Por: Ana María Lara
Nacidos ambos en una sociedad aún muy patriarcal, marcada por el autoritarismo y la impronta de la Iglesia, estos dos antropólogos se encuentran siendo aún estudiantes para recorrer juntos un camino que los lleva a investigar en las regiones más remotas de Colombia las particularidades de la comunidades mestizas, afro e indígenas, liberándolas de la tradicional mirada exótica.
Ella, nacida en El Socorro (Santander) con 15 hermanos, desde joven descuella como una mujer inquieta y rebelde, gran lectora y curiosa de la naturaleza. Termina su bachillerato en Bogotá y entra a la Escuela Normal Superior, donde el médico José Francisco Socarrás dio un impulso decisivo a la formación integral de los maestros, a través de la investigación y la presencia de destacados científicos extranjeros (Paul Rivet, Ernesto Guhl, entre muchos otros), recibiendo estudiantes hombres y mujeres (novedad revolucionaria). En la Escuela Normal Superior se conocen Virginia y Roberto que participan juntos a salidas de campo (otra novedad revolucionaria).
Su primer trabajo conjunto es sobre La Guajira; Virginia analizando su organización social y Roberto el papal de la magia.
A partir de 1948, la situación del país se complica y reinan la censura y la persecución a los investigadores comprometidos con la realidad nacional. Virginia y Roberto, ya padres de tres hijos se ven obligados a retornar a las casas paternas, pero aparece la posibilidad de realizar estudios de posgrado en Berkeley (Estados unidos).
A su regreso a Colombia, se vinculan a la Universidad Nacional, donde en adelante serán investigadores y docentes. Roberto, además, estuvo vinculado al Instituto de Antropología, del cual llegó a ser director, y se dedicó también al estudio del problema de la vivienda en Colombia.
Trabajan en temas diferentes, pero cada uno es el crítico del otro, en un continuo diálogo.
Entre los múltiples trabajos de Virginia, se destacan sus investigaciones sobre la medicina popular en Colombia, con sus elementos de magia, religión y curanderismo. Pero su obra más reconocida es su investigación sobre la familia en Colombia, donde demuestra que no hay un solo modelo sino múltiples formas de familia según las regiones y sus particularidades económicas, religiosas y culturales. Extensión de esta mirada es su trabajo sobre el gamín y su relación familiar.
La segunda obra conjunta de Virginia y Roberto es “Miscegenación y cultura en la Colombia colonial, 1750-1810”, publicada en 1999. En este trabajo de dos tomos, estudian las relaciones de los diferentes grupos étnicos en aquella época.
Virginia, que inició los estudios de familia en Colombia e hizo visibles a las mujeres del pasado, fue galardonada por varios premios y como la Mujer del año en 1967, es un ejemplo de pensadora que supo combinar su trabajo de investigadora en el terreno con su vida familiar (cuatro hijos), en la que fue constante el apoyo mutuo en lo doméstico y lo académico. Sacaba tiempo para tejer sacos y bufandas para Roberto, su “reicito”. Hoy el auditorio principal del edificio de Postgrados de la Universidad Nacional lleva su nombre y los colombianos, desde 2016, la pueden reconocer en los billetes de 10.000 pesos.