Teresita Gómez: “escuchaba a las niñas que tocaban de día y por la noche repetía lo que ellas hacían
Hay una conexión vital entre dos de los artistas colombianos esenciales, Luis A. Calvo y Teresita Gómez: el primero compuso Intermezzo No. 2, “Lejano Azul”’; la segunda, lo interpretó en los grandes escenarios de Europa cuando fue agregada cultural en Berlín. Parece que las obras del maestro Luis A. Calvo cobraran vida en las manos de Teresita Gómez. Los dos, sin conocerse, tejen los hilos de la música clásica en Colombia.
La historia de Teresita es única en el universo musical colombiano: creció en el Palacio de Bellas Artes de Medellín, sus padres adoptivos eran los porteros del edificio, y desde pequeña estuvo rodeada de música, pintura y teatro.
Para Juancho Valencia, director de Puerto Candelaria, “Teresita tiene un papel muy importante en el piano clásico de Colombia. Su virtuosismo en el piano clásico y en la música occidental le permitió, de alguna manera, elevar la música colombiana al mismo nivel. Me refiero a la música clásica colombiana para piano: los compositores clásicos del piano que hicieron bambucos, pasillos, guabinas en versiones para piano... Digamos que Teresita los elevó al mismo nivel que los grandes de la música europea. Hay un símbolo muy poderoso ahí, porque ella podía tocar igual una sonata de Beethoven y después continuar con una pieza de Jorge Marín Vieco o algún compositor parecido, entonces nosotros, como estudiantes, nos encontramos con que eso era posible, que las dos músicas podían coexistir y que se les podía dar el mismo reconocimiento”.
Para César López, pianista colombiano, “Teresita es un tipo de artista que, además de tener inmenso valor en lo musical, simboliza una gran cantidad de cosas en lo social que a la luz del mundo de hoy, de la Colombia de hoy, ha despertado su gran valor. Los artistas transforman su época y los artistas cambian la forma en la que dichas épocas son medidas o leídas: eso nos pasa cuando la oímos, cuando miramos hacia atrás y vemos esa sociedad tan machista, tan excluyente, en la que ella se abrió paso. Hoy nos parece una situación absurda, pero es por esa misma razón que redescubrimos su gran valor y, además, es un ser humano que, si tú le quitas el piano, sigue siendo valioso y bellísimo”.
Recordamos con Teresita algunos de los momentos más importantes de su vida.
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¿Quién fue Don Valerio Gómez?
Mi papá adoptivo, Valerio Gómez, fue un ser excepcional. Él trabajó para el Instituto de Bellas Artes de Medellín – en ese entonces le decían el Palacio de Bellas Artes- durante 35, 40 años. Era el empleado de confianza. No solo fue el portero: él se entendía con las matrículas de los alumnos, tenía acceso a la caja fuerte, era el único que tenía la clave…Un empleado de confianza. Era un señor muy elegante, de corbata, vestido de paño, siempre salía con su sombrero. En esa época se usaba el sombrero. Yo nací en el 43, estamos hablando de esa década de los 40… Era un señor muy elegante. Realmente mi papá fue mi cómplice, una persona muy amorosa y muy abierta al arte: le gustaba mucho la música, la pintura, y todos los profesores y madres de las niñas lo querían mucho. Fue mi cómplice, pues yo empecé toda esta odisea de tocar piano, como ya lo saben todos, al escondido, siempre con mi papá al lado, guardando el secreto, pero dejándome que yo también investigara ese mundo sonoro. Yo lo acompañaba a cerrar el edificio y cada noche era un goce muy grande para mí porque tenía acceso a un piano, entonces yo trataba de escuchar a las niñas que tocaban de día y por la noche tratar de repetir lo que ellas hacían. Al año de esta gran aventura, me aprendí dos piececitas que las niñas hacían… Y ese fue mi papá, un ser muy bello. Mi papá fue condecorado por la Sociedad de Mejores Pública como un trabajador excepcional.
¿Y quién fue Teresa Arteaga?
