Por: Ángel Batista y Liliana Vanegas
En octubre de 2016, el Ministerio de Cultura decidió salvaguardar la partería tradicional del Pacífico colombiano y la incluyó como parte de la lista de patrimonio inmaterial de Colombia. En el Día Internacional de la Partera, nos acercamos a los conocimientos que mantienen esta práctica viva en el país.
En Colombia, la principal labor de las parteras se encuentra en brindar apoyo emocional durante las distintas etapas del embarazo, para luego acompañar a la madre durante y después del parto. Además, han desarrollado un conocimiento que les permite asesorar a las mujeres en temas tan diversos como la lactancia, la planificación familiar y la recuperación corporal tras el parto.
“La vocación de la partería realmente tiene su origen con la humanidad. Históricamente, nos hemos acompañado a dar a luz los unos a los otros. Sin embargo, la partería como oficio con nombre propio surge cuando nos damos cuenta que las mujeres requieren más apoyo y más ayuda para dar a luz de forma”, afirma Carolina Zuluaga, partera urbana.
La partería no es concebida como un reemplazo o un oficio equivalente a la medicina occidental, se trata de una práctica en la que la transmisión de los conocimientos crea vínculos comunitarios basados en el amor, el cuidado y la salud del recién nacido.
En Tumaco, Nariño
En Colombia existen distintos términos para referirse a las personas que han asistido los partos. Se les conoce como comadronas, comadres o matronas y, generalmente, son acompañadas por un grupo de jóvenes mujeres dedicadas a asistir toda la logística del parto, y mientras aprenden los saberes necesarios para asistir un parto, acompañan a los familiares en los momentos clave en que la madre está dando a luz. Estas jóvenes son conocidas como ‘dulas’.
“Yo vengo de una descendencia de parteras. Mi abuelo y mi mamá acompañaron partos durante su vida. Recuerdo que cuando tenía 11 años, yo acompañaba a una hermana de mi papá que también era partera y la ayudaba porque a mí me gustaba estar cerca de los bebés y las embarazadas. Me gustaba ayudar a la gente”, relata Teresa Vásquez o ‘Mama Tere’, como es conocida esta partera que es representante de la Asociación de Parteras Las Cigüeñas de Tumaco.
Las tradiciones y la cultura de la partería son transmitidos de generación en generación. Se trata de un conocimiento basado en la experiencia en el que la partera acompaña y mantiene calmada a la madre y mediante sus manos palpa la situación: la partera utilizará sus manos para leer la barriga de la madre, para masajear con sobos y mantener un estado de relajación y para acomodar al feto.
Además, la partera usará distintos aceites y botellas curadas con el fin de aliviar dolores y resolver las distintas situaciones que pueden presentarse durante un parto.
“Aquí en Tumaco hacemos talleres de partería. Queremos que los jóvenes también se empapen de lo que es la partería y cómo a través de ella podemos ayudar a las personas. Por ejemplo, mis dos hijos varones son parteros”, complementa ‘Mama Tere’.
Estos talleres son organizados cada tres meses en distintas locaciones, tanto urbanas como rurales, y son abiertos tanto para hombres como mujeres, ya que su principal objetivo es multiplicar la cantidad de conocedores de las tradiciones y salvaguardar la cultura de la partería.
En el Cesar
Ana Francisca Valera Fragoso, de 93 años, es la única partera que aún vive y la que más niños ayudó a traer al mundo en el norte del departamento del Cesar, específicamente en Los Venados, corregimiento de Valledupar, población con olor a cereza.
‘Mita’, como le dicen los más allegados, dedicó 63 años de su vida para acompañar a mujeres desde antes de quedar en embarazo, en los meses de gestación y asistirla en la etapa más importante: el nacimiento. Ella, con su sonrisa tímida, una memoria envidiable, recuerda el primer parto en el que estuvo, fue en el año 1956 cuando asistió a Genoveva Valera.
Su precisión era tal, que solo con mirar la barriga identificaba si la criatura que venía en camino era niño o niña. Lo que no recuerda con claridad, es el número de partos al que acudió, dice que 500 pero en realidad, esa cifra es inferior, ya que, en sus 22.995 días como partera siempre atendió a mujeres en el último día del embarazo; muchas llegaban de fincas y regiones apartadas, incluso de otros departamentos.
¿Y cómo tener presente la cifra? Si entre tantos partos no llevó un registro para relacionar el trabajo que hizo; casi todos los habitantes de Los Venados, y de los departamentos vecinos al Cesar acudían a ella para obtener su sabiduría ancestral a través del tradicional oficio de obstetricia.
Esta mujer desparpajada, certera y con la sapiencia que le dan los años, dice que nadie le enseñó; ella aprendió observando, ninguna partera le dijo cómo hacer para aprender el oficio y tampoco heredó su legado. Nunca tuvo un hecho que lamentar y la única complicación era cuando el cordón umbilical se enredaba o el bebé venía en mala posición.
En estribaciones de la Sierra Nevada de Santa Marta, regiones apartadas habitadas por comunidades indígenas Koguis, Wiwas o Arhuacas, les llaman ‘sagas’ a las mujeres mayores y sabias, quienes conservan el conocimiento y sabiduría en su esplendor y que recibieron de la ‘Madre Tierra’, la sapiencia para asistir partos, aconsejar, ser médicas e incluso madres espirituales.
Para el ginecólogo Julio Julio Peralta esta práctica es de gran ayuda, máxime en regiones apartadas donde un médico o un centro asistencial no están cerca, por lo general en comunidades indígenas y que, además, se debe trabajar para preservar y mantener estos saberes tradicionales que en varias zonas del Cesar han desaparecido.
La socióloga Ana Lucía Daza manifiesta que, para las parteras, muchas de las prácticas de la obstetricia van en contravía de su experiencia, no obstante, espera que cada vez, la sabiduría de estas mujeres que con destrezas desanudan un cordón umbilical, voltean a un bebé antes de nacer e incluso, previenen una cesárea, trascienda a las nuevas generaciones.
Acompañar a las futuras madres en el proceso de crear y dar vida es una labor que además de amor, paciencia y energía, requiere de saberes y conocimientos milenarios, esos que desde esta región del Caribe colombiano se resisten a desaparecer, pese a estos tiempos de pandemia.