Explorar las historias que nacen después de la dificultad o posteriores a alguna tragedia, son la oportunidad para ver nuevos caminos que nos ayudan a reconstruirnos y a levantarnos. Un ejemplo de esto es el homenaje a Mocoa hecho canción en el 2019, por el poeta Constantino Fernández. “Vendrán unos nuevos días para esta tierra bonita”, una composición resiliente con la que Conny Fernández, hija de Constantino lleva un mensaje de superación y memoria a través de su voz.
El recuerdo de una noche
Han pasado cinco años desde que la capital de Putumayo tuvo que enfrentar uno de los hechos más complejos, producto de los efectos de la naturaleza. Lo que inició como una llovizna en la mañana del viernes 31 de marzo, por la temporada invernal en la región amazónica, en la madrugada del sábado 1 de abril de 2017 se convirtió en el desbordamiento del río Mocoa, arrasando con parte de la población.
Aunque para las mocoanos y mocoanas las cifras de los fallecidos por esta avalancha superan a las entregadas por las autoridades, para el contexto es oportuno señalar que el reporte entregado por el Instituto de Medicina Legal indicaba que el número de heridos fue de 398 personas, 71 desaparecidos y 333 fallecidos.
Para ese entonces la ciudad contaba aproximadamente con 47.000 habitantes y los barrios más afectados por la avalancha fueron Altos del Bosque, Los Pinos, Laureles y San Miguel. De estas comunidades, el número de familias que perdieron no solo la parte material sino parientes cercanos, amigos y vecinos, han encontrado en la unión del territorio el impulso para renacer desde la primera noche.
Un pueblo que renace
Es el caso de Floralba Díaz Erazo. Ella y su familia son del departamento de Nariño, pero llevan varios años viviendo en la capital de Putumayo. Llegaron allí con la tradición de tejer, un practica que los años no ha arrebatado de sus vidas. Este ha sido un tejido tan fuerte como el de sus ganas de vivir. “De niña aprendí viendo, miraba el proceso, cogía las pajitas y las iracas, yo aprendí a tejer cuando tenía seis años”, cuenta.
Floralba, antes de la avalancha del 2017, trabajaba como estilista, tenía un salón de belleza, y su mamá, la señora Concepción Erazo, tenía una tienda de alimentos. Lamentablemente su vivienda se vio afectada, y ambas perdieron sus empleos. Pero gracias a que la casa era de dos pisos, en la parte alta, esa noche y parte de la madrugada del 1 de abril del 2017 lograron ubicarse vecinos y familiares, “nos agrupamos casi 200 personas, por fortuna ninguno de mi familia falleció esa noche”, cuanta Floralba.
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Las primeras horas resultaron confusas. Costaba mucho mantener la tranquilidad, de esa forma lo recuerda la hija de Concepción. El tiempo iba corriendo, los días iban sumando cansancio y agotamiento, pero gracias a la fuerza de la familia Erazo y los vecinos, lograron conformar un espacio junto a una olla comunitaria, un encuentro no solo para alimentar el cuerpo, este se convirtió en un refugio para alimentar el alma y abrazar a cada mocoano.
El impulso de Floralba siempre estuvo presente. “En ese momento pensaba que todo había acabado y que ya no tendríamos vida”, cuenta. Para ella, esto fue una batalla constante, “lo que hicimos fue reunirnos alrededor de la olla comunitaria con los vecinos, después de vernos vivos llegaba la alegría de saludarnos”.
Tejiendo desde la memoria
Con el pasar de los días, el diálogo permitía reencontrarse de nuevo con sus saberes, con esos recuerdos de la niñez. “Vi a unas primas que estaban tejiendo y les dije que me pasaran una paja de iraca, inmediatamente recordé como tejía siendo niña”, aunque esta tradición estuvo guardada en la mente de Flor por varios años, sus manos aún recordaban cada paso y movimiento para tejer un sombrero. “Llevé paja de iraca a mi madre y se puso feliz, le dije que empezáramos a tejer de nuevo”, recuerda.
Al llevar el tejido a la comunidad, vecinos y vecinas se empezaron a sumar, unos preguntaban de qué se trataba y no solo quedó en la curiosidad. El tejido empezó a hacer parte del entorno y ese pequeño trabajo se transformó en el sentido de un proceso familiar. “Nos pusimos a tejer sombreros a modo de distracción, el tejido nos ayudó a sanar”, cuanta Floralba. Este fue un proyecto que nació alrededor de una olla comunitaria cuatro meses después de la avalancha, Floralba posteriormente tuvo el empeño de hacer de este algo más grande.
Hoy ya tejen bolsos, las hermanas de Flor tejen muñecos, abanicos y tapetes, lo que llevó a que con el tiempo los productos que tejían fueran creciendo. A esto se suma lo que representó el acompañamiento que tuvieron con algunas fundaciones, incluida la Cruz Roja, soportes fundamentales no solo para la ayuda material, también en lo relacionado a la parte emocional.
El tejido social, conformado y fortalecido a través de las artesanías, les ha permitido participar en ferias de Bogotá. Por otra parte, han podido exponer la creatividad en la Hormiga, municipio cercano a Mocoa y otros eventos departamentales.
