El pensamiento lleva a la herejía, la herejía lleva al castigo.
Anónimo
El Tribunal del Santo Oficio se instaló en Cartagena el 8 de marzo de 1610. Fue la expresión local de uno de los episodios más tenebrosos vividos por la humanidad, motivado por la sospecha, la y la intolerancia.
En la Edad Media europea, el afán de hegemonía del catolicismo estuvo en peligro por las llamadas herejías, especialmente de los cátaros (grupo de cristianos insatisfechos que desafiaron a la Iglesia; iniciaron su acción en el sur de Francia). Esto llevó a la Iglesia, en alianza con el poder monárquico, a dotarse de un tribunal especial para identificar y juzgar a los herejes, ampliándose la lista poco a poco con los homosexuales, bígamos, sodomitas, zoofílicos y brujas. Así como también con los pensadores y los científicos. Recordemos a Giordano Bruno, Copérnico y Galileo, castigados por la Inquisición, el primero de ellos, en la hoguera.
Este aparato de la Iglesia, creado en 1231 por el papa Gregorio IX, ha sido motivo de varias miradas, según el contexto histórico, pero también por la escasez de fuentes, con excepción de México. La Inquisición fue vituperada en el Siglo de las Luces por los enciclopedistas franceses y luego por romanticismo del siglo XIX. La Inquisición, que en 1252 oficializó la tortura por orden del Papa Inocente IV, condenó unas 60.000 personas a la hoguera, según las estimaciones más prudentes, constituyéndose así en una mancha en el trasegar de la Iglesia católica, sacudida hoy por el escándalo de le pedofilia, y su connivencia con algunos regímenes autoritarios.
La Inquisición fue control moral, control social, control político, porque los herejes, al cuestionar la Iglesia, cuestionaron también el orden social. En la Edad Media, cuando el catolicismo es prácticamente la única religión, aceptada y reivindicada por el conjunto de la población europea, la Inquisición creó tribunales teniendo a la cabeza un inquisidor representante del Papa, apoyado por un fiscal que examinaba las pruebas y un comisario que recibía las denuncias.
Con la Inquisición, el rumor, la sospecha y la invitación a delatar fueron elementos decisivos para llevar a miles de personas a la “justicia”. Los procesos se hacían en secreto, el acusado no sabía quién lo había delatado y generalmente desconocía de qué lo acusaban. El tribunal lo impelía a confesar, muchas veces usando la tortura, y los acusados encontrados culpables recibían penas que podían ser la pérdida de sus bienes, el azote, el envío a remar en las galeras y en ocasiones la muerte en la hoguera. Se dieron muchos casos de falsas denuncias, por ánimo de venganza de cualquier clase. En 1484 el Papa Inocencio VIII agrega a los delitos punibles la brujería, lo que significó la persecución, el castigo y la muerte de miles de mujeres.
Además, la Inquisición dio origen, con el papa Pio IV, en 1564, a petición del Concilio de Letrán, al Índice de los libros prohibidos, cuya lectura también era causal de castigo. En este Índice, que duró hasta 1966, están libros de teólogos críticos de algún aspecto de la doctrina, ensayos como El Contrato Social, de J.J. Rousseau o novelas como Los Miserables y Nuestra Señora de París, de Víctor Hugo.
La Inquisición española, creada en 1478 por una cédula de Felipe II, se enfocó en la represión de los judíos conversos, que constituían una franja rica de la población, además de otros herejes. España es la más mencionada en la historia por ser el país de Tomás de Torquemada, el inquisidor que habría mandado a la hoguera a unas cinco mil personas en 15 años.
Este tribunal fue replicado en América. Inicialmente en México y Perú en 1569, y en 1610 en el Nuevo Reino de Granada, que inicialmente dependía del tribunal de Lima.
El Tribunal del Santo Oficio se instaló en Cartagena, puerto por donde podían entrar europeos protestantes y judíos, y con una población negra de creencias “dudosas”. En el siglo XVII, Cartagena sufrió varios ataques de corsarios, alemanes, ingleses y holandeses de religión protestante sospechosos de traer herejías y libros condenables. Además, la población negra, de esclavos en su mayoría, era considerada como portadora de creencias reprochables y de brujería.
La brujería, de definición elástica (hierbateros, curanderos entraban en la lista) cayó bajo el ojo inquisidor; especialmente las mujeres, siempre vistas como portadoras del pecado. Aunque con una organización deficiente, y en una ciudad donde entre la élite no era común la delación, y donde las autoridades veían con buenos ojos a los judíos conversos que también eran de la élite, la Inquisición en Cartagena juzgó y condenó, como lo muestra el Palacio de la Inquisición de la ciudad. Hubo cinco quemados entre 1610 y 1821, pero muchos condenados a las otras penas: azote, confiscación de bienes y prisión.
La Inquisición fue abolida definitivamente en 1834. La Iglesia católica, a través del Papa Juan Pablo II, en el año 2000 pidió perdón “por los errores cometidos en el servicio a la verdad recurriendo a métodos no evangélicos”. Pero, el Vaticano, en 1984, con Juan Pablo II había condenado la Teología de la Liberación. La Inquisición desapareció hace más de 200 años, pero hoy, sin embargo, en un mundo laicizado, aparecen nuevas censuras de toda clase, usando también la sospecha y la delación anónima; incluso la emprenden con la literatura, la música y el cine. Lo remarca Juan Esteban Constaín: “Pero quizás no haya habido una época más pródiga en censuras y expiaciones que la nuestra, con el agravante de que la nuestra se jacta de sus libertades y sus presuntas luces cada vez más tenebrosas. Poque además no es un poder el que ahora atiza la hoguera de las prohibiciones y las supresiones. No, ahora es la sociedad entera, con su tea en la mano, la fuente de esa brutal expiación” (Leer basura, El Tiempo, 23 de febrero de 2023).