Jhony Alexander Ortiz Alape, un joven de 25 años nacido en Bogotá, pero más pijao que la chicha y el tamal, es el protagonista de esta historia. Su padre inspiró su carrera como artista y sus ancestros marcan sus trazos a la hora de pintar. Jhony, como en el mundo artístico le conocen, es un muralista, tatuador y artista urbano que ha venido rescatando una cultura que, según él, “se pierde cada día por tratar de imitar estereotipos extranjeros, sin identidad de lo que somos”.
“Mi segundo apellido es Alape y he investigado la importancia de mi ascendencia en la etnia pijao”. No es un apellido cualquiera, dice Jhony; “eran grandes y fuertes guerreros que defendieron su territorio, por ello me siento con la responsabilidad de poder rescatar toda esta etnia, esa cultura que se está perdiendo, pues hoy en día las personas quieren imitar a los europeos y norteamericanos”.
Los Natagaimas y los Coyaimas son las tribus sobrevivientes hoy en día del pueblo Pijao, quiere decir que los antiguos habitantes de estos municipios son la más grande población indígena en el Tolima. Esto se debe a que, en el año 1618, tras completar la conquista de estas tierras, la corona española entregó dos títulos coloniales a la etnia Pijao. El primero fue el gran resguardo de Ortega y Chaparral, y el segundo, el resguardo de Natagaima y Coyaima.
Gracias a esto sobreviven algunos apellidos indígenas tolimenses, diferenciales a los apellidos muiscas o de otras etnias en el país, como el Capera, Tique, Cupitra y Cutiva, los cuales como dice Jhony, “son motivo de orgullo por su valor, resistencia y gallardía de los guerreros Caribe”.
Jhony menciona cómo las nuevas generaciones no saben de las artesanías, de la cultura Pijao, ni mucho menos de la chicha. El arte es su herramienta para visibilizar esas costumbres que cada día se pierden en la memoria del presente.
“Los muros pueden llegar a hablar. Quiero poder plasmar a una chichera haciendo su trabajo, moliendo el maíz y preparando esa bebida ancestral, pero no en los pueblos, pues allá lo viven como es el caso de Coyaima, sino llegar a las ciudades donde están los turistas que quiere conocer las grandes estructuras y el cemento. Pero que, a través de ese cemento pintado, ese mural o pared ven algo de nuestra cultura, es decir, los muros hablan, aunque no tengan letras”, menciona el muralista.
Él hace toda clase de pinturas, desde una pintura decorativa hasta una institucional, pero cuando puede y tiene vía libre expresa con sus trazos la historia de una etnia en el centro del país que peleó por su territorio y que aún se ven sus rasgos y rostros en los habitantes de municipios como Ortega, Chaparral, Natagaima y Coyaima, esos que nos recuerdan que los Pijaos son quienes habitan aún en el Valle Azul del Magdalena.
Sus inicios en la pintura datan de cuando apenas era niño, pintaba dibujos de los Looney Tunes, dice que eran “dibujos de un niño normal, nada extraordinario. La diferencia es que este arte está en mi sangre, lo llevo en las venas porque mi papá también es artista, es escultor, trabaja la aerografía y ha sido un guía en mi vida”.
Jhony aclara que su padre nunca hizo alguno de sus trabajos, aun cuando pintó sus primeros muros su padre solo le aconsejó cómo mejorar la técnica, hasta lo dejó cometer alguno que otro error para formarlo como el artista que es hoy.
Una de sus anécdotas es haberse ido de mochilero en el 2017 para Apartadó, Antioquia. Allí le salió su primer trabajo grande y bien pago, menciona.
“Yo tenía un estimado de cobrar 800 mil pesos, pero el amigo que me estaba apoyando allá, me dijo que mejor cobrará un millón quinientos, y pues luego negocié con el señor y quedamos en un millón trescientos, y eso para mí que estaba iniciando, me permitió darme cuenta de que de esto podía vivir”, recuerda.
A partir de esa fecha inició su carrera como artista y recuerda que su padre es su inspiración y mentor en todo lo que ha venido haciendo hasta ahora. En la actualidad, Jhony se encuentra cursando segundo semestre de Artes Plásticas y Visuales en la Universidad del Tolima.
Jhony tiene su propio local en el barrio Kennedy de Ibagué, ‘Dibujazos’, donde expresa y trabaja su arte: la pintura, el tatuaje y el muralismo, donde dice estar satisfecho a sus 25 años con lo que ha logrado. “A lo mejor alguien más joven puede tener más cosas materiales, pero cada persona traza su camino y disfruta del paisaje”.
Pintar para perdurar en el tiempo es su apuesta, compara los muros de ahora que duran solo un lapso de cinco años con las obras del Renacimiento de 600 años. Quisiera que sus trazos sobre la cultura Pijao sean vistos por generaciones futuras. Sus murales se pueden encontrar en la ciudad de Ibagué donde hay cuatro y en Coyaima, Fresno y Planadas tiene uno por municipio.
Otro de sus deseos es lograr hacer un gran mural en la fachada de un edificio. Dice que su más grande muro ha sido en el Colegio Boyacá en Ibagué, gracias a una convocatoria que se ganó con la Alcaldía y que le tomó siete días realizarlo, el cual tiene una dimensión de 23 metros de ancho, por cinco metros de alto. Jhony dice que “quisiera pintar algo muy grande, que perdure, y sea reconocida la memoria del muro y la memoria del artista”.