desinstalar temporalmente una aplicación “el tiempo suficiente para que disminuya la tensión” ante la avalancha de notificaciones, señala Juliette, de 17 años. Esta estrategia la adoptan sobre todo los estudiantes de secundaria, ya sea durante periodos intensos de repaso o cuando sufren una sobrecarga de información:
“A veces, lo noto, me siento oprimida por ello y no puedo más, así que desinstalo la aplicación. Inmediatamente me siento mejor y como si la presión hubiera desaparecido, y cuando siento que me he calmado un poco, por así decirlo, vuelvo a instalar la app. No puedo dejar de usarla, no es posible, la necesito, me gusta, aprendo cosas con ella, también sigo las noticias con ella”.
Apolline, 16 años.
La educación, el mejor enemigo del doomscrolling
Estas entrevistas plantean la cuestión de cómo los adultos pueden apoyar a los adolescentes en sus esfuerzos por evitar la sobrecarga de información.
Ciertamente, la idea de imponer un control estricto es ilusoria, e incluso contraproducente, ya que sólo generaría frustración. Además, una medida de este tipo no capacita ni inculca el sentido de la responsabilidad en los adolescentes. Afrontar este problema requiere una respuesta educativa a varios niveles.
En primer lugar, parece esencial considerar esta cuestión como lo que es: un problema socialmente compartido que hace que todo el mundo busque consejos para no perderse en la corriente. Para fomentar la concentración, lo mejor es desactivar el mayor número posible de notificaciones de las aplicaciones que más tiempo consumen. Además, el exceso de todo acaba anulando el placer que uno puede obtener de las aplicaciones o plataformas individualmente: cuanto más controle el tiempo que pasa conectado, más lo disfrutará.
Dicho esto, para entender qué nos lleva al doomscrolling, necesitamos aprender sobre la dinámica de la economía de la atención, y comprender en detalle los procesos que nos atraviesan cuando nos enfrentamos a las estrategias implementadas por las industrias digitales (patrón oscuro, diseño emocional), en particular.
Los gobiernos también deberían intervenir. Por ejemplo, la Ley de Mercados Digitales de la UE es un buen paso en la dirección correcta para proteger a los usuarios de internet y proporcionar un contrapeso al poder económico e industrial de las plataformas.
Dada su importancia casi existencial en el verdadero sentido de la palabra, deberíamos dotar a nuestros jóvenes de competencias mediáticas, incluidas estrategias sobre cómo hacer frente a la sobrecarga de información. Todos los adolescentes hablan de sus dificultades para hacer frente a esta sobrecarga de información y a los procesos que conlleva su captación, pero también, y sobre todo, hablan de su deseo de compartir tiempo de calidad con los demás, incluidas sus familias.
Los adolescentes me han hablado de su deseo de estar informados y capacitados para actuar en relación al mundo que les rodea. Así que sólo podemos recomendarles y recomendarnos que se suscriban a “medios positivos” cuya misión es informarnos con noticias felices. No sólo podemos alimentar los algoritmos de otra manera imponiéndoles otro mundo deseado, el nuestro, sino que también podemos compartir información que nos haga sentir bien y enriquezca la interacción social.
Por último, la ralentización frente a la aceleración es una cuestión política de primer orden. Porque ralentizar significa tomarse tiempo para reflexionar y madurar nuestros pensamientos. Una cualidad cívica. Y eso podría significar incluso hacer scrolling juntos.
Anne Cordier, Professeure des Universités en Sciences de l’Information et de la Communication, Université de Lorraine
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.