Leonardo Morales vivía en la infancia con su familia en una finca propiedad de su padre en Simacota (Santander). Uno de sus sueños era convertirse en un buen mecánico de autobuses y camiones. También anhelaba conocer Bogotá, motivado en parte por las maravillas que sus primos le contaban sobre la capital del país.
Cuando salían al pueblo los domingos, don Leonardo quedaba fascinado por las flotas que pasaban por la carretera pavimentada. Muchas veces se imaginaba siendo pasajero en una de ellas. Sin embargo, volvía a la realidad cuando regresaban montados en esos carros camperos que brincaban por una vía polvorienta y destapada. Al llegar a casa, dibujaba en sus cuadernos de tareas los buses que guardaba en su memoria.
Aunque su aspiración de convertirse en mecánico no se materializó, su deseo de conocer Bogotá sí se hizo realidad: "le dije a mis padres que quería ir a la gran ciudad. Ellos me aconsejaron que escribiera una carta a una tía que vivía en Bogotá. La envié y, a los diez días, recibí la respuesta diciéndome que me esperaba allá", relata don Leonardo.
Para comprar el pasaje, su padre vendió un poco de café, y así llegó a Bogotá a la edad de 10 años. "Mi tía me recibió un domingo a las seis de la tarde en la agencia de buses de la calle 17 con carrera 16, donde en ese momento llegaban buses de varias partes del país. En casa de mi tía, me dijo que debía acostarme temprano porque madrugaríamos. Yo pensé que sería para pasear y conocer la ciudad", recuerda.
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Al día siguiente, fueron a una cafetería cerca de los estudios GRAVI, donde la tía trabajaba preparando almuerzos para actores y trabajadores de algunas programadoras de televisión. Allí, conoció a Lucia, amiga de su tía, quien recomendó a don Leonardo para trabajar con ellos.
"Ese mismo día empecé a trabajar en un pequeño local que vendía pasteles Gloria en la carrera Séptima con calle 21. Inocentemente pensé que venía de vacaciones. En ese tiempo, no era problema que los niños trabajáramos. Al principio, me encargaba del aseo, lavaba vasos, recogía loza y aprendí a licuar kumis y masato, entre otras labores menores", relata.
Los dueños del negocio, Lucia y Francisco Mejía, una bonita pareja paisa, lo recibieron con cariño y lo trataron como a un hijo. Doña Lucia (que era profesora) ya falleció, y don Francisco, de 94 años, vive actualmente en Medellín. Él fue un comerciante que viajaba a Bucaramanga para comprar calzado y venderlo en Bogotá. Nunca tuvieron hijos.
En marzo de 1950, siguiendo la recomendación de dos amigos y un pastelero, los Mejía montaron el negocio en ese local, comenzando a elaborar los pasteles Gloria típicos de Medellín. Entonces se fueron dando a conocer y a tener una gran clientela (la mayoría paisa). Desde esa época conserva el nombre de pastel Gloria doña Pachita, el cual fue puesto por los amigos que frecuentaban el sitio, en alusión a Don Francisco al que cariñosamente llamaban Pachito.
“Yo escuchaba al pastelero y a don Francisco hablar del hojaldre, de cómo se le daban las vueltas a este tipo de masa. Una vez le pregunté a Pachito que cuáles eran las tales vueltas y él me explicó todo el proceso. Por mi cuenta compré unos ingredientes y en la casa me ponía a practicar. Una vez el pastelero se fue de vacaciones y en ese momento no había quien pudiera remplazarlo. Entonces yo, que ya tenía 14 años, me ofrecí y me dieron la oportunidad. Resulta que el pastelero se quedó en Santa Marta (risas) y yo me quedé con el puesto”, comenta.
Don Leonardo trabajó como pastelero durante siete años, aprendiendo los diferentes procesos de este oficio. Cuando la pareja se enfermó, confiaron la administración del negocio a don Leonardo antes de mudarse a "tierra caliente". Este, con determinación, les aseguró que podían confiar en él y enseñó a otro joven a encargarse de la pastelería.
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Posteriormente, don Leonardo diversificó el negocio introduciendo nuevos productos como pasteles de arequipe, arequipe y queso, bocadillo y queso, de pollo, de carne y hawaiano, así como torta de queso, banano, mantecadas, roscones, galletas, panderones, chicharronas y, más recientemente, sándwiches de pernil de cerdo, cuyos jamones él mismo prepara.
El pastel Gloria Doña Pachita, es conocido por llevar cidra (una planta cucurbitácea) que se agrega al hojaldre con bocadillo. Sigue siendo el producto estrella que atrae a una amplia clientela, en su mayoría paisas. Algunos los consumen recién sacados del horno y otros, ya fríos. Muchas personas, al viajar a otras partes del país y del mundo, llevan estos deliciosos pasteles como regalo familiar en cajas especiales, llegando incluso hasta Afganistán.
Con siete hijos, la mayoría profesionales, y uno aún estudiando bachillerato, el negocio se encuentra ubicado en la carrera 9, No 21-18. Don Leonardo recibe además apoyo de su familia: le colaboran su cuñado, cuñada, hermana, esposa e hija. Los sábados viene otro hijo que estudia arquitectura.
“Gracias a mis viejitos Lucía y Francisco Mejía, los fundadores de este negocio y que fueron como mis segundos padres, es que yo aprendí a trabajar y a ser lo que soy hoy en día. Gracias a Dios tengo una buena clientela. También les he podido dar a mis hijos lo que ellos quieran. Por eso les digo: estudien lo que quieran, pero aprendan un arte, porque si la carrera no les da, este oficio les da para que vivan. Aprendan acá todo lo que quieran, porque yo me muero y no sé qué vaya a pasar de aquí a mañana”, concluye Leonardo Morales.