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Rajaleña: la más auténtica expresión de la cultura del Huila

Se presume que la expresión ‘rajaleña’ hace alusión directa a una de las tareas más comunes en las haciendas, y que por extensión se utiliza

Por: Rafael Trujillo

El rajaleña -que se vive, compone y canta en el Huila- es una de las expresiones folclóricas más auténticas de Colombia. Nace en el campo, en especial en lo que hoy es el norte de este departamento. Incluso, se reconoce que, desde antiguo, se ‘tunan’ rajaleñas (en el significado más libre de esta expresión: tocar, cantar, bailar y divertirse), en todo el Huila e incluso el Tolima.

Los jornaleros solían armar y cantar coplas picantes, llenas de ironía, humor y hasta de doble sentido, mientras adelantaban sus labores en el campo. También era habitual, y lo sigue siendo en muchas regiones, que los trabajadores tomaran tiple y guitarra para seguir el coplerío al terminar la jornada y alegrarse hablando bien o mal en uno que otro verso de sus amigos, familia, los patrones o de quien pudiera facilitar que rimara la copla.

Se presume que la expresión ‘rajaleña’ hace alusión directa a una de las tareas más comunes en las haciendas, y que por extensión se utiliza para referirse a un modo de criticar, a ‘rajar’ del prójimo.

Al los instrumentos de cuerda pronto se incorporaron otros sonidos, tomados de la riqueza cultural de los pueblos de América antes de la llegada de España, y también se sumó el tambor, que incrementó la expresión festiva del rajaleña. El conjunto final quedó así integrado.

Uno de los aspectos más importantes del rajaleña es su permanencia en el tiempo, como tradición que brinda alegría surgida de las entrañas más profundas de lo popular, y que llegó a envolver a toda la sociedad sin distingo alguno.

A pesar de tener el rajaleña una misma esencia, se crearon tonadas y expresiones propias según el municipio donde se interpretara. Hay tonadas de Aipe, Neiva, Campoalegre, Santa María y otras tantas expresiones locales. Hoy las agrupaciones que por fortuna proliferan en todos los municipios (y que además surgen espontáneamente en empresas, instituciones y colegios por la época de San Pedro) extienden un canto que nació aún antes de que el Huila fuera creado como departamento.

Singularidad de los instrumentos

Los instrumentos de cuerda son la guitarra y el tiple, que acompañan al rajaleña como a muchos otros aires autóctonos colombianos.

A tiple y guitarra se unen instrumentos como el chucho, que se construye con una guadua seca, en cuyo interior se introducen semillas.

Una pieza también de guadua, pero abierta, permite una sonoridad especial en el ciempiés, en cuyo interior se ponen semillas que se hacen sonar mediante frotación.

La esterilla se elabora con un grupo de pequeñas piezas de madera, unidas con una cuerda. El conjunto de piezas se frota entre sí. El nombre se deriva de una elaboración similar, más grande, que se usaba antaño (bueno, aún hoy) como cubierta para el piso, e incluso se emplea para dormir.

Está la marrana o puerca, que proporciona un sonido tan singular y característico, que ningún huilense admitirá un rajaleña sino hay una marrana en el conjunto: un calabazo abierto, al que se une una membrana de piel animal. En su centro, va una pequeña vara de madera cubierta de cera.

También hace parte de los sonidos del rajaleña el carángano, una guadua abierta a la que se dejan varias fibras que funcionan como cuerdas.

Y el tambor, o tambora, que es un instrumento universal, tiene también en el territorio actual del Huila una procedencia de comunidades prehispánicas.

Grandes creadores

A lo largo del tiempo, muchos han sido los creadores y agrupaciones que han compuesto, interpretado, investigado y fortalecido al rajaleña, tal y como lo conocemos hoy.

Desde José Antonio Cuéllar Meléndez (‘Rumichaca’) y Carlos H. Rivera; pasando por Ulises Charry, Luz Stella Luna, Jesús Antonio ‘Tuco’ Reina y su hijo Víctor Hugo, Aires de Piedra Pintada, Rosalba Montilla y Cucamba Guagüeña, hasta Gustavo Córdoba, Cantar huilense, Omar Cuéllar y Alexander Pastrana -quien hoy introduce una extraordinaria fusión con el jazz-, son algunos de estos nombres de intérpretes y agrupaciones del rajaleña.

Compositores como el inmortal Jorge Villamil Cordovez, y el dueto cómico-musical Emeterio y Felipe, trazaron caminos fundamentales para la divulgación del rajaleña, así como de la música y el folclor del Huila.

Y muchos reconocen que el trabajo de investigación más detallado ha sido «La esencia, estilo y presencia del “rajaleña”», del sacerdote salesiano Andrés Rosa (Instituto Caro y Cuervo, 1965).

Picardía, humor y sentido universal

El canto del rajaleña es de una expresiva singularidad. En cuatro versos, con sus respectivas repeticiones, el segundo rima con el cuarto, y luego se acompaña de un estribillo o retahíla, que varía de acuerdo con la región o la tonada.

El comienzo lo marca un grito festivo, al que responden enseguida la tambora y el tiple, para iniciar con creativas interpretaciones, llenas de alegría popular y humor de gran picante, que en el pasado tuvieron diversas reacciones. En el documento que referimos de Andrés Rosa se menciona que «… se da el caso de que un mismo trovero compone cuartillas decentísimas cuando ellas van destinadas a un bambuco o a una guabina, etc., y las hace muy groseras cuando son para tunar rajaleñas».

Cuenta el compositor Jairo Beltrán Tovar que la figura histórica de monseñor Esteban Rojas Tovar, «siendo párroco de Timaná, prohibió su interpretación y su danza, debido al morbo que se cantaba en sus coplas y al peligro que corrían los matrimonios…». Esto ocurría a finales del siglo XIX.

Una aproximación a estas expresiones populares aparecen, por ejemplo, en la copla que canta «Ay, dame lo que te pido / que no te pido la vida / de la centura pa’ bajo / de las rodillas pa’rriba».

Egberto Bermúdez, profesor del Instituto de Investigaciones Estéticas de la Universidad Nacional de Colombia, en Bogotá, va más allá de estos elementos y subraya que el rajaleña hace parte de una tradición universal que solo «se diferencia con el tiempo y en los esquemas de versificación» con los de otras regiones de Colombia, América y el mundo.

En esta perspectiva universal con profundas raíces locales, se coincide y reafirma cuanto han dicho rajaleñeros de todos los tiempos, al retomar las palabras de la inolvidable Luz Stella Luna Losada, de la agrupación Aires de Piedra Pintada, del municipio de Aipe: «Yo amo mucho esta tierra que me vio nacer. Mi alegría es el folclor de mi tierra, en su modalidad su majestad el rajaleña».

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