La aventura de recorrer los parajes más recónditos en Colombia, llevó a esta joven de 27 años a montar a Amalaya, como bautizó a su bicicleta, y salir a conectarse con la humedad de las selvas de Caquetá o el calor del sur del Tolima. Natalia Ramos Gaviria, una bogotana con raíces del sur del Tolima, decidió un día de noviembre de 2020 salir de la ciudad de San Juan de Pasto hacia el oriente del país. La idea, en este proyecto deportivo y aventurero llamado ‘Conectando Ruedas’, es tener un intercambio con ese país invisible para las grandes urbes o poco contado por los medios de comunicación, para aprender.
Para ‘Negrita’ o ‘Nati Reims’, como le llaman sus amigos más cercanos, este proyecto es atrevido, aventurero, que mezcla el deporte y la curiosidad de conocer, con una pizca de riesgo, debido a la incertidumbre de no saber con qué te vas a encontrar. “Conectando Ruedas'' es una travesía para descubrir lo que nos mueve, y yo quiero conocer las historias de líderes culturales o deportivos en partes escondidas de Colombia que generan movimiento en sus comunidades. Entonces, esta aventura arrancó en Pasto, ahorita estamos en el Tolima, pero el objetivo es llegar al sur de La Guajira”, dijo.
Temores en el camino
Pese a las dificultades que puedan traer al aventurero, trazar un viaje en bicicleta, y más si se es mujer, Natalia ha contado con “ángeles protectores” en el camino. “Colombia es un país de ciclistas, entonces, si algo hay en nuestro país es que yo me he encontrado con pedalistas en la ruta. Yo inicié esta aventura “sola”, entre comillas, pero yo voy conectando ruedas con la gente, como dice el proyecto. Siempre me conecto con algún ciclista en el camino y, he sido muy afortunada, que muchas de las etapas las he podido cumplir acompañada”, recalca la deportista.
Desde que inició la travesía emprendida por Natalia, explica, siempre ha estado el fantasma del miedo. “Desde que arranqué, todo el mundo me decía ‘no lo haga, eso es muy peligroso en Colombia’ o me decían ‘vaya después que es periodo pre-electoral’, pero siempre habrá un ‘no’. El año pasado fue el paro, el antepasado era el inicio de la pandemia y ahora es el afloramiento de los grupos armados. Yo todo el tiempo me enfrento a esos temores en la ruta, pero lo que yo me he encontrado es como estas rueditas del camino que me han abierto oportunidades”.
Las historias que ha conocido
En este momento, la psicóloga y politóloga por profesión se recupera en Chaparral (Tolima) de una caída que tuvo llegando a Neiva (Huila). Pero antes de ello, las bielas llevaron a ‘Nati’ a encontrarse con cuatro historias, geniales para ella, las cuales va registrando en un blog Web que podemos consultar: Tierra de Los Guardianes, Pasto (Nariño); la carretera La Gran Serpiente, en Putumayo; historia de resiliencia en Piamonte, Cauca; y la Escuela Audiovisual Infantil, en Belén de los Andaquíes (Caquetá).
“La intención de llegar acá es porque no conocía el sur de Colombia, y acá arrancó esta travesía: La primera historia con la que me encontré en el camino es la del volcán Galeras como un guardián para esta comunidad; tuve la oportunidad de hacer la circunvalar del Galeras, que son 113 kilómetros. Y logré conocer esos caminos por un ciclista que me contaba que el Galeras tuvo una explosión cuando llegó una comisión de científicos a hacer la primera expedición de volcanes en Colombia y el tío de esa persona que conocí en Pasto era el encargado de llevar ese grupo de científicos al borde del cráter. Y a él, a la mitad del recorrido le tocó regresar porque se le habían quedado unos equipos y aquí es cuando ocurre la explosión, los 14 científicos mueren y él se salva”, relató.
