Ya no queda casi nadie aquí
A veces ya no quiero estar aquí
Me siento solo aquí
En el medio de la fiesta
Quiero estar en dónde nadie me molesta
Quemar mi libreta, soltar mis maletas
Quiero llamar al 7-5-5-0-8-2-2
A ver quién contesta
Fragmento de letra de “René”, Residente.
¿A qué llamamos soledad no deseada? Se trata de un sentimiento subjetivo que se caracteriza por percibir una insuficiente cantidad o insatisfacción de relaciones sociales en el entorno más cercano. Aunque tiende a confundirse con el aislamiento social, son conceptos completamente diferentes: el aislamiento se define por la escasez objetiva de relaciones sociales. De hecho, una persona puede estar en contacto con otras y aun así sentirse sola. Esto es algo muy habitual, por ejemplo, en personas mayores o en jóvenes que restringen o limitan sus relaciones sociales a las que tienen a través de internet.
En la última década, la soledad no deseada ha pasado de ser un problema de investigación a estar presente en la agenda mediática y política. Es ya una evidencia científica que la soledad posee consecuencias negativas en múltiples campos de la salud como los trastornos de alimentación, las enfermedades cardiovasculares, el aumento de la presión sistólica, las alteraciones del sistema inmune, el suicidio, etcétera.
Podemos decir que en nuestro contexto ha alcanzado el rango de problema social. De hecho, en el primer estudio dedicado a los costes de la soledad no deseada promovido por el Observatorio Estatal de la Soledad no Deseada se indica que esta afecta al 13,4 % de la población mayor de 15 años.
Según una investigación realizada por la Universidad Complutense de Madrid y Grupo 5 tras la pandemia, la población que más presentaba el sentimiento de soledad es la que se encontraba en el rango de edad entre 18 y 39 años.
Y en el Estudio sobre juventud y soledad no deseada en España (2023) se expone que el 25,5 % de las personas entre 16 y 29 años se sienten en soledad. Este fenómeno no es pasajero o puntual, ya que aproximadamente la mitad de ellas (45,7 %) llevan sintiéndose solas desde hace más de tres años. En función del sexo, este fenómeno es más frecuente entre las mujeres jóvenes (31,1 %) que entre los hombres de la misma franja de edad (20,2 %).
La forma de afrontar los cambios de la vida
¿Por qué la soledad golpea a la juventud en nuestra sociedad? Los estudios sobre la temática mencionados indican que un factor fundamental se encuentra en la transición a la vida adulta (emanciparse del hogar familiar, conseguir la autonomía económica, encontrar un empleo estable, etc.) y en la manera de afrontar y adaptarse a los cambios en esta etapa.
Dicha transición se puede volver compleja en el contexto actual de precariedad laboral para los y las jóvenes, de dificultades para el acceso a la vivienda y de incertidumbres constantes. Todo ello genera malestares múltiples y de difícil gestión emocional que se pueden agravar si las relaciones sociales son débiles.
No obstante, no toda la juventud posee la misma probabilidad de sentirse sola. Las investigaciones señalan que existen una serie de factores predictores, como el abuso de redes sociales a través de internet, la movilidad geográfica, la intensidad del individualismo, la pérdida de lazos comunitarios y sentido de pertenencia, la percepción de un bajo apoyo familiar o de las amistades, la situación de violencia de género y el acoso escolar y en el propio entorno, entre otros.
El doble filo de las redes sociales
Muchas personas hemos sentido la misma paradoja a la que se enfrenta la juventud: cada vez tenemos más herramientas para la conexión interpersonal pero, al mismo tiempo, cada vez es más habitual sentirse radicalmente solo.
La sociabilidad a través de internet puede, en algunos momentos, ayudar a superar la soledad, pero también se postula como un arma de doble filo ante ella, puesto que su abuso provoca el aislamiento de lo que tenemos alrededor, reduce el número de interacciones presenciales, y genera ansiedad, depresión y baja autoestima.
Por otro lado, la desconexión social enfatiza la disolución de vínculos de confianza y compromiso y la fragilidad de estos, las dificultades de pensar a largo plazo y, así, la generación constante de incertidumbres.
Entre la juventud se ha prestado atención al caso específico de las y los universitarios. La transición a esa etapa supone dejar atrás amistades y familia puede generar una falta de conexiones íntimas con otras personas y, por lo tanto, la dificultad para cubrir las necesidades emocionales.
La literatura especializada indica que la soledad se incrementa en los estudiantes que se encuentran en periodos de transición (primer y último curso) o que viven solos, y si no se encuentra el sentido de pertenencia que se genera en la universidad, los sentimientos de soledad no deseada tienden a incrementarse.
A todo ello tenemos que sumarle el impacto que tuvo la pandemia por la covid-19. De hecho, en este estudio comparativo entre dos transiciones adaptativas, el paso a la universidad y el impacto de la covid-19, se encontró que la soledad emocional se incrementó durante dichos periodos y la social fue mayor durante los años de estudio en la universidad.
Si queremos, como sociedad, limitar la soledad en los jóvenes, tendremos que pensar en posibilitar proyectos vitales estables, recuperar lazos comunitarios y sociales y acabar con la precariedad laboral y de vivienda. En definitiva, trazar transiciones a la adultez desde una mayor seguridad vital, fortaleciendo las relaciones personales y sociales en este camino.
Iria Vázquez Silva, Profesora Ayudante doctora de Sociología, especialista en Estudios de Género, Universidade de Vigo y Santiago Prado Conde, Coordinador académico del grado en Trabajo Social de la Universidad Internacional de La Rioja, UNIR - Universidad Internacional de La Rioja
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.