Hace unos días una nota web de la Radio Nacional produjo una cantidad de opiniones de rechazo en las redes sociales. Se titulaba: “Estudiantes fabrican bisutería con hormigas arrieras y picudos”.
La información, promovida por la radio pública, se refería a una escuela rural de San José en Caldas (otra entidad pública), donde se enseña “cómo controlar las plagas realizando aretes, collares y manillas”, y se calificaba a esa actividad como “ingenio Infantil” y una contribución al medio ambiente. Los insectos que aparecían en los pequeños cultivos de cebolla, cilantro, tomate y fresas les generaban a los escolares un dilema: la polinización de los insectos o la acción de los insecticidas.
De esa preocupación partió un proyecto educativo y científico del programa Ondas en Caldas, que forma parte del Ministerio de Ciencia. Se inició con un inventario de las especies que los niños se encuentran en el trayecto entre su casa y la escuela y el proceso que sigue fue expuesto en la nota informativa, así:
“Primero de manera manual agarran a los picudos y hormigas. Luego, los meten en una botella de vidrio y allí los duermen con removedor de esmalte. Cuando mueren, los ponen sobre un icopor y moldean sus estructuras con alfileres. Finalmente ponen la resina en moldes, ponen las plagas y más resina sobre la superficie y el último paso es cristalizar. En realidad, no es un proceso dispendioso, disfrutamos mucho aprendiendo y a la vez explotando nuestra creatividad”.
Lo que sigue es el mercadeo de las artesanías que califican como el paso más emocionante del emprendimiento escolar, que “crea bisutería del campo para el mundo”.
Toda esta información generó de inmediato una oleada de rechazo en las redes sociales. ¿Por qué? ¿Qué fibras de las audiencias tocó la información producida por una escuela local?
Nada menos que un tema que se ha convertido en un asunto central sobre el que reflexionan desde organizaciones de defensa de los animales, hasta filósofos de la ética y personas común y corrientes: la crueldad ejercida contra los animales, sus derechos, el trato que deben recibir por parte de los seres humanos, los límites que se deben respetar.
El listado de las ofensas que sufren los animales en el mundo es cada día más grande: uso para elaborar cosméticos, prácticas indebidas del negocio de las pieles, granjas en condiciones altamente constrictivas, utilización en la investigación científica, corridas de toros, tratamiento indigno de mascotas y muchas más.
En un recorrido rápido que hice por un periódico nacional, me encontré con varias noticias que denunciaban penosas realidades de vida de animales: perros indefensos abandonados, un cocodrilo con su hocico cerrado a la fuerza durante meses, una jirafa muerta en su cautiverio.
Uno de los pensadores más reconocidos en este tema, el australiano Peter Singer, ha escrito que, aunque ha habido modestas ganancias en la defensa de los animales, “La abrumadora mayoría de esos animales criados industrialmente viven hoy sus vidas completamente puertas adentro, sin conocer jamás el aire fresco, la luz del sol o la hierba hasta que son arrastrados al matadero…. En síntesis, la conclusión que hasta ahora puede extraerse indica que como especie somos capaces de una preocupación altruista por otros seres, pero la información incompleta, los intereses poderosos y un deseo de no conocer ciertos hechos perturbadores, han limitado las ganancias obtenidas por el movimiento por los animales.”
La nota analizada presentaba varios asuntos muy problemáticos: ocurría en una escuela con la participación de niños, niñas y maestra, se infringía sufrimiento a animales como hormigas y picudos a quienes además se asociaba con “plagas”, se utilizaban procedimientos dolorosos con los animales dentro de una actividad aparentemente pedagógica, se vinculaba la criticable práctica con el ingenio y el emprendimiento y todo formaba parte del programa de una entidad pública como el Ministerio de Ciencia.
En un país en el que se han vivido décadas de sufrimiento de seres humanos, actos de barbarie promovidos por diferentes tipos de victimarios, enormes desplazamientos internos que intentaban romper los lazos del arraigo, desaparición forzada de personas, la radio pública debe tener claridad sobre la significación de todo este dolor y sus implicaciones en la vida de la sociedad y de las personas. Mucho más si están involucrados niños y niñas, la escuela y los procesos pedagógicos.
Pero, además, la comunidad se debe abrir a ampliar la conciencia y las responsabilidades sobre el maltrato de los animales y la oposición a toda práctica que provoque sufrimiento en ellos.
Si bien la nota periodística probablemente no tuvo una intención explícita de hacer daño, si mostró una preocupante falta de visión y un desconocimiento de los problemas sociales y éticos que estaban en juego en la información que ofreció a lectores y oyentes.
No estoy de acuerdo con señalar a la escuela y menos a los niños y a la maestra. Con lo que si estoy de acuerdo es con el valor de la compasión, con la importancia de promover una información que ayude a pensar críticamente en lo que hacemos y a promover acciones positivas en defensa de los derechos, en este caso de los animales.
No es transformándolos en bisutería como nos volvemos más humanos. Es reconociendo y respetando sus derechos, empezando por los de nuestros congéneres humanos. Y a ello deben contribuir los maestros, la escuela, el Ministerio de Ciencia y la información especialmente si proviene de un medio público.