Aunque felicidad y alegría son dos términos que se utilizan indistintamente, los estudios reflejan que son conceptos distintos y que la clave para vivir mejor y más tiempo es la felicidad.
Mientras que la alegría es transitoria y puede estar provocada por estímulos externos (una serie de televisión, una comida que nos guste), la felicidad emana de situaciones relacionadas con nuestros objetivos vitales, nuestros deseos y la búsqueda de sentido en nuestra vida. Dicho de otro modo, la felicidad es una respuesta a todo aquello que consideramos bueno.
Puede aparecer cuando logramos algo que llevábamos tiempo anhelando y que nos hemos esforzado en conseguir, como acabar los estudios o batir un récord personal. En líneas generales, cuando una situación nos aporta algo que consideramos importante, estable y reconfortante, la emoción que esto despierta en nosotros es la felicidad. Es lo que ocurre, por ejemplo, cuando nos reencontramos con un ser querido que hacía tiempo que no veíamos o cuando tenemos una conversación sincera con nuestra pareja, nuestros padres o un amigo.
Aunque la felicidad puede ayudarnos a estar más alegres en el día a día, es en sí misma una emoción más profunda y duradera que la alegría.
Un estudio de la Universidad de Harvard sobre el desarrollo personal de los adultos determinó que las relaciones sociales son clave para generar emociones positivas y aumentar la longevidad. Es más, las conexiones interpersonales son fundamentales de cara a nuestra supervivencia. Las emociones positivas amplían nuestro campo visual y suscitan en nosotros una conducta prosocial, que es la que nos permite forjar conexiones, crear comunidades y sentirnos parte de algo.
Cuando conseguimos dar un mayor sentido a nuestra vida y contribuimos a crear comunidades relacionadas con aquello que nos importa experimentamos una mayor sensación de felicidad.
Son muchos los estudios que tratan de entender el desarrollo humano, nuestra habilidad para gestionar los cambios y nuestra forma de afrontar los desafíos. Todos ellos mencionan la resiliencia y las capacidades internas que derivan de las emociones positivas. Por ejemplo, cuando conectamos con nuestro propósito, contribuimos a crear relaciones, trabajamos en algo que nos parece importante o generamos un impacto positivo.
Analizar de manera detallada todas nuestras emociones es valioso, pero cuando nos centramos en aprender y en descubrir qué podemos aportar a los demás es cuando verdaderamente dejamos de buscar la alegría momentánea que provocan los factores externos y nos acercamos a una sensación más profunda de felicidad.
Numerosas investigaciones han analizado la relación entre la esperanza de vida y aspectos como el estatus socioeconómico o los factores psicológicos. En todos ellos ha quedado de manifiesto la importancia de unas relaciones sólidas.
85 años de análisis
Para realizar el estudio de Harvard sobre el desarrollo de los adultos se siguió a un amplio grupo de individuos y a sus descendientes a lo largo de 85 años, documentando todo tipo de influencias a través de sus éxitos y fracasos. Así se descubrió que, aunque no hay que desestimar la salud física, era más probable que aquellos con relaciones interpersonales sólidas y satisfactorias vivieran más tiempo.
Puesto que la felicidad puede derivar de un sentimiento de conexión (o reconexión) con nosotros mismos y con los demás, los participantes que se sentían más unidos a sus seres queridos daban muestras de salud y vitalidad mayores que los sujetos con relaciones más endebles. De hecho, Robert Waldinger, director del estudio, explicó en su charla TED que las buenas relaciones “no solo protegen nuestro cuerpo, sino también nuestro cerebro”.
Cultivar la felicidad
Ya que sabemos que la felicidad tiene un impacto tan positivo en nuestro rendimiento, nuestra salud y nuestra esperanza de vida, ¿cómo podemos suscitarla en nuestro día a día? Hay muchas maneras de incorporar momentos felices a nuestra rutina que mejoren nuestro bienestar a largo plazo. A continuación, le dejamos algunas sugerencias basadas en la evidencia científica que le ayudarán a cultivar la felicidad y aprovechar sus beneficios para la salud.