Mi madre fue un ser muy amoroso, era muy querida. Era una mujer muy bella, muy elegante. Ellos eran de Marinilla-Antioquia y sufrió un poco porque pensaba que a mi papá lo iban a regañar porque yo estaba tocando los pianos, pero cuando me vio por primera vez tocar las dos primeras piececitas, eso fue para ella como un sueño. Ella se asustó mucho, me cuidó mucho: no me dejaba hacer oficio para que no se me dañarán las manos. Una madre cuidadosa, amorosa, estaba pendiente de que yo estuviera muy bien, muy bien arreglada, pues yo me mantenía en Bellas Artes y la casa nuestra estaba dentro del Palacio de Bellas Artes.
¿Cómo fue crecer en un palacio? ¿Qué recuerdos tiene del Palacio de Bellas Artes de Medellín?
Crecer en un palacio es una maravilla porque yo tenía acceso a todo: tenía acceso a los pianos, a todo lo que se movía en el arte, la pintura, la escultura, el ballet, el teatro, todo lo que a mí me interesaba estaba ahí. Yo estaba muy atenta a las clases de ballet, a las de teatro con Fausto Cabrera y todos los pintores de la época, como Rafael Sáenz, y a todos los pianos, y música todo el día. Eso para mí fue maravilloso.
¿Qué recuerda de Débora Arango y de su paso por el Palacio de Bellas Artes en Medellín y – no solamente de ella sino- de otros artistas rebeldes?
Yo la recuerdo de niña. Ella fue la primera que me dio un método de piano. A mí me parecía como una monja, muy sencilla, muy parca y, sin embargo, conmigo era muy querida. Ella me apoyó, después no la volví a ver. La vi hasta mis 8, 9 años. Tuve mucho contacto con Rafael Sáenz, con Emilio Botero, con Augusto Rendón, con el maestro Callejas. Yo fui modelo de pintura pequeña, y hay algunas acuarelas mías en Bellas Artes.
Hablando de rebeldía, no sé si usted se considera una mujer rebelde, sin duda es pionera, pero, ¿cómo fue separarse?, ¿Cómo fue afrontar un divorcio en la Medellín de esa época?
Yo no sé si lo mío fue una rebeldía, simplemente, yo tenía que tomar ciertas determinaciones, como muy sola. A mis padres les tocó ver la separación de mi primer matrimonio y eso les dio muy duro, que fue con Jaime Moreno, él fue flautista de la Filarmónica. Siempre fui muy lectora: yo a los 18 años ya había leído a Simone de Beauvoir, y para el Medellín de entonces eso era bastante pesado. Después me fui para Bogotá y las cosas cambiaron un poco. Además en ese tiempo me tocó todo el nadaismo, y yo siempre seguía a mi corazón y yo no podía seguir casada si las cosas no funcionaban. La relación se lleva hasta que eso se rompe. El amor se evapora, el amor se va, no hay nada que hacer, el amor no se devuelve jamás. El amor se va, entonces vivir sin amor por un compromiso social, esas cosas nunca fueron conmigo.
¿Cómo llegan las composiciones de Luis A. Calvo y Adolfo Mejía a su vida? ¿Por qué cree usted que esas piezas cobran nueva en sus manos? ¿Qué siente cuándo las interpreta? ¿Cómo las hace suyas?
A Luis A. Calvo, al maestro Vieco y a muchos los conocí desde niña. Me tocaba mucho escuchar en Bellas Artes al Dueto de Antaño, a todos esos maravillosos dúos. En esa época se escuchaba al maestro Calvo, y el maestro Vieco le hizo una composición: “Las noches de Agua de Dios”, que yo toco, una transcripción de Córdoba. De esa obra, siempre me impresionaron mucho los leprosos. En esa época pasaban a recoger ropita para Agua de Dios. Después cuando ya pude tener las partituras de él, empecé a tocarlas y además las siento mucho: hay algo que me toca mucho de ese compositor, esa es la verdad.
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Teresita, por su espíritu intuyo que no le gusta hablar de cosas negativas o tristes, pero ¿llegó a sentirse discriminada?
