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‘El general en su laberinto’, una mirada humana sobre la vida de Bolívar

García Márquez logró filtrar su mirada literaria en un pasaje de la vida de Bolívar del que no se sabía mucho.
Foto: Pixabay
Eduardo Otálora

La obra de Gabriel García Márquez es uno de los pilares de nuestra cultura. Sus libros, por obligación o gusto, terminan encontrando un lugar en nuestras bibliotecas. Por supuesto, cada una de sus obras se recibió de una manera diferente.

En el caso de ‘El general en su laberinto’, recuerdo que fue mi papá quien lo compró. Un día, en 1989, llegó emocionado con la noticia de que iba a salir el nuevo libro de García Márquez, el que trataba sobre Bolívar.

Para mi papá, un hombre de espíritu revolucionario, la figura de Bolívar era muy importante. Recuerdo que lo presentaba como un precursor de los sueños revolucionarios de un continente, como un líder que defendía principios libertarios, con los que mi papá estaba de acuerdo. Pero también lo recuerdo diciendo que, en sus últimos años, Bolívar perdió el rumbo de su lucha, que le pasó lo mismo que a todos los poderosos: lo encegueció la necesidad de control, de que todas las decisiones pasaran por sus manos.

También recuerdo que mi mamá, cuando conversaba con mi papá sobre el tema, decía que por eso Bolívar había envejecido tanto en los últimos años de su vida. Ella estaba convencida de que la sed de poder lo amargó y lo fue arrugando de adentro hacia afuera. Así hablaba mi mamá, siempre con metáforas.

Yo los escuchaba y en mi imaginación de niño la figura de Bolívar iba de un lado para otro. De la cara con mirada firme y rasgos afilados que veía en un cuadro que estaba colgado en mi salón de clase, a la figura de un anciano diminuto que me mostraron cuando visitamos la Quinta de San Pedro Alejandrino, en Santa Marta; ese lugar a donde llegó Bolívar a morir.

Por todo esto, la llegada a mi casa de ‘El general en su laberinto’ resultó un evento muy importante. Aunque mi papá lo llevó, la primera en leerlo fue mi mamá. Casi siempre era así, porque ella leía con voracidad y despachaba los libros en uno o dos días.

En el caso particular de ‘El general en su laberinto’, la recuerdo leyendo concentrada y con una libreta de notas al lado. Cada tanto escribía algo en la libreta y pronto volvía al libro. Era como si cada línea la masticara con cuidado para sacarle hasta la última gota de jugo. Me impresionó tanto verla leer así que le pedí que me leyera el libro por las noches. Y lo hizo.

Entonces Bolívar se convirtió para mí, no sólo en el prócer del que me hablaban en el colegio, sino también en un personaje de novela. Ahora, con el paso de los años, entiendo que ese es el gran mérito de García Márquez en esa obra: logró filtrar su mirada literaria en un pasaje de la vida de Bolívar del que no se sabía mucho, para construir un personaje literario encima de una figura histórica.

Unos años después, en 1998, una compañera del colegio me regaló de amigo secreto ‘El general en su laberinto’. Un regalo ciertamente atípico, pero comprensible; creo que ya se notaba mi vena de escritor. Esa misma noche lo empecé a leer y sentí como si empezara un viaje. Pero no uno feliz, como los de las vacaciones. Este era un viaje amargo, lleno de tristeza y desesperanza. Una huida en cámara lenta.

En ‘El general en su laberinto’ García Márquez hace que las acciones de Bolívar sean soporíferas, casi como si el calor infernal de la cuenca del Magdalena se le hubiera metido en el alma y, para moverse, tuviera que vencer las nubes de mosquitos, los rugidos de los jaguares y las fauces de los caimanes dormilones. Ese es el recuerdo que tengo del libro. Y hoy en día, luego de leer mucho más de García Márquez y de conocer el Magdalena, puedo afirmar que al libro se le nota cada uno de los dos años que estuvo el autor investigando para escribirlo.

Se sabe que la idea de esta novela la tomó García Márquez de su amigo Álvaro Mutis, quien estaba escribiendo un libro titulado ‘El último rostro’, donde quería contar el último viaje de Bolívar por el Magdalena. Pero esa novela nunca se terminó y García Márquez, con el permiso de Mutis, tomó la posta y empezó a trabajar. Se dice que, entre muchas otras cosas, leyó todas las cartas que se tienen de Bolívar, estudió con cuidado los periódicos del siglo XIX y revisó con lupa los treinta y cuatro tomos de las memorias de Daniel Florencio O'Leary.

Todo ese trabajo se nota en el libro y permite conocer una imagen de Bolívar donde su figura heroica no brilla más que sus complejidades humanas. En ese sentido, el perfil que creó García Márquez puede que no se ciña a los parámetros históricos (eso nunca lo sabremos), pero se parece más a conocer la vida de una persona de carne y hueso.

Quizás por eso, en mi memoria la imagen de Bolívar ya no está llena de medallas en las solapas y trompetas sonando a su paso. Ahora puedo verlo diminuto, como era, con la cara sudorosa y el ánimo decaído, peleando con los fantasmas de su pasado porque ya la gente no lo reconoce ni le hace venías en los caminos.

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