Cuide sus relaciones. Tener conexiones profundas y una red de apoyo es fundamental para una vida feliz, y un buen modo de crear vínculos es a través de aficiones o intereses comunes. Si le gusta el cine y tiene amigos que también son cinéfilos, vayan juntos a ver películas y luego coméntenlas mientras cenan o tomando un café. También puede quedar con gente para hacer senderismo, o llamar a un familiar que viva lejos para ponerse al día. Las relaciones en el trabajo también pueden aumentar nuestra sensación de conexión y pertenencia a una comunidad, así que esfuércese en conocer a sus compañeros. Quedar con alguien en persona es un modo particularmente eficaz de generar felicidad. Aun así, es lógico que toda relación pase por momentos mejores y peores, pero siempre se pueden buscar maneras de fortalecer el vínculo. Para ello, hay que mostrarse vulnerable y hablar las cosas con honestidad.
Practique la gratitud. La gratitud se considera un componente fundamental de la felicidad. Dedicar tiempo a la reflexión para averiguar por qué cosas nos sentimos agradecidos puede aumentar nuestro nivel de confianza y apreciación. Y “practicar la gratitud” es más efectivo si lo convertimos en un hábito diario, ya que es en nuestra rutina donde podemos identificar lo que nos proporciona felicidad. Puede que estemos especialmente contentos en la naturaleza, cocinando, hablando con nuestros amigos o leyendo un libro. El siguiente paso es integrar estas actividades en el día a día. Tomarnos nuestro tiempo para buscar e incluso apuntar los momentos que nos generan felicidad y gratitud puede ser una práctica muy eficaz a la hora de fomentar nuestra propia satisfacción.
Tómese las cosas con humor. Una de las actividades que más estrés libera es reírse. Se ha demostrado que la risa reduce las hormonas del estrés, potencia el sistema inmune, rebaja la inflamación y aumenta el colesterol bueno. Es, además, una forma maravillosa de mejorar sus relaciones sociales. Fíjese en cómo reacciona al humor y descubre qué personas son las que siempre le hacen reír. Si puede, también es útil anotar los momentos divertidos de su día a día en un diario.
Limite el uso de redes sociales. “La comparación es el ladrón de la felicidad” dijo Theodore Roosevelt, y con razón. Las redes sociales son actualmente uno de los factores que más influyen en nuestra autoestima, y no siempre de forma positiva. Estas aplicaciones ofrecen una versión magnificada de la vida de los demás, lo que puede provocarnos sensación de soledad o depresión y hacer que nos comparemos con otras personas de forma poco sana. En cambio, hay estudios que sugieren que utilizar las redes para conectar activamente con nuestros familiares y amigos y comunicarnos con ellos (en lugar de limitarnos a ver lo que publican) puede tener un impacto positivo en nuestro bienestar. Por tanto, si estar en redes sociales le deprime, puede que sea el momento de dejar de seguir ciertas cuentas o de empezar a usarlas con una intención más clara.
Recrear la felicidad
Buscar momentos de felicidad puede fortalecer nuestros vínculos sociales, aportarnos paz y ayudarnos a llevar una vida más sana y alegre, como bien han demostrado los estudios científicos a lo largo de los años. Un modo de sentirse más feliz es pasar tiempo con aquellas personas que más le importan. También ayuda saber en qué momentos se siente más en paz y tratar de recrearlos. Así, saboreando los pequeños placeres, mejorará su día a día.
En conclusión, mientras que la alegría nos puede provocar una sensación positiva temporal, la felicidad tiene un efecto duradero en nuestro bienestar, así como otros muchos beneficios para la salud. Llene su vida de buenas experiencias y cultive tu propia felicidad y la de los demás. Le sorprenderá comprobar todos los efectos positivos que esto tiene.