Con la llegada de la Constitución de 1991 se suspendió la licencia de locución como requisito obligatorio. De ese año para atrás las reglas de juego para los locutores estuvieron atravesadas por el acontecer político, la censura y el intento de que quienes hablaran ante los micrófonos tuvieran unos conocimientos básicos.
La radio ha sido desde sus inicios un medio de comunicación altamente democrático. En Colombia, su nacimiento fue posible gracias a la experimentación de aficionados y personas que “cacharreaban” con máquinas y antenas. No querían quedarse en la retaguardia de un fenómeno que empezaba a tomar mucha fuerza en el mundo. La radiodifusión se expandió muy rápidamente, como también se expandió una noble profesión, la de locutor.
Desde 1929 empezó a conformarse una audiencia radial. La HJN, creada por el Estado colombiano y la Voz de Barranquilla, impulsada por Elías Pellet Buitrago, dieron el primer paso. A partir de allí locutores aficionados tomaron los micrófonos; no existía aún una reglamentación ni tampoco una formación técnica, así que la experimentación fue el recurso a la mano para transmitir mensajes con la voz, siguiendo pautas definidas por los distintos géneros y formatos: programas informativos, musicales, de humor, radioteatros y radionovelas, entre otros. La radio se fue haciendo con mística y pasión.
Pronto las frecuencias del dial empezaron a ocuparse. En cuestión de 10 años, todas las ciudades del país tenían emisoras comerciales que a la vez prestaban servicios sociales. Los locutores iban imprimiendo su propio sello y atrayendo así los oídos de la gente. El país iba a su propio ritmo, con los problemas sociales y políticos que han definido su devenir; la radio era testigo del acontecer nacional y su importancia era tal que la prensa escrita hablaba de la radio: cotidianamente los lectores conocían la programación de las emisoras más influyentes, así como de los personajes que les iban dando identidad.
Hubo revistas de gran acogida que presentaban la trayectoria de los locutores, locutoras y radioactores; una de ellas fue la famosa ‘Estampa’ y otras fue la revista ‘Ondas’. Al leerlas queda la impresión de que las primeras décadas de la radio fueron fulgurantes. El vuelo que fue tomando este medio llevó al Estado colombiano a desarrollar poco a poco una legislación para su control.
Tras un proceso de investigación documental encontramos en el Archivo General de la Nacional las licencias de destacados locutores de las primeras décadas de la radio colombiana. Estas están disponibles para su consulta en el Especial 80 años de Radio Nacional.
Las licencias, están respaldadas por documentos que dan cuenta de los trámites y exámenes que debieron surtir, durante varias décadas, los locutores colombianos. A la vez, en algunos casos, dan cuenta de cómo la vida política del país se va iba reflejando en algo que parecía simple requisito para trabajar. En el especial es posible encontrar las licencias de afamados locutores y locutoras: Carlos Muñoz, Dora Cadavid, Teresa Gutiérrez, Humberto Martínez Salcedo, Jaime Olaya, entre muchos otros.
Para reconocer algunos aspectos que dan cuenta de que las licencias fueron más que un simple documento, tomamos la de Pompilio Ceballos, conocido en su tiempo como Tocayo Ceballos, uno de los primeros humoristas colombianos, recordado por su ‘Hora de la Simpatía’. Para tomar los micrófonos, él debió cumplir los distintos procesos que el Estado colombiano fue definiendo entre los años 40 y 50. Al revisar su licencia y los documentos de soporte es posible reconocer los controles que se ejercieron para garantizar lo que se consideraba una comunicación responsable.
La anterior imagen corresponde a la solicitud que hizo Pompilio Ceballos para obtener la licencia de locución. Esta solicitud se hacía ante el Ministerio de Correos y Telégrafos. Como consta en el documento, era la Radiodifusora Nacional, hoy nuestra Radio Nacional de Colombia, adscrita en ese entonces al Ministerio de Educación, la encargada de aplicar los exámenes correspondientes.
