Más allá de la vaquería y los golpes del joropo llanero, el Meta, como cada departamento de Colombia, tiene sus raíces en la agricultura. Identidad que se ve reflejada en las huertas caseras que, gracias a la pandemia y las consecuencias de la misma, resurgieron para recordar su importancia y eficacia.
Cristina Perdomo, amante del arte y el cuidado del medio ambiente, quien vivió su niñez en un internado y fue criada por una monja “colombiana pero levantada en Europa, que vivía haciendo huertas”, conoció el amor por las huertas, cuando las clases de jardinería se convirtieron en, “amor a la montaña, amor a la botánica” como dice con nostalgia. Lo que a sus 72 años se refleja en su balcón.
La facilidad con la que hoy se adquiere información, es para Cristina, una herramienta que permite que cualquiera pueda iniciar sus propios cultivos, “Ustedes todo lo tienen en este momento, solamente es que la gente joven deje un poquito de pronto de ver tanta basura. La mayor parte los muchachos lo utilizan solamente para divertirse y pienso que la diversión es importante, pero hay que articularlo con otras cosas que nos van a servir para para el inmediato futuro y para el futuro de más allá, ¿no?”.
Para la entrevistada es elemental, enseñar a las nuevas generaciones la riqueza detrás de una huerta casera y la ganancia que se adquiere de ella, no solo a nivel monetario, sino emocional al ver el fruto que lentamente nace del trabajo de las manos, como bien lo narran sus anécdotas:
“Empezamos a sembrar alverja y la primera mata entregó dos vainitas, y sembramos esas, otras semillas nos dieron como 5 y llegó un momento en que nos dio como 50 vainas, después de hacer todo un proceso de siembra estábamos todos tan felices que cogimos las alverjas, y no guardamos la semilla, sino que todos felices nos comimos las alverjas y sí, después caímos en cuenta que era la primera vez y que la felicidad nos había hecho equivocar al no guardar las semillas”.
Así como para Cristina “la huerta significa alimento”, para Emilse Cortés y Felipe Osorio en su finca El Silencio Resguardo y Vida Silvestre, la huerta es la realización de un sueño que les provee de alimento limpio y natural, una “soberanía alimentaria” que pueden compartir.
A través de talleres sobre la construcción de huertas caseras, urbanas o rurales enfocados en la agroecología, Emilse y Felipe, ayudan a familias a transformar sus hábitos alimenticios y a desarrollar hogares autosostenibles, que, en épocas de pandemia, ha significado comida sobre sus mesas.
Recordar las raíces y el origen del ser humano, es para Felipe, esencial para comprender la importancia de la sana alimentación “Nosotros somos tierra, venimos de la tierra, el ser humano ha estado miles y miles de años más tiempo, siendo parte de la naturaleza, que, planteándose fuera de ella, pertenecemos más a la naturaleza, creo que todos lo llevamos adentro”.
La crisis a la que se enfrenta el mundo, no solo ha traído consigo consecuencias nefastas, sino que ha permitido que proyectos pequeños, como los de las huertas, sean visibles, que su impacto en la sociedad sea reconsiderado y que la labor de los miles de campesinos del país sea valorada.
La labor de personas como Cristina, Felipe y Emilse, son la evidencia del trabajo mancomunado entre el ser humano y la naturaleza. En lo rural o en lo urbano una labor que beneficia a ambos sectores.