Hay mujeres que marcan historia con sus ojos, con su forma de ver el mundo, con sus manos, con su forma de moldearlo y sus ideas.
Hoy, 31 de agosto, en El atardecer, visitamos, con la magia de la radio, la exposición de Frida Kahlo, en un pabellón que viste los colores de la artista, aloja su imagen y sostiene en sus cimientos la vida y la obra de una mexicana eterna.
Llegar, era mantenerse fijo en un punto de la imaginación en donde todo es posible. La muerte no es otra cosa que una visita del pasado, y los sentidos son parte crucial del viaje, que aunque su duración es generosa, no alcanza a profundizar del todo el camino que Frida construyó a pies descalzos. Frida Audaz.
La vida y obra fueron esas dos fronteras que radialmente caminamos, minuto a minuto, y desde la locación del evento, recordamos a artistas como Emma Reyes y Frida Kahlo, dos mujeres que se ganaron su inmortalidad a pulso, trazando sobre lienzo en blanco un color por el cual recordarlas, habitando esa idea de que salirse del renglón es en realidad una forma de comenzar a colorear en otro lugar. Y que el tiempo es solo un problema para quien no sabe cómo llenarlo. Frida Creativa.
La idea es una sola: recordar. La obra es un viaje a través de los pensamientos de Frida, del cielo que creó para poder usar sus alas, de la incertidumbre por su amor y de la fuerza de su olvido. De su odio, de su miedo. Fue un caminar por el borde de las páginas de su diario encontrado en donde todo lo que fue Frida Kahlo, más allá de la artista, floreció. Frida inspiradora.
La tela que se ensuciaba con el suelo, la arcilla oscura oculta de las manos que la moldearon, la voz que nadie escuchó, la silueta del vestido, el cóndor que descansa en su frente, el bosque del que regresaron sus labios, las manos que la hicieron artista al estrellar cada cicatriz contra el espejo y Diego. Su romance, su corazón vendado recogido del suelo. Las ruinas donde se esconde de la lluvia. Frida Valiente.
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No son las palabras las que mienten, son los ojos. Y sus ojos no engañaron a nadie, se retrató como quiso, o más bien, como se merecía. La pintura de su rostro, de su accidente, de su paso por todas las facetas del amor y del desamor, del recorrido por la naturaleza y la ciudad.
Al final del trayecto, en donde se podían ver los dibujos de aquel diario de Frida, en donde se mostraron unas fotografías de ella y un video mudo besando la mano de Diego Rivera, era solo un presagio de la obra que estaba por venir. Su voz es un recuerdo de la escena, no uno que guarde el viento, a pesar de que hay algunos registros como supuestos reales, la voz de Frida suena a silencio. Frida Fiel.
El pabellón principal del evento fue la pieza más cautivadora, un tótem se impuso en el centro del salón y a su alrededor olas de luces dilataron el rostro de Frida en los grandes muros que encerraban su recuerdo. La voz era particular, la narración convertía el pabellón en un naufragio de la arena que encerraba el tiempo, y ese río de palabras nos llevaron a través del bordado de su vestido, para escalar por sus manos y descansar sobre su frente. Frida Artista.
La exposición se resumió en la noche, noche como la silueta perdida que caminó por todo el cielo, noche como el silencio necesario para escuchar el viento que invade una confesión. Juegos de luces, juegos de sonidos, una sola obra: la vida de la artista. Frida del mundo.
Así que, desde Radio Nacional, fuimos partícipes de todo lo que fue Frida Kahlo, de recordar la vida de las artistas, aportar a su recuerdo la calidez amplia de extender los brazos y recibirlo; de aprender a escrutar el bosque que habitan las que se fueron y guiadas por la luna que sostiene su cabello, llegar a ser parte de la obra por lo que deja en quien la acoge.
Lo invitamos a que mientras esté vigente, también visite la vida de Frida Kahlo a través de sus propios ojos, en la muestra Frida Kahlo Vida y obra, la exposición inmersiva.