Imagínese usted no ser aceptado, llegar a ser odiado, maltratado y perseguido en el corazón de su hogar, y, para huir de esta realidad, salir a las calles y experimentar la burla, la discriminación, la invisibilización y la negación de sus derechos ciudadanos, y luego encontrarse de frente con paramilitares, ser víctima de abusos sexuales, acceso carnal violento, hostigamiento, violencia física y asesinato.
Todo esto en silencio, bajo la indiferencia de todos y en completa impunidad, porque la sociedad te rechaza, el Estado a través de la Fuerza Pública no te protege y los organismos de investigación no investigan, y, si lo hacen, no se concluye en justicia. Todos los anteriores piensan que probablemente te merecías tu suerte.
Esa fue la rutina diaria de lesbianas, gais, y personas trans en Valledupar durante los años del auge paramilitar que lideraron las Autodefensas Unidas de Colombia, Bloque Mártires del Cesar y otros que se pasearon por estos municipios, corregimientos y veredas, dejando a su paso sangre y dolor. Toda una odisea tomar la decisión de salir del closet y saber que no faltaba nada para entrar a un ataúd. Cruel, ¿no?
Ana María Ferrer Arroyo, excoordinadora en el Caribe de la Comisión de la Verdad y actualmente coordinadora territorial de la Agencia para la Reincorporación y la Normalización, lo explica: “hubo un espacio colectivo de escucha para las personas LGTBIQ+. Creo que de los espacios más fuertes y más duros en los que yo participé, fue este. Son las personas que menos se escuchan en la sociedad y sufren muchas maneras de victimización, no solo por el conflicto armado. Nos dimos cuenta de la crueldad que las lesbianas, los gais, los trans, a todos aquellos con orientación sexualmente diversa, experimentaron. Fueron víctimas de una violencia cruel”.
Estas son historias de hombres y mujeres que lo vivieron en carne propia y que hoy se abren camino en la sociedad.
“Nuestro pensamiento era sobrevivir”
Cuando Beatriz Helena Mejía Vizcaino tenía 22 años le parecía impensable el futuro, pues la violencia en las ciudades se ejercía con particular crueldad sobre las personas LGTBI. Es lesbiana y lo vivió en carne propia. “En esa época estaban las AUC y era quienes nos perseguían. A diferencia de otras ciudades en las cuales ejercían otros grupos armados. Ellos pensaban que éramos una contaminación para la sociedad. Teníamos que reunirnos en unas tres discotecas que existían en esa época, para poder protegernos en grupo. Imagínate la magnitud del peligro que representaba salir de ahí en media noche, madrugada. Ellos nos esperaban afuera”, dice.
Hace más de 20 años, se llevaban en camionetas a hombres gais y mujeres trans, y nunca más los volvían a ver. Beatriz asegura que muchas personas desaparecieron, incluso luego de la desmovilización paramilitar, pues aparecieron las Águilas Negras, sujetos armados que ya no amenazaban con panfletos.
“Ellos decían que pertenecían a grupos que no se desmovilizaron, entonces nos amenazaban personalmente. La Policía y el Ejército lo que decían era que esos grupos no existían, y listo”, agregó Beatriz.
En la actualidad, Beatriz es asesora jurídica de la corporación Caribe Afirmativo, una organización que tiene 15 años de existencia dedicados a la defensa de los derechos humanos de la población sexualmente diversa entre otros. Su tarea hoy es acompañar a la población que necesita ayuda y recomponer en el presente lo que fue destruido a lo largo de la historia.
Un gay de antaño que sobrevivió al ‘Escuadrón del amor’
Luis Eduardo Gutiérrez tiene 78 años, es quizá uno de los pocos gais que tiene esa edad. Todavía lo conocen como ‘Valle 13’ porque era mesero de un prestigioso restaurante por el que pasaron famosos en el centro de Valledupar.
“Éramos asediados, perseguidos por esta gente tan atrasada. Para poder entrar a los teatros, a las salas de cine, teníamos que esperar que se apagaran las luces. Y para salir, había que esperar que saliera la pantalla oscura y las letras ‘fin’”.
Existía en Valledupar en aquellos tiempos el tristemente célebre ‘Escuadrón del amor’, hombres que en una camioneta raptaban, golpeaban, violaban y algunos aseguran que asesinaban a parejas que encontraran en lugares apartados y homosexuales vagando en la noche. La leyenda urbana de los 70 y 80 dice que este grupo de criminales era integrado por hombres de la alta sociedad vallenata, hijos de personalidades, incluso gobernantes. ‘Valle 13’ se salvó.