Otro de los lugares que visitó Natalia en bicicleta fue Sibundoy, en el departamento de Putumayo, lugar muy ancestral, pero en el pasado era una zona de conflicto armado. “Visité Villagarzón, Puerto Guzmán, Orito, Mocoa, un escenario donde hay mucho conflicto social y de cuatro grupos armados en estos momentos ahí. [...] Hacia Mocoa tomé una vía que le llaman el ‘Trampolín de la Muerte’, la cual es una carretera que baja hasta Sibundoy, que ya es el alto Putumayo, y después baja a Mocoa; y le dicen el Trampolín de la Muerte porque hay por lo menos 18 curvas. A la carretera le dicen ‘La Gran Serpiente’ por sus curvas y porque está destapada y una quebrada la curva atravesando todo el tiempo. Debería llamarse el ‘Trampolín de la Vida’, porque esa es la entrada al Piedemonte Amazónico y en un ecosistema supremamente biodiverso y el verde es muy exuberante”.
“La vida existe a pesar de la guerra, una frase de Soraya Bayuelo que se me quedó. Y la recuerdo porque estos territorios no es solo conflicto armado, conflicto social, sino que hay mucha riqueza. En ese sentido, en Piamonte (Cauca), donde hoy hay mucha presencia de grupos armados, especialmente disidencias, me acogieron dos mujeres quienes me decían que había un muy bonito tejido social porque ahí todos se conocían y mucha fraternidad. Por eso es necesario comprender otras dinámicas para aprender a convivir en estoas territorios”, relató Natalia.
“Luego fui por todo Caquetá, llegué a los municipios San José del Fragua, Belén de los Andaquíes, El Doncello y San Vicente del Caguán, una región que pude recorrer y donde hubo mucha presencia guerrillera y luego paramilitar. [...] En esta región, conocí una historia muy bonita que es la de Adriana, ella es una mujer que trabaja en la vereda Miravalle en la zona de reincorporación, con la que pude compartir durante cuatro días. Ellos hacían parte, durante la guerra, en la Columna Teófilo Forero, pero ahora dirige procesos de sociales y culturales en esta región de Caquetá. En estos momentos, están liderando la consecución de un museo con todos los elementos que hacen memoria de esa columna para contar la historia de la guerra desde su perspectiva. Ella entró muy pequeña a la guerrilla, según ella, por iniciativa propia a los 14 años de edad”, relató la mujer.
Finalmente recorrió Huila, Neiva, Aipe, etc, para llegar hoy a Planadas y Chaparral. En Planadas logró participar en la Primera Travesía de Ciclomontañismo del Municipio, la cual no se habían atrevido a hacerla por este tema del conflicto armado. “En Chaparral logré reencontrarme con mis raíces: Lo primero que hice fue arreglar la ropa que se me había roto en el trayecto y luego taparle un roto a una de las prendas dañadas; entonces yo llegué a una confeccionadora de uniformes y solo tenían parches de colegio. Entonces yo dije que le pusieran el parche del Colegio Manuel Murillo Toro, porque ahí estudió mi papá y toda su familia. Pero además de eso, como ñapa, le pusieron la palabra ‘Chaparral’ muy grande en bordado en la espalda. Eso es algo muy curioso que, algo que no estaba en la Ruta, ahora no solamente aparecerá en el mapa sino que me acompañe por mucho rato”.
Para ella, Tumaco, Arauca, Norte de Santander y algunas regiones del departamento del Cauca, son escenarios donde tal vez pensaría mucho antes de tomar la decisión de pedalear por allí. Asegura que, aunque se ha arriesgado a transitar escenarios difíciles, porque “No voy sola, voy conectando ruedas” y hay un montón de guardianes en las carreteras, pensaría mucho transitar escenarios en los que aparentemente nunca se firmó el Acuerdo.
El mensaje de esta bogotana, con raíces surtolimenses, es recorrer el país desconocido, por las trochas y los caminos donde solo el país empobrecido por la guerra a transitado, donde los campesinos de azadón han levantado a sus familias, en miras a ampliar la mirada de lo que es nuestro país. ‘Nati Reims’ espera culminar esta travesía en el municipio de Dibulla, en La Guajira, a finales de este 2022 y escribir sus memorias. De esta manera, convertir el proyecto ‘Conectando Ruedas’ no solo su reto personal de conocer la otra Colombia sino motivar a otros a hacer deporte con un propósito más social y más político, así combatir la estigmatización hacia unas regiones de Colombia.