En 1819, un ejército de criollos, mestizos, indígenas y negros salía de Casanare en dirección a Santafé con el plan de atravesar el páramo de Pisba y dar un ataque sorpresa al centro de la Nueva Granada. Esta expedición, comandada por Simón Bolívar y Francisco de Paula Santander, dio nacimiento al Ejército Libertador, un contingente heterogéneo que tuvo que enfrentarse a los realistas en condiciones difíciles que hoy llaman la atención de los historiadores.
Referirnos a los soldados del Ejército Libertador es referirnos a criollos que habían abandonado en gran medida sus privilegios como casta para emprender la lucha independentista, a indígenas reclutados mayormente a la fuerza en las misiones de Boyacá y Casanare para engrosar las filas de la tropa; a mestizos invitados con promesas que difícilmente se cumplieron, a peones de las haciendas de la región, a negros esclavos a los que se les ofrecía la libertad o que eran entregados por sus amos como participación al conflicto, a extranjeros en busca de fortuna, y mujeres que participaban en campaña como cuidadoras y asistentes en el combate; Juana Béjar fue de las pocas, si no la única de ellas, a las que se les permitió entrar.
Todo este conjunto humano debió enfrentarse a las tropas españolas de la Tercera División Realista, señala el historiador Andrés Salamanca Orcasitas, quienes se encontraban equipados con armas de fuego de manufactura extranjera, principalmente inglesas como los mosquetes Brown Bess, francesas como el Charleville, o inclusive norteamericanas con el mosquete Springfield. Esto debido a la carencia de fábricas armamentísticas en el territorio.
Te puede interesar:
Según Clement Thibaud, los soldados no contaban con uniformes, tan solo con su equipo de combate. Este mismo también señala que Santander salió de Angostura cargado con 1.000 fusiles provenientes de Haití, sumado a las armas que recuperaban en los pueblos o incautaban a las tropas españolas derrotadas. La lanza era el arma predilecta de los jinetes de la caballería patriota, algunos oficiales debieron utilizar sables, que, siendo más costosos, eran menos usados. Ante la carencia de material bélico, menciona Andrés Salamanca, también se dio uso a las herramientas de trabajo agrícola como el machete, picas, entre otros.
La alimentación era escasa. Como lo comentan Andrés Otálora y Abel Fernando Martínez, la base de las raciones eran la carne seca, la yuca y el plátano, pero estas empezaron a escasear una vez la tropa se adentró en el páramo de Pisba, causando hambruna entre los soldados, muchos de los cuales, además, no contaban con vestidos adecuados para el clima, llegando a enfermarse y morir en el trayecto. Sin embargo, tras el paso del páramo, los habitantes de la región tunjana se dirigieron al ejército con alimento y ropa que serían esenciales a la hora de reponer fuerzas para las posteriores batallas del Pantano de Vargas y el Puente de Boyacá.
Es así como, más que las propias armas, fue el valor y el deseo de un cambio social lo que sentó las bases pasa una victoria ganada con sacrificio y decisión.