A Álvaro Cepeda Samudio le decían “El Nene”. También lo llamaban a veces “El cabellón”, por su melena que esquivaba las peinillas y cepillos, con habilidad de viento caribeño.
Hoy hace 50 años murió y, en vista del silencio institucional que deja invisible esta fecha, escribo un breve perfil sobre él, una de las figuras más interesantes de nuestro panorama literario.
Álvaro Cepeda Samudio nació en Barranquilla el 30 de marzo de 1926, cuando esa ciudad veía años de gloria porque se constituía como un centro de crecimiento cultural y económico para Colombia.
Su padre, conservador hasta los tuétanos, se llamaba Luciano. Era hijo de don Abel Cepeda Vidal, quien fue alcalde de Barranquilla en dos oportunidades.
Su madre, Sara, era una elegante jovencita proveniente de Ciénaga, ese pueblo rodeado de aguas y de donde es originaria la leyenda del “Caimán cienaguero”.
La familia Cepeda Samudio se separó cuando Álvaro era niño y él se instaló con su mamá en Ciénaga, buscando apoyo en la familia. Este regreso no es sólo es una anécdota más de su vida. Por el contrario, es fundamental para entender el autor en que se convertiría.
Resulta que muchos años después, reunido con sus amigos del llamado “Grupo de Barranquilla” (conformado por Gabriel García Márquez, Germán Vargas, Alfonso Fuenmayor, Alejandro Obregón, Meira Delmar, Orlando Rivera, Julio Mario Santo Domingo y Miguel Camacho Carbonell, entre otros), el joven Álvaro Cepeda discutiría con sus contertulios sobre cómo era narrada la violencia colombiana en la literatura de la generación que los precedía.
En esas charlas pronto llegaron a la conclusión de que la literatura estaba haciendo un trabajo de representación, una descripción minuciosa de los detalles, una suerte de “crónica roja” de la historia. El grupo sentía que los autores no se habían atrevido a “darle la vuelta” a los hechos, a problematizarlos y hasta a recomponerlos poéticamente.
Álvaro Cepeda Samudio tomó posición sobre este asunto y, motivado por eso, escribió La casa grande, novela publicada completa en 1962 y que cuenta el terrible episodio de la masacre de las bananeras, que ocurrió el 6 de diciembre de 1928 en Ciénaga, Magdalena.
Con este libro lograría, quizás más tarde que pronto, un lugar en el panorama literario colombiano.
Ocho años se demoró Cepeda Samudio en escribirlo. El primer capítulo, titulado ‘Los soldados’, lo publicó en noviembre de 1958 en la revista Mito. Más adelante, en 1961, publicaría el capítulo titulado ‘El padre’ en el Magazín dominical de El Espectador.
Escribir La casa grande le significó un trabajo tan exigente que debió tomar distancia de sus oficios como periodista y publicista, tareas que le ocupaban casi todo el tiempo hasta el momento y en las que era ampliamente reconocido.
Como publicista, basta señalar que Cepeda Samudio fue el creador de algunos lemas de Cerveza Águila que son recordados hasta hoy en día: “sin igual y siempre igual” o "sírvame un Águila, pero que sea volando".
Como periodista, carrera que estudió en Estados Unidos gracias a una beca, su trayectoria también fue importante. Empezó en El Nacional el 2 de mayo de 1947, cuando el director del momento, Juan Devis Echandía, lo invitó a trabajar de forma esporádica. Unos meses después entraría a ser un redactor de planta.
En El Nacional trabajó inicialmente como periodista deportivo y, más adelante, creó la columna ‘En el margen de la ruta’, donde reflexionaba mayormente sobre literatura. Fue en 1953 cuando asumió la dirección del periódico y le dio un nuevo rumbo, con la colaboración de Gabriel García Márquez, promoviendo publicaciones de periodistas invitados.
Sin embargo, sus buenas ideas no prosperaron y fue despedido en diciembre de ese año.
Afortunadamente en 1961 retomó su camino como periodista, al ser nombrado director del Diario del Caribe, periódico que acababa de comprar por su amigo Julio Mario Santodomingo. Allí las ideas de Cepeda Samudio prosperaron y pudo, al fin, explorar esos nuevos rumbos que él quería darle al periodismo colombiano.
En el Diario del Caribe estuvo hasta 1972, poco tiempo antes de su muerte. Ese año, cuando estaba filmando un documental sobre la subienda en Honda, lo atacó una fuerte gripa, que lo hizo regresar a Barranquilla.
Ya en casa la situación no mejoró y, por desgracia, su salud empeoró. El médico que lo atendía, y que lo había acompañado por muchos años, le recomendó viajar a Nueva York, para hacerse unos exámenes y, quizás, encontrar un tratamiento.
Lastimosamente las cosas no sucedieron como se esperaba y Álvaro Cepeda Samudio murió mientras dormía en una habitación del Memorial Sloan–Kettering Cancer Center. Estaba acompañado por Teresa "Tita" Cepeda, su esposa, y dos de sus hijos.
Pero la obra de Cepeda Samudio sobrevivió y floreció más allá de su muerte. La casa grande se lee hoy en día como uno de los libros “rompe aguas” de nuestra literatura nacional. Su propuesta estilística animó los bríos de los escritores de la época y permitió que tomáramos distancia de esa tradición costumbrista que caracterizaba las obras colombianas.
La casa grande fue como un portazo a la tradición, como un grito de invitación a que repensáramos la manera en la que nos podemos construir como colombianos a partir del lente de la literatura. Por eso su fuerza llega hasta el presente, hasta este 2022 en el que, una vez más, por desgracia, tenemos que encontrar la manera de narrar las violencias de nuestro país.