Pasar al contenido principal
CERRAR

Juan Díaz Sosa, un fotoagüitas del siglo XXI

En plena era digital, este joven rockero, nieto de uno de los pioneros de la fotografía de parque en Bogotá, mantiene viva una antigua técnica fotográfica y el legado de su abuelo.
FOTO
Yaneth Jiménez y Filiberto Pinzón
Yaneth Jimenez Mayorga

Una vieja cámara fotográfica de cajón, con fuelle de cuero en forma de acordeón puesta sobre un trípode con patas de madera, llama la atención de los visitantes del populoso Mercado de las Pulgas San Alejo, ubicado sobre la calle 24 con carrera séptima, en el centro de Bogotá. Allí niños, jóvenes, grupos de amigos, parejas, adultos mayores se acercan, unos con curiosidad por ver de cerca la antigua cámara, otros con la duda de que el aparato funcione y otros más para a posar para que Juan Manuel Díaz Sosa, les tome la anhelada fotografía. 

Y es que en plena era digital, en la que los teléfonos celulares se convirtieron en las cámaras del siglo XXI, este joven bogotano, nieto del maestro Julio Sosa Zamora, uno de los pioneros de la fotografía de parque en la capital colombiana, le apuesta a perpetuar el legado de su abuelo y a mantener la foto agüita, una técnica fotográfica en vía de extinción.

“Yo empecé a involucrarme en este mágico mundo gracias a mi abuelo, uno de los primeros fotógrafos de espacio público de Bogotá. Siendo muy niño, él me llevaba al Parque de Lourdes en Chapinero, que era uno de sus “centros de operaciones”, y donde él era uno de los personajes más queridos por artesanos, emboladores y visitantes del parque. Yo era su asistente, le ayudaba a cargar los equipos, y lo acompañaba a adquirir los insumos al centro de la ciudad. Era tal su pasión y entrega que me inspiró a “meterme” más en el oficio”, recuerda Juan Manuel. 

Foto
Con el tiempo, el entonces pequeño Juan fue conociendo otros fotógrafos, recorriendo otros espacios como el Parque Santander, el Parque de la Independencia, la plaza de Bolívar y la carrera séptima, y aprendiendo sobre el proceso de calotipia, un método  inventado por William Henry Fox Talbot, basado en un papel sensibilizado con nitrato de plata y ácido gálico que luego de ser expuesto a la luz, era revelado y fijado, dando como resultado una imagen en negativo a partir de la cual se podían generar varios positivos.  
Este, que fue el procedimiento fotográfico con papel más utilizado hasta 1860-debido, entre otras cosas, a su costo más económico y a que permitía obtener múltiples copias de la imagen-, fue además lo que le dio el sustento a la familia de don Julio, y lo que le ha permitido a Juan Manuel mantener esta tradición. 

“Cuando crecí tuve la oportunidad de ser becado en una escuela de fotografía, donde me “enrollé” mucho más. Aprendí y conocí sobre inventores y gestores de este bello arte como Nicéphore Niépce, al que se le considera el inventor de la fotografía; Cartier Bresson, uno de los mejores fotógrafos del mundo reconocido por su consigna del “instante decisivo”, que hacía referencia a ese momento único de la toma fotográfica que es irrepetible, único”, comenta Juan Manuel. 

Sonrían, es cámara fotoagüita 

Las correrías fotográficas con el abuelo continuaron durante varios años hasta cuando don Julio, debido a su edad, decidió quedarse a descansar en su casa del barrio San Fernando, en el noroccidente de Bogotá, mientras Juan, solo, se dedicó a poner en práctica todo el aprendizaje de calle que le dejó don Julio y los conocimientos adquiridos en el aula de clase. 

Del abuelo Julio, el joven rockero seguidor de Leonard Cohen, David Bowie y Tom Waits, también recuerda su impecable apariencia con vestido de paño, corbata, boina y zapatos siempre brillantes, su gusto por los tangos, su afición por Gardel, esa ceiba plantada por el “viejo” en el Parque Lourdes que le servía de sombra en los días calurosos, y su profunda admiración por Jorge Eliécer Gaitán. 

“Mi abuelo se sentía muy orgulloso de haber fotografiado a Gaitán y a otros tantos personajes de la vida nacional, como al expresidente César Gaviria, con quien está en una de las fotografías que conservamos durante mucho tiempo”, rememora Díaz Sosa. 


Lee también:


De su maestro, Juan Manuel también heredó la calidez humana y el gusto por compartir su conocimiento con quienes se acercan a la vetusta, pero funcional cámara. “Disfruto contarle a la gente sobre historia de la fotografía, de la trayectoria de mi abuelo y de otros fotógrafos de antaño, sobre algunos trucos y técnicas”, señala Juan Manuel. 

Así, con voz pausada, mientras se prepara para plasmar la imagen en blanco y negro que le pide un grupo de amigos en la entrada del Mercado de las Pulgas, Juan les detalla: “este cajón funciona como un cuarto oscuro portátil en cuyo interior hay dos cubetas con los químicos para el revelado y el fijador, donde se coloca el papel fotográfico”.

Y continúa: “introduzco mi mano en el cajón con la manga que hay en esta puertica para que la luz no entre; coloco el papel en el respaldo de la cámara, quito por unos segundos la tapa al lente (que va en el fuelle). Saco el negativo, lo pongo en un balde con agua (de ahí el nombre de fotoagüita) donde lavo el papel fotográfico. Espero que se seque y… ¡La foto!”. 


Lee también: 


Ansiosos los amigos esperan recibir el especial recuerdo. “El proceso total dura cerca de diez minutos desde que realizo la toma, revelo el negativo, y saco la copia del positivo impresa. Lo más bonito es ver las sonrisas de las personas cuando tienen en sus manos la foto en blanco y negro impresa que les evoca nostalgia y alegría”, comenta. 
Fin de semana a fin de semana, Juan Manuel, cuyo nombre “artístico” es Juan Sosa, persevera en el oficio, rememora las enseñanzas de don Julio Sosa, agradece a su “público”, recorre también pueblos cercanos a Bogotá llevando la magia de ese cajón y la pasión que heredó del abuelo y que guarda sigilosamente como su mayor tesoro. 

Artículos Player