Es sábado, son cerca de las 3:00 p.m. en Juanchaco, zona rural de Buenaventura. Como de costumbre se observan niños corriendo en la arena, mientras otros juegan fútbol con arcos inventados de botellas tipo PET, los cuales simulan los postes verticales donde se han de anotar los goles. Aun costado, aprovechando la bajada de la marea y el riachuelo que deja su salida de la costa, están Michael y Braian ambos de 11 años, jugando en dicho riachuelo, provistos de trozos de PVC restante de algún cielo falso perteneciente a los hoteles de la zona y que ellos con su imaginación han convertido en verdaderas tablas de surf.
Como los trozos de PVC que usan Braian y Michael, miles de residuos plásticos se esparcen por las playas, manglares e islotes de Juanchaco y Ladrilleros. “Las corrientes de agua son muy fuertes y traen el plástico, ustedes ven el plástico en la playa y de pronto dirán, los nativos somos cochinos. ¡No! llega”, es la enfática respuesta de don Enrique Guapi, un líder comunitario de Juanchaco, consciente de los retos que afronta la comunidad respecto a este visitante inesperado.
Y es que la problemática que afrontan Juanchaco y Ladrilleros, se comparte con toda la zona costera de Buenaventura. Según un estudio realizado por investigadores de la Universidad Nacional y publicado el pasado 17 de noviembre en el boletín del Invemar, el aumento en microplásticos en la zona fue de al menos el 114 % entre 2015 y 2019. Una problemática preocupante, teniendo en cuenta que la zona rural de Buenaventura no posee plantas de tratamiento para estos elementos.
“Intentamos identificar de dónde proceden los plásticos presentes en la zona, saber si son elementos de consumo y circulación en las comunidades o si por el contrario provienen de otros lugares”, afirma Sergio Pardo, líder del proyecto Plástico Preciosos Uramba, que busca brindar soluciones parciales a la presencia descontrolada del plástico en la zona.
“Nosotros usamos el cine club como una estrategia para enseñar a los niños sobre el uso responsable del plástico. Ellos pagan la entrada con tapas de botellas tipo PET, lo mismo con las palomitas y limonadas”, nos cuenta Sebastián García, miembro de la iniciativa, mientras tritura centenares de tapas en un proceso mecánico antes de ser transformadas en llaveros, cuadros y otros elementos.
“Nosotros hemos intentado que los turistas colaboren, que el plástico que traigan, se lo lleven. Al menos así nos ayudan a mitigar un poco este flagelo”, acota Enrique Guapi.
Asimismo, Sergio asegura que se ha encontrado plástico con etiquetas en otros idiomas. “Hemos hallado plásticos escritos en lengua oriental y aún no sabemos si vinieron de las islas de plástico en el mar o de barcos mercantiles”, reseña Sergio.
En el mundo se han identificado al menos cinco grandes islas de plásticos, las cuales se han formado debido a las propiedades de flotación de los elementos aunado a las corrientes marítimas, tan solo en el Pacífico hay dos de ellas.
“La comunidad no tiene cómo enfrentar este flagelo o entierran la basura o la queman o la tiran al mar”, indica Sebastián, quien dice llegó a Juanchaco hace poco más de un año, huyendo de las correrías de las grandes ciudades y se ha convertido no solo en miembro de Plástico Precioso Uramba, sino que brinda sus servicios como eléctrico y electrónico.
Turismo, factor que golpea y es golpeado
Anualmente miles de turistas visitan las playas de Juanchaco en busca de las ballenas yubartas, que año tras año llegan a las costas del Pacífico colombiano a dar a luz a sus ballenatos, antes de retornar a sus entornos naturales.
Los turistas, que aportan entre 12 y 15 kilogramos de plástico cada uno en cada visita, también se ven impactados por la presencia de este material en la zona de manglares. “Junto a los guías se ha venido trabajando en la limpieza de los senderos, pero no todos los visitantes se llevan los plásticos que ingresan y eso afecta a la flora y al turismo”, señala Alexander Berrío, guía turístico de la población de Ladrilleros.
Esteban Betancour, biólogo de la Universidad Nacional, especialista en herpetología, asegura que los elementos arrojados “son un problema no solo por cómo se ven, sino porque terminan en los órganos digestivos de animales como las tortugas, las aves y los peces”.
“No podemos tratar todos los tipos de plástico, por ejemplo, los icopores o plásticos especiales, las botellas de tipo PET y el PVC, pero podemos darle una resignificación al plástico como las botellas de aceite para motor, las tapas de las botellas tipo PET, entre otros, darle valor enseñando a los niños y niñas como transformarlo y buscar una solución para la comunidad”, puntualiza Sebastían García.
“De eso se tratan investigaciones como la Pacífico II Bahía Málaga, que a través de estos estudios se provean de herramientas de acción a las personas encargadas de la toma de decisiones a fin de impactar positivamente a estas comunidades”, relata Damían Pardo, asesor en Ecosistemas Estratégicos del Pacífico para la Comisión Colombiana del Océano.
Mientras las soluciones se hacen presentes, mientras las entidades establecen plantas de tratamiento, niños como Michael y como Braian continuarán en las costas del Pacífico transformando los desechos en sueños.