Carteles de antaño: resistiendo y divulgando el arte en las calles
Hubo una época en Bogotá, cuando todavía no había llegado el internet, que los muros y las paredes de la ciudad servían de cartelera para que los ciudadanos se enteraran de las diferentes actividades culturales, políticas, recreativas y deportivas que ofrecía la capital del país.
En esos espacios sobresalían carteles de lucha libre, partidos de fútbol, llegada de circos nacionales y extranjeros, y corridas de toros entre otros. También abundaban en las campañas electorales los afiches de los candidatos de los dos únicos partidos tradicionales que había en ese tiempo. Otros carteles que llamaban la atención era el de los cantantes extranjeros, en donde anunciaban que era su última presentación en Colombia; pero al siguiente año volvían a presentarse en el país.
Actualmente, tal tipo de comunicación ha tenido un gran declive en Bogotá y en las principales ciudades como Cali o Medellín debido a la era digital, también por algunos decretos expedidos por las autoridades locales para evitar la contaminación visual. Estas medidas han perjudicado al gran número de personas que participan en la elaboración de un cartel.
Una linterna que todavía alumbra
En el tradicional barrio de San Antonio, en la capital vallecaucana de Cali, aún sobrevive el taller de impresión ‘La linterna’ el cual conserva, gracias a sus “maestros”, el arte de la tipografía de antaño. Este espacio se ha convertido en un punto de encuentro cultural para estudiantes y profesores de diseño, y para artistas nacionales y extranjeros.
Hay varias versiones sobre su creación: unos dicen que La linterna fue una revista fundada en 1930 por Simón Henao Roa que se distribuía por diferentes municipios del departamento del Valle del Cauca. Otros afirman que era un periódico amarillista especializado en noticias sobre asesinatos. A partir de 1950 se dedicó a hacer cancioneros, horóscopos y la publicidad callejera que se pegaba en la calle.
“Yo llegué a La linterna en 1976 cuando estaba en el barrio Santa Rosa. El señor Henao había muerto ya. Su viuda le vendió el taller en 1977 a la familia Sinisterra Cardona. Después Gustavo, uno de los hijos, la adquirió. Él fue el que abrió el mercado de los carteles publicitarios con Medellín, Bogotá y otras ciudades. El 90 por ciento de la producción la generaba Bogotá”, señala Olmedo Franco, uno de los empleados de La Linterna y uno de sus tres socios actuales.
En 1986 trasladaron el taller a San Antonio. En los años noventa ‘La linterna’ imprimió miles de carteles para diferentes eventos, entre ellos el concierto de Guns N´Roses en Bogotá en 1992 y el de Elton John en 1995. También hizo el afiche para la presentación de Kiss, en 2009.
Luego, Gustavo se fue para Australia y le vendió el negocio a su hermana María Teresa. Ella lo tuvo hasta 2017 porque se empezó a atrasar con los arriendos y los sueldos. Pensaron en vender en Japón dos máquinas de impresión antiguas: una Marinoni, de 1870, y una Reliance, de 1890. Pero salía más costoso el transporte. Incluso pensaron venderlas para chatarrizarlas.
“En esa época llegaron Patricia Prado y Fabián Villa, dos artistas que fueron a imprimir un cartel. Ellos se enteraron de la situación y nos dijeron que nos ayudarían. Ahí comenzó lo que sería la nueva Linterna, un centro de arte y cultura. Hicieron una feria con películas de los años ochenta. Imprimimos los carteles para esas cintas en tamaño pliego. Fue un éxito, la gente compró esas piezas”.
Luego Olmedo, junto a sus dos otros compañeros de trabajo, Héctor Otálvaro y Jaime García, llegaron a un acuerdo con el dueño del taller para recibir las máquinas como indemnización por su tiempo de trabajo. Así se convirtieron en los socios que hoy administran el taller.
Entonces empezaron a realizar muestras de carteles sobre salsa, rock y cine. Por La linterna han desfilado diseñadores de Cali, como Carlos Carrillo, Víctor González, Fabián Villa, Erik Ortega y Patricia Prado, entre otros. También de Bogotá han venido algunos artistas como Toxicómano. Además, han trabajado para diseñadores de Argentina y México. Poco a poco se ha convertido en un espacio importante para la memoria gráfica del país y de Latinoamérica.
“A nivel de arte y cultura, yo no creo que el cartel artístico desaparezca, porque hay mucha gente a la que le gusta este tipo de pieza: un afiche que no es “perfecto”. No es igual a como lo sacan en litografía o en digital. Siempre tiene la huella que dejan las máquinas por ser tan antiguas”, concluye Olmedo Franco.
El muro de Adolfo
Adolfo Ayala es el propietario de Carteles Bogotá y director del cine club “El Muro” el cual cumplió recientemente 26 años. Es un ferviente defensor del cartel como un medio de comunicación de las actividades culturales en diferentes etapas históricas de la ciudad.
Adolfo, quien llegó a Bogotá de Armero (Tolima) con su familia en 1982, se inició en este mundo de los avisos en 1990 pegando carteles fúnebres: “en esa época había muchas funerarias. Para mí fue importante porque conocí la ciudad. En un día me tocaba hasta buscar seis direcciones y lo hacía movilizándome en bus. Así también conocí esa parte sensible de las personas, cuando los toca la muerte”.
Después pasó a los carteles culturales que marcaron una época en Bogotá. Fue así como recorrió muchos lugares famosos como: La teja corrida, El Bulín, Famas y Cronopios, Café y Libro, El patio del arte y Los versos del capitán. Los dueños de estos establecimientos mandaban a hacer su publicidad, la mayoría de veces, en las imprentas que quedaban sobre la carrera 6 con calle 8, en especial en Carteles Olympia.
