Orquídeas, nuestro emblema nacional que hoy enfrenta el riesgo de extinción
Pese a su enorme variedad, la tala y destrucción de bosques, y la extracción sin control han puesto en grave riesgo la conservación natural de estas plantas.
Foto: Jardín Botánico de Bogotá, reproducida por WWF Colombia
Rafael Trujillo
La orquídea, para muchas personas símbolo de la belleza más estilizada y excepcional de la naturaleza, es para la ciencia uno de los emblemas fundamentales a la hora de evaluar las condiciones de conservación de los ecosistemas, y tal vez por estas mismas razones es una de las plantas en mayor riesgo de depredación y hasta de extinción, a punto que el número de algunas especies, incluso muy conocidas, ha comenzado a disminuir de manera grave.
Hoy nos adentramos en algunas de las sorprendentes características de las orquídeas y de los desafíos que enfrenta este grupo de plantas, cuyas flores son consideradas como algunas de las más hermosas de toda la naturaleza.
“Es uno de los grupos de plantas más diversos. Estamos hablando de alrededor de 50 mil especies en el mundo, que ya es mucho, y cerca de cinco mil no más en Colombia, que es una cifra considerable, si se tiene en cuenta que en nuestro país hay 40 mil especies de plantas”, explica el biólogo y botánico William Vargas.
Vargas reseña que la orquídea es un grupo evolutivamente muy exitoso, al adaptarse a las condiciones más variadas: desde zonas secas a húmedas, desde las orillas del mar en agua salada hasta casi que de las zonas nevadas en agua dulce, y desde el suelo hasta los árboles más elevados. Hay desde flores muy pequeñas hasta otras de gran tamaño.
Una de esas maravillosas especies es, ni más ni menos, la flor nacional de Colombia, la Cattleya trianae, fácilmente reconocible y de gran popularidad por “acomodarse” sin dificultad a los troncos de árboles en varios pisos térmicos y convertirse en parte del colorido de muchos jardines y viviendas.
Tales condiciones, variedades y tonos las han convertido desde muy antiguo en piezas deseadas para el cultivo, el comercio y la exhibición ornamental, porque ese sentido estético se extiende a la planta misma.
“Desde el siglo XVII, y con el paso de los años, aún en pleno siglo XX, partían expediciones desde Europa a América, dedicadas exclusivamente a llevar orquídeas”, relata William Vargas. El fenómeno, agrega, sigue, aunque a menor escala y a otro nivel social: se han convertido en muestra de estatus social, “con la que las señoras y señores de alta alcurnia exhiben especies exóticas y raras, en un mercado oscuro que ha llevado a que muchas especies se hayan extinguido”.
Y hay una situación paralela: la destrucción de los hábitats, a la que las orquídeas son muy sensibles porque, en el caso de las epífitas (que viven sobre otro vegetal) no se encuentran solas sino que requieren una diversidad grande de árboles maduros, de corteza rugosa, para mantenerse en la naturaleza. “Hasta nuestra flor nacional está en vía de extinción”, alerta el investigador, al señalar que ya no se encuentran poblaciones nativas como se veían hasta hace algunos años.
“La orquídea es un indicador de la calidad, del grado de desarrollo y de conservación de los bosques”, concluye. Por ello, recomienda no adquirirlas a quienes las traen de los bosques, sino a quienes las cultivan para venderlas en un comercio legal. Quien tiene una finca, debería permitir la reintroducción de la orquídea al medio natural, y avanzar en una restauración ecológica “para que este tipo de plantas puedan volver a estar allí”.