Por: Edgardo Ochoa García.
El sonido de su máquina de escribir sobresale entre toda la maraña de ruido propia de la plaza de un lugar que para ser pueblo se quedó chico y para ser ciudad le falta mucho. Sí, una máquina de esas manuales, de cinta roja con negro y teclas que se llaman tipo que al ser presionadas imprimen letras. Tal vez las nuevas generaciones no tienen ni idea de lo que hablo o pueden confundirlo con el teclado de un computador, pero para Rafael Leiva Ramírez ese tiqui tiqui significa trabajo, sustento, pasión.
‘Rachy’, como todos llaman a este hombre de 60 años, padre de dos hijos y habitante del barrio ‘La Victoria’ de El Carmen de Bolívar, se dedica a redactar documentos en la plaza central de la tierra de placeres, oficio que realiza hace ya 20 años y al cual llegó por necesidad.
Documentos privados de compra venta, derechos de petición, tutelas, cartas y todo lo que el cliente le pida que redacte, Rafael lo elabora en su vieja máquina crown, esa misma a la que tuvo que aprender a hacerle mantenimiento porque ya las personas que lo hacían migraron a reparar computadores.
“Nos toca a veces trabajar, mantenerla bien. Nosotros mismos hacerles mantenimiento a las tres o cuatro máquinas que tenemos, tenemos que cuidarlas porque imagínate tú, esperamos que nos alcance por mucho tiempo”, afirmó.
Rafael llega a la plaza central del Carmen de Bolívar bien temprano a eso de las siete de la mañana, se toma un tinto bien cerrero que por lo regular se lo compra a su amigo ‘El Favi’ y limpia sagradamente su máquina. Conversa un poco sobre el run run con el que amanece el pueblo y se sienta en su silla plástica pacientemente a esperar que lleguen sus clientes para empezar a “darles a las teclas”, como describe su labor, y ganarse el día.
“Nosotros trabajamos hasta ocho horas, pero ahora con la pandemia trabajamos poco, tres o cuatro horas en la mañana, pero era un horario de ocho horas diarias. Puedo ganarme 20 mil o ganarme 10 mil, me puedo ganar 40” le contó.
En una época donde el celular y las nuevas tecnologías ha hecho que muchos oficios desaparezcan o se transformen, Rafael lucha cual Quijote para mantenerse vigente entre softwares, laptops, sistemas operativos, virtualidad y actualizaciones.
Este Quijote dice que su labor se mantiene debido a la practicidad de la misma y también por las facilidades en el valor que pagan sus clientes, que es relativamente más accesible que en otros sitios plagados de tecnología que los hacen aún más costosos.
Sus dedos han escrito millares de documentos que han servido para solucionar conflictos, rescatar deudas, cerrar negocios y hasta iniciar amoríos.
“Una vez estaba el día bastante pesa’o un muchacho llegó y comenzó a dar vueltas. El día estaba grave, el pela’o se me acercó y me dijo que le escribiera una poesía para una muchacha de la que estaba enamora’o, me tocó hacerlo, Idilio le coloqué a lo que escribí y me gané 1.000 pesos como a las once de la mañana”, recordó.
Mecanógrafo, escribiente, puya tecla, puyografo, a Rafael lo llaman de diferentes maneras, pero eso a él no lo molesta porque como afirma este amante del vallenato grueso tradicional, “eso son vainas del pueblo”.
“Yo seguiré con mi máquina hasta que Dios y la Virgen de El Carmen me lo permitan, claro que cuando llego a la casa a veces me pongo a cacharrear el aparato ese que le compré a mis hijos”, finalizó.