Hace al menos unos 42 años, dos jóvenes, Libardo Mendoza y Rigoberto Londoño, iniciaron la idea de hacer ladrillos para vender en el aún naciente municipio de Mesetas, Meta.
Lograron hacerse a un pequeño lote a 1 kilómetro del casco urbano de ese entonces, con tierra rojiza, que les pareció buen color para los ladrillos. Allí hicieron dos gaveras o moldes en madera con algunas dimensiones al azar, de los posibles tamaños de los ladrillos.
Comenzaron moliendo barro con dos caballos que tenían, realizaron adobes e hicieron un horno improvisado que según ellos parecía más para asar carne y allí cocieron los adobes que se convirtieron en ladrillos y salieron a venderlos de puerta en puerta, en las pocas casas que había en el caso urbano.
Y les dio resultado. Las personas que comenzaron a comprarlos les gustó, por lo pesados, y a eso se unió, que por esos días, había algunos enfrentamientos armados entre las fuerzas del orden y grupos de izquierda y los dichosos ladrillos aguantaron el choque contra las paredes, haciendo las casas medianamente seguras, pues eran resistentes gracias a los ladrillos macizos.
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Pasado más o menos año y medio, llegó Luis Zambrano y por esa época los dueños de la empresa acaecieron de unas situaciones difíciles que les animaron a vender la fábrica, le pidieron dos millones y medio por ella, él solo tenía un millón y le financiaron el restante a tiempo prudencial.
Don Luis tenía mucha experiencia en la fabricación de ladrillos, tomó la fábrica y realizó algunos cambios, que redundaron en la calidad y cantidad de las unidades, y el pueblo comenzó a crecer y a solicitar ladrillos, lo que obligó a don Luis a contratar obreros y conseguir otros caballares para pisar el barro, que le agregan un poco de pasto seco.
Él hizo un horno al que le cabían unos 10 mil ladrillos y cada dos meses sacaba una cocha. La cocción duraba cerca de diez días, también fabricó una enramada de secado, don Luis comenta que estos ladrillos se popularizaron porque aguantan las balas en los continuos enfrentamientos que se daban por esa época.
Él afirma que nunca se le quedaron los ladrillos, que antes le hacían falta, porque siempre le pedían por encargo y apenas salían del horno era como pan caliente y le tocó hacer otro horno, para poder abastecer las solicitudes, que se ampliaron a otros municipios.
Don Luis decidió vender la ladrillera después de cerca de 20 años de tenerla, en vista que ese punto quedaba en la mitad de algunos enfrentamientos y salió con su familia.
En ese momento, la ladrillera la tomó el señor Otoniel Martínez que, aunque carecía de experiencia en el ramo, pagó por aprender y trabajó gratis para mejorar sus aprendizajes y continuó dándole valor agregado. Así comenzó también a hacer bloques con huecos de diferentes diámetros y se fueron minimizando la fabricación de los macizos.
Compra una máquina para hacer ladrillo tolete, de la cual se arrepintió, porque le metieron ‘gato por liebre’, esa máquina no le funcionó, como no sabía, decidió hacer otra inversión en una nueva máquina, no tuvo mucha suerte según él, pero rectificar, “es por falta de la experiencia” y perdió todo, quería no seguir con la fábrica, pero ya entrado en gastos, tuvo que seguir.
Los primeros ladrillos le salían crudos, algunos desfigurados, hasta que le llegó un ángel a la casa, decía don Otoniel, y le ayudó en la organización de los hornos y le recomendó conseguir carbón bajo de ceniza, y así fue: la producción mejoró. Desde ese momento hasta ahora ha tenido los hornos en constante producción.
Según los tres propietarios de la fábrica, cerca del 80 % de las viviendas del municipio están construidas con piezas de esta fábrica, ‘La fábrica de ladrillos de Mesetas’.
Hoy en día, según el actual propietario lo que él necesita es inversión para poder surtir toda la región del bajo Ariari.