En ese tiempo trabajaba en la famosa empresa de los hermanos Roa. Ellos le abrieron la puerta para pegar afiches en la ciudad. También empezó a laborar para los sindicatos y campañas políticas. Asimismo, alcanzó a pegar carteles de la constituyente. Por ese camino llegó a los cineclubes y por ahí nació “El Muro”.
En este medio como “pegotero” (nombre que se le da en este argot a los que fijan avisos en las paredes) conoció a muchos colegas, como los que le manejaban la campaña a Carlos Lemos Simmonds. Eran conocidos como los hijos de “La diabla”. Fueron famosos porque se bajaban siete de un carro y en segundos pegaban grandes carteles con el engrudo preparado con maicena y soda cáustica.
Muchos pegoteros trabajaban para reconocidos talleres gráficos como Antenas, Olympia, La Universal, Apolo y carteles Colombia. Muchos de ellos dejaron el oficio y otros murieron: “había uno al que le decían el “Cordobés”: un señor que pegó toda la vida, los carteles de las corridas de toros. Era feliz pegando este tipo de afiche y murió alcoholizado. Otro muy famoso, que decía que era el único con carné, era el “Chapulín”. No sé si vive aún”, comenta Adolfo.
Este hombre no duda a la hora de defender el tema de los carteles. Él le tiene mucho agradecimiento, porque gracias a ellos, su cine club “El Muro” se dio a conocer, ya que pegaban muchos carteles en diferentes puntos de la ciudad, divulgando las películas que iban a proyectar. Una de esas cintas fue “El imperio de los sentidos”.
A la proyección de esta nueva copia, que había sacado Venus Films, fueron unas mil personas al teatro Teusaquillo. Tuvieron que hacer otra función.
“Hay una ley de 1993 sobre contaminación visual, obsoleta y que hay que actualizarla, para que les dé potestad a las ciudades capitales para regular esta actividad. Detrás de un cartel hay un diseñador, un ilustrador, un empresario y un pegotero, toda una cadena de empleo. Cuando estaba el alcalde Peñalosa se construyeron unas mesas de trabajo que las lideró, en ese entonces, el hoy senador Antonio Sanguino. No hubo una respuesta positiva por parte de dicha administración”, señala.
Esa ley perjudicó a mucha gente, como a los empresarios de grandes eventos, porque al prohibir fijar sus avisos en Bogotá, que era la que mandaba a otras ciudades como Medellín y Cali, optaron hacer su publicidad en Publimilenio, en redes sociales.
“En cuanto a Tuboleta, a los empresarios le hacen firmar un documento en donde no pueden fijar avisos: entonces dejamos de ver grandes carteles que son obras de arte y dignas de colección como el del concierto de U2”, menciona.
Sin embargo, Adolfo sigue dando la pelea para que el cartel tenga su espacio en la ciudad, como sucede en algunas metrópolis del mundo. Mientras tanto continúa con su empresa y cine club llevando la actividad cultural y política de Bogotá a través de los carteles. Para ello cuenta también con William Romero, un pegotero que lleva 12 años en este oficio el cual aprendió de su veterano hermano.
“Ahí seguimos dando la batalla. En este último periodo nos vinculamos con las principales organizaciones de derechos humanos, donde hemos hecho una labor muy oportuna para el país. Hemos tratado también de inquietar, a través del cartel, a una parte de la sociedad que no quiere darse cuenta de los momentos oscuros que vive el país”.
Hernán Bello, diseñador gráfico y artista, piensa que el cartel ha ido evolucionando y no cree que este medio de comunicación vaya a desaparecer. Pone el siguiente ejemplo: “si una empresa llega a organizar un evento, ellos van a desarrollar una pieza con toda la información para promocionarlo. Lo que va a evolucionar es la forma como se va a presentar el cartel en las redes sociales. Sin embargo, la función del cartel siempre ha sido comunicar en la calle”.
Por eso el diseñador dice que en Bogotá es cuestión de cómo deben organizarse las empresas que imprimen y pegan carteles con el Distrito, para que este tipo de comunicación tenga su espacio. Como la iniciativa que hubo a finales del 2000, que reglamentaba la publicidad exterior en algunos sitios de la ciudad como en el centro histórico de La Candelaria, a través de carteleras y mogadores establecidos por la Alcaldía.
Para Leonardo Agudelo, historiador de la Universidad Nacional de Colombia, sede Medellín, el declive del cartel se debe al desarrollo acelerado en la era digital, en donde se prefieren pantallas de plasma para hacer anuncios en diferentes escenarios. También por el código de policía que ha satanizado al cartel, ignorando la gran tradición que acompaña al cartelismo. Además, dice, que ha sido considerado como un elemento nocivo dentro de la estética de los urbanistas modernos.
Asimismo, señala que hubo una cierta receptibilidad por parte del Concejo de Bogotá para reformar la ley de policía, y así poder proteger al cartel como una expresión cultural en la construcción de los imaginarios urbanos. Pero todavía no ha tenido un gran apoyo por parte de las bancadas ni tampoco hay un equipo de la alcaldía que respalde definitivamente esta iniciativa.
“El cartel sigue siendo un elemento encantador que seduce por lo vintage. Esa parte arcaica que lo hace tan romántico. Frente a un cartel se está ante una pieza de comunicación que lleva 600 años dentro del espacio de la ciudad y los pequeños pueblos”, puntualiza el historiador Agudelo.