A las 10 de la noche del miércoles 27 de julio, cuatro hombres de servicios funerarios metieron, entre melodías de mariachis y el aplauso del pueblo, el cuerpo de Darío Gómez, el “Rey del despecho”, hasta el corazón del coliseo Yesid Santos de Medellín. En los alrededores del complejo deportivo Atanasio Girardot, miles de personas aguardaban su turno para ver, para llorar por última vez al ídolo de la música popular.
Un ejército de melómanos había abarrotado las calles de la ciudad, minutos antes, acompañando el traslado del féretro. El carro fúnebre en que iba el cuerpo del cantante avanzaba a paso lento bajo una llovizna de aguardiente que bendecida, al modo de los paisas, el triste ritual de la muerte. Sirenas, gritos, canciones, luces de policía, pitos de carros: el cuerpo del artista llegó en una sola algarabía.
Hubo quienes, después de 13 horas de espera, se comenzaron a desesperar. El Escuadrón Móvil Antidisturbios intervino para apaciguar la avalancha. La orden era una: grupos de 100 personas cada diez minutos. Mientras tanto, múltiples voces entonaban, bajo el frío de la noche antioqueña, aquella estrofa legendaria de “nadie es eterno en el mundo”.
“La noticia de la muerte de Darío Gómez aún me tiene anonadada. Es como una pesadilla; quisiera despertar y que no fuera cierto. Él fue un gran ejemplo, una persona demasiado humilde. Es un ícono de la cultura de la música popular. Merece ser llorado porque a todos nos hizo vivir con sus canciones”, relató María Ludivia Gil, seguidora de Darío Gómez, tras un eterno día de espera.
A las 11 de la noche, en la “Ciudad de la Eterna Primavera”, que por un día dejó de serlo, no había cantina, ni tienda, ni almacén, ni panadería en la que no estuviera sonando, con la potencia de un trueno, un disco de Darío Gómez. La muerte del “Rey del despecho” dio para todo: cantantes populares de todas las facturas llegaron entonando sus canciones; los venteros, por su parte, se ingeniaron retratos del ídolo resistentes a la lluvia, camisetas estampadas con su nombre, pequeños lazos de luto para pegarse en la camisa y bombas blancas, de esas que suben al cielo, con mensajes de despedida.
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Octavio Maldonado, uno de los tantos amigos íntimos que tuvo el cantante, se juzgó desbordado por la tristeza: “Compartí tanto con él que no sé qué iré a sentir cuando lo vea en el ataúd. Estoy amanecido, no he podido dormir. Solo quisiera entrar, estar con él, compartir con él, darle el último adiós”.
Corría la noche. Gentes de todos los barrios y comunas fue llenando, en un solo bullicio, las inmediaciones del Atanasio Girardot con tres cosas: lágrimas, canciones y aguardiente. Sí, aguardiente, a pesar de la advertencia de la Alcaldía Municipal: “Quienes deseen participar de este homenaje deberán tener en cuenta que está prohibido el ingreso de menores de edad, así como el ingreso de licor o personas en estado de embriaguez”. Y es que muchos, por puro despecho, se olvidaron de la norma.
“Él fue, prácticamente, como un Dios en Medellín. En todas las emisoras está sonando pura música de Darío Gómez las 24 horas. Esto significa demasiado para el pueblo antioqueño”, expresó Hernán Sánchez, un ventero de camisetas estampadas con el rostro del padre de la música de popular y de cantina.
Uno se pregunta si, esta vez, las canciones de Darío Gómez apaciguarán el dolor de su partida como apaciguaron, durante 41 años, tantas penas de amor. El cuerpo del hombre que antes de ser artista fue zapatero, que componía sus canciones frente a un plato de sancocho, que se metió sin permiso en el corazón de los despechados y que determinó, con una melodía premonitoria, la forma en que debía ser despedido, permanecerá en cámara ardiente hasta la medianoche de este jueves 28 de julio.
Para entonces, miles de seguidores habrán ido a cantar, llorar y rezar a su lado. Así, el sábado 30 de julio, tras una eucaristía privada, su cuerpo será enterrado en el Cementerio Campos de Paz, solo en compañía de su familia. Sucederá a la mitad de una tarde sinigual en Medellín, una tarde en la que, de seguro, retumbará por doquier: “no me lloren que nadie es eterno, nadie vuelve del sueño profundo”.