Una de las tradiciones decembrinas más populares en Colombia y Latinoamérica es la quema del Año Viejo, un ritual que como muchas otras tradiciones de esta región, según diversos historiadores, es producto del mestizaje, la mezcla racial y cultural entre españoles y pueblos indígenas.
Algunos datos señalan que esta costumbre proviene originalmente de Europa, y que la quema de muñecos ya se realizaba en la antigua Roma, y se fue expandiendo hasta llegar a España, derivada de antiguos rituales paganos como los saturnales de los romanos o los celtas del país Ibérico, y que luego llegó a Ecuador.
Los primeros datos de la existencia de años viejos en tierras ecuatorianas son de 1895, cuando una epidemia de fiebre amarilla azotó a los habitantes de Guayaquil, donde como medida sanitaria se confeccionaron atados de ropa de los fallecidos con un poco de paja e incinerarlos para ahuyentar la peste y evitar el contagio.
Como fiesta de fuego, indican otros historiadores y estudiosos, la quema del Año Viejo, “podría remontarse a la Grecia Clásica, durante los siglos VI y V antes de Cristo, donde se creía que el rey debía morir incinerado al final de su reinado. Después una figura de madera pasó a representar al rey y era quemada en la cima de una enorme pira cuando se acercaba al final de un periodo determinado. El rey nuevo empieza a gobernar inmediatamente después del fallecimiento e incineración del rey viejo. El portador de la luz representa al sucesor del rey que gobernará en la nueva era”.
Así mismo, se dice que las quemas eran la culminación de una celebración católica que duraba 10 días y que marcaba el final del año, desde el 28 de diciembre, el Día de los Inocentes, hasta el Día de Reyes, el 6 de enero. Desde entonces ha tenido muchas variantes, hasta convertirse también en una práctica no solo para dejar lo malo que aconteció durante el año que termina, sino como una crítica social y política.
El muñeco
Según la tradición, la quema a medianoche del muñeco es un ritual de purificación para alejar las energías negativas del año que culmina, que representa la eliminación de lo pasado para permitir la regeneración del tiempo y las energías, y abrir el camino para la buena suerte al año venidero.
Así, poco a poco, pantalones, camisas, sacos, ropas viejas, aserrín, papel periódico y otros elementos que ya no se usan empiezan a llenar y darle forma al muñeco del Año Viejo, representando algún personaje, ya sea de la política, de la farándula, de la vida nacional, deportistas, o acontecimientos regionales, nacionales o internacionales que marcaron el año, con un toque de sarcasmo, humor, ironía. Y eso sí, sin que falte la botella de licor que lo acompaña.
Y por supuesto, la lectura del “testamento”, que se realiza antes de la quema y mediante el cual el “difunto” en tono irónico hace recuento de los sucesos del año y da recomendaciones haciendo referencia a todos sus “haberes” y “teneres”.
La quema también se convierte en el escenario de reunión entre familiares, vecinos y amigos, que en torno a la figura del Año Viejo, se congregan para compartir las meriendas, las historias, los brindis, el baile, las tristezas o los malos momentos que se quieren quemar con el muñeco. las ilusiones para el año que viene.
Al llegar la medianoche, en medio de los abrazos, de comer las doce uvas, de recorrer las calles con la maleta para tener viajes, de cambiar la ropa interior por la de color amarillo, de poner lentejas en el bolsillo, se enciende el Año Viejo para dar paso a las ilusiones, a un nuevo año esperanzador.