Palermo, un municipio ubicado en el norte del Huila, es reconocido por sus artesanías elaboradas en pindo, sobre todo, sus sombreros. Piezas tradicionales, que se han convertido en patrimonio cultural, elaborados con base en la trenza que tradicionalmente han tejido las mujeres como Georgina Perdomo, para quién el pindo significó una posibilidad económica para ella y su familia, lo que la llevó a conservar la tradición.
Georgina nació en 1938 y apenas iba a cumplir los 10 años cuando ya tejía su trenza de pindo, en una vereda de la inspección El Paraguay, en el municipio de Palermo. Menciona que eran muy pobres y una forma de obtener algo de dinero, era por medio de la venta de la trenza. “A mí me crio mi abuelita y ella nos mandaba a lavar la ropa al río y a bañarnos, siendo una niña nos ponía a pelar y cocinar bandos - bananos o plátanos - nos enseñó a tejer y a raspar pindo”.
“Yo apenas me acuerdo que en ese entonces, los sombreros eran de copa de higuillo, hacían un churumbelo largo y el suncho para adornar la copa. Con eso aprendimos a tejer y a vender”, agregó. Insiste en que nunca aprendió a coser los sombreros porque no le gustaba, aunque su abuela se lo decía todo el tiempo.
—- Aprenda mijita a coser el sombrero —
Y ella le respondía —- ay abuelita, a mi eso no me gusta —
Insistió en que “no aprendí porque no me gustaba, pero no es que sea difícil, como en todo, lo difícil es el comienzo”.
Antes solo tejían el pindo las mujeres, “la discriminación que siempre ha existido, en esa época era más evidente, en cambio ahora los hombres raspan pindo, tejen trenza y hacen sombreros”, dijo Gerogina.
Cuando Georgina Perdomo se casó siguió raspando y tejiendo pindo, “yo tejía por la noche, lo hacía con luz de lámpara y petróleo porque en esa época no había energía eléctrica, menos mal veo bien para leer y para todo”.
Un día en la vida de una mujer campesina
En un día habitual, ella se levantaba a las 4 de la mañana a hacer el desayuno, que en ese entonces se servía a las 6 am. Como el agua se traía del río, y quedaba un poco lejos, por un camino difícil de transitar, según cuenta, lavaba la ropa y traía el agua para hacer el almuerzo, para luego llevarlo al trabajo. A la venida, aprovechaba para traer leña, plátanos y yucas. Hacía oficios en la casa, iba al río nuevamente a lavar la ropa y traía el agua para preparar la cena. En la noche tejía pindo hasta las 10 pm, para levantarse al otro día a la misma rutina.
En medio de ese trabajo, ella recuerda que “no solo era eso, sino también tenía que cargar la barriga con el bebé, otro que apenas caminaba, un balde de agua en la cabeza y un platón con ropa al lado. Mis primeros hijos fueron de año, me casé a los 16, mi hija mayor la tuve a los 17, el siguiente a los 18, y así sucesivamente”.
“No vivíamos bien al principio. El pindo me representaba una ayuda, yo lo raspaba y vendía la libra a 500 pesos y en ese entonces era harta plata y nos alcanzaba para ayudar a vestir a los hijos. Tejer me gustaba, pero también lo hacía por necesidad” agregó.
73 años después, Georgina continúa tejiendo para entretenerse, sus hijos ya crecieron, pero ella no olvida la tradición. Continúa aportando trenzas para la elaboración de los sombreros de pindo más bellos, y, además, contribuye enseñando a los semilleros de niños y niñas que trabajan en el rescate de este patrimonio.
Docentes, estudiantes e investigadores comenzaron la tarea de crear una escuela de tejeduría de pindo, en donde artesanos como Georgina, tienen la posibilidad de transmitir ese oficio. Recientemente, Georgina Perdomo y otros artesanos del municipio de Palermo, quienes llevaban una vida de dedicación y conservación del patrimonio natural y cultural, recibieron una pensión simbólica como reconocimiento a su labor por el municipio.
“Del pindo me queda la satisfacción de que se ha colaborado con la industria, que uno ha ayudado a sacar adelante el proyecto, donde uno no teja, pues no hay proyecto, no hay industria, no hay fábrica. Me sirvió mucho cuando tenía mis hijos pequeños” esas son las palabras con que finaliza su recorrido vital, a través del arte y aportes mutuos con el pindo.