La abundancia de locutores de todo tipo había llevado a que en 1937 se expidiera el decreto 1228 con el que empezó a regularse el oficio. Entre muy importantes asuntos relacionados con la radiodifusión, allí se establecía que “Los anunciadores (locutores) de las estaciones radiodifusoras comerciales y culturales, deben ser colombianos y obtener autorización del Ministerio de Correos y Telégrafos, previa la presentación de examen sobre lo siguiente: gramática castellana, dicción y vocalización; facilidad de expresión y buena tonalidad y armonía”.
Más tarde, en 1944, empezó a regularse aún más el oficio. Con el decreto 1051 de ese año se establecieron varias categorías de “radioanunciadores”, que daban la posibilidad de ejercer el oficio ya fuera en programas informativos, musicales o de radioteatro, entre otros. Para obtener la licencia se reglamentaron los exámenes de conocimientos con algunas especificidades, según la categoría. Además, se requerían unos mínimos comunes: comprobar la aprobación del 4º año de bachillerato; contar con un certificado de buena conducta, expedido por la Policía Nacional y presentar un certificado expedido por la Dirección de Higiene, en el que constara que el aspirante no sufría de enfermedades contagiosas.
Según la categoría, los aspirantes a tener una licencia debían demostrar “nociones elementales de historia de la música, pronunciación de nombres de los más afamados compositores musicales y conocimientos de las formas y géneros musicales; nociones generales de geografía universal y pronunciación de nombres geográficos y de nombres propios de personas y de entidades nacionales y extranjeros de común ocurrencia”. Con el tiempo, las pruebas se fueron aligerando y fueron mucho más técnicas.
Las dificultades que vivió el país con la violencia de los años 40 y 50 no pasaron desapercibidas para los locutores. La reglamentación les exigía más cuidados en la comunicación. Tras el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán llegaron más restricciones y medidas de censura. No fueron pocas las licencias que fueron canceladas, pues hubo locutores que desde los micrófonos contribuyeron a encender los ánimos; aunque también muchos ayudaron a ubicar personas que se daban por desaparecidas. Con el decreto 1682 del 19 de mayo de 1948 se cancelaron la totalidad de las licencias de locución. Para renovarlas, los locutores debieron adquirir un certificado de buena conducta en el que constara que no habían sido partícipes de acciones delictivas; así mismo, debían anexar una grabación de la voz.
En los años 50 se recrudecieron los controles a los medios de comunicación. Durante el gobierno de Rafael Urdaneta, en 1952, se creó la Oficina de Información y Propaganda del Estado (ODIPE). Era una dependencia de la Presidencia de la República, que contaba con un amplio equipo de censores cuya función era controlar toda la información que circulaba en radio y prensa. La ODIPE tuvo un gran protagonismo durante el gobierno del general Rojas Pinilla, pues se quiso que con su papel vigilante se homogenizara el sentido de los mensajes, buscando que estos hicieron eco de las obras e ideas del presidente. Esta censura se irradió hacia programas de humor como el de Pompilio Ceballos. ‘La Hora de la Simpatía’ fue censurada. La sanción debía ser leída al aire en La Voz de Bogotá, emisora desde la que se transmitía el programa.
Según los documentos alojados en el especial 'Radio Nacional de Colombia, 80 años', la censura a ‘La Hora de la Simpatía’ ocurrió varias veces. Finalmente, el gobierno de las Fuerzas Armadas revalidó la licencia expresando confianza en Pompilio Ceballos
La censura continuó durante el Frente Nacional. Fue emblemático el cierre del programa y la cancelación de ‘El Pereque’, uno de los programas de mayor audiencia en la capital, emitido en Radio Santafé. La licencia de su director y principal locutor, Humberto Martínez Salcedo fue suspendida. El último decreto que reglamentó la expedición de licencias de locución fue el 651 de 1988. Desde que se promulgó la Constitución de 1991 dejaron de ser un requisito para los locutores colombianos. La definición de la locución como un oficio y no como una profesión cambió las reglas de juego. Aún hoy se discute sobre la conveniencia de esta eliminación.