“Aquí mismo nos destrozaban, eran hijos de papi y mami. Encontraban personas y se las llevaban, les daban una muerte cruel a los homosexuales. Yo llegué a esta edad porque desconfiaba y nunca me dejé agarrar”, explica.
Tiene un disparo en la parte trasera del muslo izquierdo. Ahí tiene la bala todavía. Es un terrible recuerdo de aquellos años en los que ser gay y demostrarlo era un peligro de muerte. “Estaba en la calle 17, era temprano, en la whiskería Guatapurí. Él me disparó por nada, me fracturó el fémur”, agrega, pero no entra en detalles. El hombre que le disparó, un homofóbico de la época, vive todavía.
Sobrevivió a las ‘barridas’ de la Policía de la época, que se llevaba para el comando a los gais, de día o de noche, pues su presencia no era bien vista en la sociedad. “En el comando frente al Colegio Loperena nos ponían a hacer aseo, nos ponían a lavar los baños y ese era el castigo antes de dejarnos en libertad”, concluye.
“Ordenaron mi muerte”
En el corregimiento de Los Corazones, a media hora de Valledupar, se instalaron algunos comandantes de las Autodefensas Unidas de Colombia y cercanos al Bloque Norte. Allí se encuentra Eduardo Martínez Díaz, a quien todos conocen como ‘Pinina’, un apodo que se ganó por su estatura y el cariño de sus allegados.
Sobrevivió a la violencia en su hogar. Esa violencia de aquellos que sentían que, si alguien era gay, entonces era ladrón. Personas como ‘Pinina’ tuvieron que vivir como nómadas, buscando lugares menos prejuiciosos, sobreviviendo en medio de los estereotipos. Por eso hoy es peluquero, y no hubo más que eso para él.
“Los paramilitares llegaron, hicieron una reunión y dijeron que las calles tenían que estar limpias, nos pusieron a barrer desde la entrada hasta el pueblo. Talvez fue en el año 2000. El comandante era ‘El paisa’. Nos llenamos de nervios porque nos decían que ellos no gustaban de los gais”, expresó ‘Pinina’.
Un paramilitar que vivía en Los Corazones lo llevó a una finca cerca de Badillo por orden del comandante para que motilara a los ‘paracos’, como se les conocía. Motiló a 15, no le pagaron. Y era el inicio del ‘gobierno’ de las AUC para él.
“Hicieron otra reunión en el colegio del pueblo, un comandante al que le decían ‘Bebé’, que murió luego en un accidente de tránsito. Él me llamó, en privado me dijo que me tenía una mala noticia, que a mí me mandaron a matar y quien lo ordenó fue un familiar”, manifiesta entre lágrimas.
Ese día le dieron la noticia y el comandante siguió en sus reuniones. Su muerte estaba decidida y se la comunicaron como cualquier orden administrativa, fría, sin ninguna emoción, y, además, no le dijeron cuándo se cumpliría.
“En medio de un descuido de ellos me salí de la reunión. El mundo se me vino encima. No salía, no dormía, y entonces decidí irme para Valledupar porque estaba amenazado. Me fui una madrugada, escondido en un camión”, dice.
Valledupar nunca fue una ciudad fácil para la comunidad LGTBI. La capital del Cesar es un territorio de mitos y leyendas, pero no solamente sobre su fundación, sus rituales sagrados, sus etnias y su música.
Los homosexuales no fueron bien recibidos y no recibieron ningún respaldo cuando los grupos armados los hicieron ‘objetivo militar’. Sobre ellos se tejieron todos los prejuicios, los imaginarios, todos negativos, y nadie les apoyó, nadie habló por ellos, así que se adaptaron en silencio, con la noche como cómplice, sin espacios para el amor público ni mucho menos el amor furtivo.
Hoy la ciudad es menos violenta, parece que el futuro es menos incierto. Beatriz Helena Mejía Vizcaino es una abogada y defensora de derechos humanos que lidera procesos en beneficio de su comunidad y de todo aquel que necesite ayuda.
Luis Eduardo Gutiérrez, a sus 78 años, ya no le teme a nada, y en los comedores del adulto mayor de Valledupar, en donde se alimenta, nadie le reprocha su orientación sexual, la cual muestra con orgullo. Eduardo ‘Pinina’, a sus 47 años, corta el cabello de cualquiera que lo visita en Los Corazones, corregimiento que aterrorizaron los paramilitares. Presta un servicio a la sociedad que lo excluyó y lo maltrató. La historia no se debe repetir.