Las historias de estas artesanas que sostienen sus sueños en Mocoa, primero se formalizaron como Artesanías Rosita con seis mujeres. Ahora, junto a nueve mujeres, lograron consolidar el proyecto como la Asociación Tejiendo Futuros.
Este gran paso se logró gracias a que participaron en la convocatoria de El Campo Emprende, un proyecto del Ministerio de Agricultura, que busca apoyar los emprendimientos de la población rural, mejorando sus condiciones de vida, empleo e ingresos de las familias campesinas.
Gracias a que fueron favorecidas, también tuvieron la oportunidad de abrir una tienda donde venden productos de la canasta familiar, sin perder la esencia de las artesanías tejidas.
Héroes de la región
Cada año, no solo se abre un espacio para la conmemoración de lo ocurrido en Mocoa, también se viven momentos íntimos en cada familia, para recordar a quienes no están, pero a su vez, es la oportunidad donde la población mocoana agradece y reconoce el trabajo de los verdaderos héroes. De esos que estuvieron dispuestos a ayudar no solo con la fuerza que se necesita para remover escombros y buscar a algún desaparecido, también del soporte que llega con una voz de aliento, ese es el caso del cuerpo de la Defensa Civil.
En el 2020, cuando se cumplían cuatro años de la avalancha de Mocoa, en el programa Encuentros de Radio Nacional de Colombia se dialogó con Juan Carlos Cometa Vásquez, quien, para el momento de la tragedia, era el director de la Defensa Civil de Putumayo.
“Sin esa mano amiga, que en su gran mayoría eran voluntarios, la tragedia hubiera sido peor, ese trabajo merece un reconocimiento”, cuenta Juan Carlos Cometa.
Este gran ser humano, gran parte de su vida la ha dedicado a atender situaciones como la vivida en Mocoa por la avalancha, tiene muy presente el apoyo que se recibió desde la dirección general de la Defensa Civil. “La noche del 31 de marzo entregué el reporte y la respuesta fue positiva, al día siguiente se dio un desplazamiento de más 380 hombres para atender la emergencia”, recuerda.
En marzo del 2021, Juan Carlos recibió un reconocimiento a su entrega, compromiso, empeño y dedicación por su labor.
Ahora, cuando se conmemoran cinco años de lo ocurrido en Mocoa, Cometa Vásquez sigue teniendo muy presente la gran ayuda brindada a la población, sin desconocer el apoyo incondicional de la comunidad, que, en medio de la dificultad, decidió sostener su trabajo desde el voluntariado. “Nunca olvidaremos a Jonathan Diago, un voluntario de la Defensa Civil que perdió su vida al tratar de rescatar a niño”, cuenta. Esto se suma al afecto y cariño con el que Juan Carlos recuerda cada esfuerzo y valor de rescate.
Retornar para reconstruir
Sara Fajardo es mocoana, al momento del desastre natural, se encontraba en Armenia cumpliendo con sus estudios universitarios. Esta joven mujer recuerda que sobre las 11 de la noche del 31 de marzo estaba junto a su hermano revisando las redes sociales, de inmediato empezaron a enterarse por publicaciones lo que estaba sucediendo en su ciudad natal. Gracias a unos videos comprendieron la dimensión de lo que sucedía. Pasaron las horas, al no tener comunicación con sus padres y familiares, al día siguiente junto a otros compañeros de estudios iniciaron una recolecta de alimentos y elementos de aseo para llevar a Mocoa.
“Compañeros y amigos de la Universidad del Quindío formamos un grupo de 15 personas, algunos de Mocoa y otros de Armenia, decidimos viajar para brindar el apoyo necesario”. Sara recuerda el impacto que le produjo la llegada a su ciudad al ver calles llenas de lodo. De inmediato se dirigió a su casa junto a los voluntarios con quienes había viajado para reunirse con sus padres.
Una de las zonas más afectadas resultó ser donde se encontraba la cárcel municipal, en la parte trasera de esta zona vivían unos familiares de Sara, lamentablemente ellos perdieron la vida. Pese a esto, la intención del viaje, de sumar fuerzas y mitigar un poco toda la magnitud de la afectación seguía en pie. “Tres días después seguíamos entregando ayudas, la gente llegaba a nuestra casa y les proporcionábamos ropa y comida”, cuenta.
La conexión que seguía sosteniendo Sara con quienes se habían quedado en Armenia era constante, tanto que las ayudas no paraban. “Cada ocho días nos enviaban alimentos, ropa, kits de aseo personal, gracias a eso pusimos nuestro grano de arena ante la situación que vivía Mocoa”, asegura.
Cinco años de aquel momento, a la fecha, la población sigue a la espera de que varias obras culminen y así puedan entregarse para reparar las pérdidas que tuvieron los habitantes. Viviendas, obras de mitigación y el megacolegio harán parte de ese resurgir que cuente como una nueva etapa de vida para el municipio.
Putumayo es una tierra con encanto y Mocoa merece un nuevo cantar. Cómo no sentir admiración y respeto por este pueblo, si el mismo poeta Constantino Fernández, días después del 1 de abril de 2017 transformó su dolor y lo convirtió canción dedicando en sus letras todo su amor: “Mocoa del alma, tierra de belleza intacta”.