Cuando uno nace negro, uno no se da cuenta que eso produce algo no grato en la sociedad. No a toda la sociedad, a un sector de la sociedad. Eso es algo que uno tiene ir aprendiendo: a ser negro. No es fácil. Hay una serie de sinsabores, de cosas que hay que analizar y pasar por encima de eso. Llega un momento en que uno acepta su negritud, aunque hay momentos en que para uno es muy duro ser negro… Pero llega un momento en que uno se acepta como negro: empiezan a cambiar las cosas, empieza uno a ubicarse en el mundo y también a tener ciertas antenas para saber dónde está el racismo. Así como uno tiene que permitir que unas personas piensen diferente políticamente, pues también uno tiene que pensar que hay personas a las que no les gustan los negros, y hay negros que tampoco les gustan los negros y hay blancos que les gustan los negros. A mí me ayudó la música, obviamente, porque entré en un mundo donde ser blanco, negro, pobre no tenía importancia: la música va más allá de todo eso.
¿Cómo fue la experiencia de ser agregada cultural en Alemania? ¿Y cómo este hecho cambia su vida y su rumbo en la música para siempre?
En cuanto a mi viaje a Berlín, el presidente Belisario Betancur, al nombrarme como agregada cultural, me cambió la vida. Hay un antes y un después de Belisario. Eso fue maravilloso, porque yo he sido madre cabeza de familia y pude llevarme a mis tres hijos y pude dar muchos conciertos por Europa, y estudiar, e ir a conciertos y gozar la música de donde se hizo: estar en Viena, y recorrer las calles de Beethoven, donde estuvo Mozart. Para mí [Belisario] fue un ser absolutamente importante, ese fue mi otro padre que me mandó el universo. Fue un viaje maravilloso del cual aprendí muchísimo.
¿Qué siente cuando escucha el piano de Richie Ray?
Yo fui casi fundadora del Goce Pagano en Bogotá. En todo ese tiempo que viví allá, y descubrí a Richie Ray allá, también a Willie Colón, Héctor Lavoe, y poder bailar allá… Porque los negros bailamos, eso hace parte de nuestra vida, de toda esa época. El Goce Pagano fue un punto de convergencia en Bogotá, quedaba en la calle 23 con carrera 13 A, un punto bastante difícil, pero allá llegábamos todos y nunca nos pasó nada. Fue una época en que trabajaba mucho y bailaba mucho.
¿Qué piensa de legado? Una vez usted se vaya, ¿cuál sería su frase o cuáles señalaría como sus logros? ¿Cuál sería su legado para la música en Colombia?
Mi legado…Si la vida mía sirve para que alguien coja fuerza y le meta el hombro a la vida y trate de sortear los obstáculos, trate de no tener miedo, trate de no buscar nada con la música… Es decir, las cosas que a mí me han llegado en la vida, me han llegado sin yo irlas a buscar: nunca tuve un manager, siempre me llamaban para mis conciertos, muy pocas veces y en casos de escasez económica pedía un concierto, pero, de resto, las cosas siempre llegaban. Cuando uno no busca las cosas, las cosas llegan. Yo nunca pensé que iba a llegar a esto, y a ser, entre comillas, “famosa”. Mi legado…Yo quiero morirme con los zapatos puestos y con la música y la meditación, y decirle a los que se quieren meter a hacer música que tengan paciencia, que no busquen ser famosos. Yo hablo de la música del corazón, de la música casi como una religión, diría yo. Yo siempre me acuesto pensando que va a ser mi último día, pero no pienso en legado, no soy tan importante, pero si me preparo todos los días, porque uno sabe cuándo va a ser su último día y hay que estar listo. Hay que pensar en la muerte porque la muerte hace parte de la vida, y si uno no la tiene presente, no es muy bueno. Hay que pensar en ella y saber que alguna vez va a venir por uno. No sé si se trata de estar listo, pero que no lo coja a uno como lo cogió la pandemia, que uno todos los días se acuerde que la muerte. Yo diría que uno todos los días al acostarse debe pensar que es la última noche.
Escuche aquí la conversación de Teresita Gómez con Laura Quiceno, editora web de Radio Nacional.