Mitos y leyendas del río Putumayo, un legado ancestral
Sabedores indígenas, gestores culturales y líderes comunitarios, precisan que el origen del principal afluente del suroriente colombiano está inspirado en los delfines rosados, el árbol de Ceiba y los duendes.
El imponente río Putumayo está rodeado de un cúmulo de leyendas, que por más de un siglo han tenido vigencia en la mente de los leguizameños. Incluso el génesis de este afluente contiene un importante imaginario colectivo, transmitido de generación en generación por líderes sociales, sabedores indígenas, campesinos y gestores culturales, con relatos que llenan de emoción, suspenso e ilusión.
Orígen del río Putumayo
Para Ernesto Matías Reri, abuelo e integrante de la Asociación de Cabildos Indígenas de Leguízamo y Alto Predio Putumayo; Acilap, el origen del río Putumayo estuvo enmarcado en un conflicto familiar, que según las leyendas, sucedió hace más de mil años, cuando en aquel entonces fue talado “el árbol de la vida” y en un acto de amor y paciencia retoñó, convirtiéndose en un mágico nacimiento de agua que hoy recorre gran parte del suroriente colombiano.
En el relato, la protagonista es una joven y hermosa indígena de cabello largo, que mientras sus padres se iban a trabajar a la chagra, ella permanecía en la puerta de la maloca peinándose. Y aunque sus padres eran conscientes de los numerosos pretendientes que tenía la joven, estaban convencidos de que a ella no le interesaba formar una familia.
Ernesto cuenta que, según sus antepasados, cierto día llegó un espíritu que de manera repentina ingresó al cuerpo de la joven y la fecundó. Para que sus progenitores no tomaran escarmiento, cuenta la leyenda que la muchacha trataba de hacer menos evidente el embarazo. Cuando estaba próxima a dar a luz, la futura madre observó que los cielos fueron surcados por una ave, la cual a través de su prolongado y melancólico canto, había confesado a los padres de la joven que ella estaba embarazada.
Dicha revelación había disgustado tanto a los padres de la joven, que en castigo le habían solicitado buscar una quebrada más lejana y llenar de agua dos tinajas de madera que reposaban cerca a la maloca, labor que la debía hacer con un colador. Mientras la joven trataba de cumplir con su angustiosa penitencia, la madre de la muchacha seguía desesperada indagando quien era el padre de la criatura que venía en camino.
En sus quehaceres del hogar, cuando la madre de la joven empezó a barrer la maloca llegó hasta el asiento en el que solía reposar su hija, y fue entonces cuando al levantar este objeto de madera, observó que un espíritu se lanzó al piso y se incorporó en una lombriz conocida como ‘Capitán’, la cual se deslizaba sobre la tierra, y en su huida hacia un árbol, la mujer observó en el gusano la cara del hombre que había embarazado a la joven.
Posteriormente, la señora había puesto a calentar agua en una olla de barro y una vez hirvió, la vació en una de las tinajas que debía llenar su hija como castigo. La madre vació el agua hirviendo en la raíz del frondoso árbol de Ceiba, que muchos siglos atrás había sido talado por un desconocido, causándole la muerte a la lombriz. Cuentan que el espíritu de ‘Capitán’ se le apareció a la joven días después, diciéndole que su madre no había dado permiso para que vivieran juntos.
En ese diálogo, también le había expresado que ella no debía dar a luz en la casa de sus padres y que una vez naciera la criatura, la debía poner en una vasija de barro al pie del viejo tronco de árbol de Ceiba que era circundado por un riachuelo. Con el paso de los meses, cuenta la leyenda que el niño fue creciendo bajo las raíces del árbol, el cual acrecentó el tamaño de la pequeña fuente hídrica hasta que con el paso del tiempo, se fue expandiendo hasta lo que hoy es el río Putumayo.
Encantadores espíritus
Jorge Ordóñez quien desde hace 30 años hace parte del cabildo indígena Siona en el municipio de Puerto Leguízamo, precisa que las aguas del río Putumayo están poseídas por espíritus de una comunidad ancestral que en 1961 perdió la vida tras sufrir un incontenible desbordamiento del principal afluente del bajo Putumayo, y cuyas almas viven en los delfines rosados. Por eso asegura que, de acuerdo con sus ancestros, las familias que habitaban en las riberas del río se convirtieron en bufeos o delfines rosados.
