Lucía Diegó es una persona no binaria, un concepto para definir a quienes no se identifican ni como hombres ni como mujeres, pues consideran que sus actitudes, características y formas de ser y hacer son fluctuantes en el tiempo y el espacio.
A veces Lucía es más masculino y otras más femenino, transitando libremente por las características asignadas socialmente, según el sexo biológico.
“No me siento cómodo y no es posible ubicarme como hombre o como mujer. Estoy en un espacio ahí, que no sé cuál es y que estoy descubriendo todo el tiempo”, señala.
La historia de Lucía inició en 1986 y se desarrolló en La Uribe (Meta), población donde vivió con su madre, quien era maestra rural y le enamoró de las artes y el estudio. En aquel municipio creció hasta los nueve años, momento en que la violencia lo desplazó.
“Después del bombardeo de Casa Verde, que quedaba a escasos kilómetros del pueblo, se disparó la violencia del conflicto y empezó a haber reclutamiento a menores de edad. Mi mamá sintió el temor de que fuera reclutado y decidió enviarme con mis abuelos al Valle”, relata.
En Florida (Valle del Cauca), Lucía pasó a vivir con sus abuelos, lo que transformó su contexto. Cuenta que eso y la fractura de la relación con su madre por el distanciamiento, hizo que se ensimismara y se refugiara en el estudio y la lectura. Los referentes de la literatura que consumió configuraron su universo de sentidos hasta que ingresó a la universidad.
“En la universidad aparecieron otro espectro de posibilidades y comenzaron a surgir en mí otro tipo de preguntas e inquietudes sobre el cuerpo, el género y la sexualidad. Allí pude explorar desde el arte esas nuevas preguntas vinculadas con mi identidad”, comenta.
En la Universidad del Valle, Lucía exploró su identidad a través del arte y la investigación, se cuestionaba sobre los límites del género y la identidad sexual de nuestra sociedad. Fue así como sintió la necesidad de hacer una acción performática para provocar la reflexión en los otros y entender y apropiarse de su propia identidad. Decidió entonces cambiarse el nombre:
“Lucía era un nombre que me llamaba mucho y era el segundo nombre de mi mamá. Entonces, hacerle un homenaje con mi nombre fue la forma para iniciar la sanación de la relación con ella, la que se fracturó por el conflicto. Lucía es un nombre que resuena conmigo y es el nombre con el que quiero que me llamen”, afirma.
Para Diegó “lo que no se nombra no existe”, por ello, durante cuatro años realizó trámites para ser legalmente reconocido en su identidad, teniendo múltiples experiencias que reconoce como positivas, pues le ha permitieron poner en discusión las estructuras que fundamentan el género y sus roles en la cotidianidad. Dando lugar a la resignificación del lenguaje y al reconocimiento de la diversidad de otros, otras y ‘otres’.
“Hay algunos escenarios en los que he estado en la que usan la palabra ‘todos’ y yo ahí no me siento reconocide. En cambio, hay otros espacios en los que la gente incluso me pregunta por mis pronombres y eso es algo muy valioso porque quiere decir que están reconociendo mi identidad”, sostiene.
Lucía Diegó es un ser variante y libre que nos hace reflexionar sobre como concebimos nuestra propia identidad y la importancia de reconocer las otras formas de hacerlo. Nos inspira a transformar nuestro mundo para que todos, todas y ‘todes’ seamos aceptades tal y como queremos ser.