Ordóñez cuenta que, cuando tenía 15 años salió a pescar con su hermano en el sitio conocido como Angustilla de Caballo Cocha, en límites con la vecina república del Perú. En aquel lugar, asegura que, con la luz de la luna en su máximo esplendor, observaron a una pareja de enamorados que se besaban sobre las aguas del río Putumayo a las 11:00 de la noche.
La escena fue tan fantástica que, para ver mejor a los desconocidos, alumbraron con una lámpara que llevaban en su lancha. Según cuenta, eran dos seres de gran majestuosidad y ante la belleza que irradiaban, él y su hermano quedaron perplejos.
Cuando se acercaron a la extraña pareja, recuerda que los enamorados se fueron a la profundidad de las aguas en cuestión de segundos. Desde ese entonces hasta ahora, afirma que son pocos los indígenas que han tenido la oportunidad de observar a esta misteriosa pareja. Desde ese entonces precisa que no los volvieron a ver, tal vez porque la deforestación o la maldad de la humanidad no les permiten personificarse.
“El Bufeo enamorado”
Otra leyenda que encanta a las leguízameñas tiene que ver con el conocido Bufeo o Delfín enamorado. En este relato de Wilmer San Juan Velásquez, el gestor cultural precisa que las mujeres que han tenido la oportunidad de mirarlo han quedado extasiadas por su particular belleza.
Es un personaje bohemio y por eso Wilmer asegura que el Bufeo aprovecha la noche para tomar la figura de un corpulento y apuesto hombre de piel trigueña, cabello negro y liso. Asegura que lo han visto salir de las aguas del rio Putumayo, caminando por las solitarias calles de Puerto Leguízamo y que en sus andanzas llega hasta los bares y discotecas en donde las mujeres caen rendidas a sus pies. Por su estatura, rasgos indígenas y corpulencia, subraya que quienes lo han visto lo asemejan con Tarzán.
Cuenta la leyenda que su misteriosa aparición suele suceder a la media noche y que su presencia en los establecimientos públicos nocturnos es efímera, es decir que una vez a conquistado el mayor número de mujeres, a las 5:30 de la madrugada¸ el misterioso personaje abandona esos lugares y emprende su camino al río Putumayo en donde una vez lo cubren las aguas recupera su figura habitual.
Cuando vuelve a ser bufeo o delfín rosado, la mayor parte del día descansa cerca al Caucayá o frente a un gigantesco árbol de Ceiba, el cual aún es considerado el árbol de la vida y de la sabiduría.
“El duende del sombreron”
Leónidas Ortíz, líder comunitario del barrio La Magdalena de Puerto Leguízamo y consejero de paz en el bajo Putumayo, trajo a su mente otra fantástica y misteriosa leyenda que cautiva a los habitantes de la frontera colombo peruana. Se trata de “El Duende del Sombreron”, el cual es catalogado como un pequeño ser que protege a la madre naturaleza, y que además suele frecuentar solitarias riberas del principal afluente del bajo Putumayo que une a Puerto Asís con Puerto Leguízamo.
Cuenta que su presencia es permanente a las orillas del río Putumayo, sobretodo en las tardes y en zonas boscosas donde asegura que proliferan árboles de asai, camu camu, mamoncillo y otros frutos amazónicos de los que deriva su dieta diaria.
Los pescadores, ganaderos y mineros cuentan que han visto a esta creatura, por eso, Leónidas explica que “El Duende del Sombreron” cuya estatura no supera los 80 centímetros y su edad es desconocida, suele asustar a cazadores de pirarucú y arahuana entre otros peces que en el caudaloso afluente están en peligro de extinción.
Asegura que los indígenas y campesinos que han tenido la oportunidad de observarlo, han quedado perplejos al detallar el surcado rostro del duende, cuyo sombrero tejido en hojas de palma de canangucha, cubre su pequeña frente y parte de sus afiladas orejas.
Se dice que este duende ha sido observado desde hace más de 50 años, pero Leónidas considera que ante la devastación de los recursos naturales, la ampliación de la frontera agropecuaria y la destrucción de ecosistemas nativos, “jamás se lo ha vuelto a mirar”. Frente a esos hechos, presume que solo quienes están en paz consigo mismos y con la madre naturaleza, podrán reencontrarse con “El Duende del Sombreron”.
De esos y otros encantos más, propios y visitantes pueden disfrutar de la majestuosidad natural y mitológica que rodean a Puerto Leguízamo.