Al cumplirse 40 años de sus monólogos, William Morón considera que esta experiencia le ha enseñado que sí vale la pena superarse a sí mismo y entregarle un buen trabajo a la gente que lo admira, que ha sido un gran aprendizaje en todos los ámbitos de la cultura.
“El maestro William es un ejemplo de resistencia, persistencia y disciplina. Cuando decidió hacer teatro dio un salto al vacío porque es un arte complejo para vivir en esta tierra; él anduvo buscando respuestas, le tocó revaluarse, reinventarse, no morir de deseo. Es el juglar del teatro caribeño”. Así describe al veterano artista el director de Maderos Teatro, Deiler Díaz.
El primer monólogo que hizo popular a Morón fue “La rezandera”, inspirado en su madre Manuela Muegues en Urumita, La Guajira. Lo presentó en una semana cultural en la Casa de la Cultura Cecilia Caballero de López de Valledupar en 1982 y desde entonces es el más solicitado.
“Mi mamá era la rezandera del pueblo, armaba los altares en las tumbas y los bajaba a los 9 días. Mientras rezaba el rosario, a través de la ventana veía el transcurrir de la gente, conversaba y comentaba los aconteceres diarios. Ese monólogo lo perfeccioné con técnicas dramáticas, expresión oral, facial, corporal y giros literarios del realismo mágico de Álvaro Cepeda, Gabo, Juan Rulfo”, explica el maestro William.
Luego llegó “La llamada telefónica”, una crítica sociológica de la actualidad del país, basada en la señora María Uhía de Meza, distinguida matrona vallenata y líder cívica. Más tarde “El velorio”, una puesta en escena con técnica del teatro del absurdo en la cual personifica a una viuda en estado de histeria que narra la vida y obra del difunto, un velorio al que llegan personajes y artistas famosos a darle pésame. Luego creó “La lavandera”, una crítica social protagonizada por una mujer en el río donde lava las prendas de la “alta suciedad”.
De esa época, William Morón recuerda que, siendo muy conocido por sus monólogos en el ámbito artístico de Valledupar, fue invitado a presentarse en un coctel organizado por el gobernador del Cesar Pepe Castro. Allí presentó “La rezandera” a ilustres invitados: Yamid Amat, Juan Gossaín y Gabriel García Márquez, quien al finalizar le dijo: “yo le voy a decir una cosa, pero espero no se ponga rabioso, yo no sé si usted se copia de mí o yo me copio de usted, pero nos parecemos”.
Inicios en la Casa de la Cultura
Eran los años 70, época de dictaduras en una América Latina convulsionada. A Valledupar llegan migrantes chilenos y argentinos, se revoluciona el teatro. William Morón, jovencito llegado de Urumita al barrio Cañaguate de Valledupar, comienza cantando en el coro del colegio Sagrado Corazón de Jesús impulsado por el rector español Pedro Jaimes, el secretario de educación Dagoberto Fuentes Zuleta y el padre Virgilio Fernández.
Su primer grupo de teatro fue el Luis Vargas Tejada que nació en la Casa de la Cultura por iniciativa del director Álvaro Castro Socarrás, donde montaron obras clásicas del Siglo de Oro español del dramaturgo Lope de Vega como Fuenteovejuna; Calderón de la Barca, Shakespeare, Alejandro Casona, bajo la dirección del experimentado Rafael Gámez Fragoso de Cartagena. Allí se realizó la primera muestra teatral de la costa Atlántica con participación de grupos provenientes de las universidades de Córdoba, Atlántico, Riohacha y varios colegios.
Teniendo como referencia el teatro regional de la Universidad de Antioquia, a William le nació la idea de hacer teatro costumbrista, montar obras con piezas musicales del folclor vallenato. Entonces, bajo la guía del chileno Franklin Maja Quiñonez, decidió recrear “La custodia de Badillo”, composición de Rafael Escalona, y fueron al corregimiento en mención a investigar la historia. “Pero el tema quedó ahí guardado”, afirma el teatrero.
En 1976 William Morón integra El Candil, primer grupo de teatro independiente de Valledupar, conformado por los miembros del club literario Homo Sapiens en el barrio Cañaguate.
“Era un combo de profesionales, pintores, poetas, escultores, intelectuales, como Omaira Mindiola, Rosario Díaz Ariza, Raquel Medina, Martín Pimienta, Lolita Acosta de Villarroel, Ricardo Palmera (quien años más tarde sería el célebre Simón Trinidad de las Farc)”, anota el veterano actor.
“Se llamaba El Candil porque Valledupar estaba sufriendo una crisis de energía y nos tocaba ensayar a punta de vela. El Candil nos iluminaba en la oscuridad”, afirma.
Anduvieron de gira por municipios como Becerril, Codazzi, Fonseca y varios corregimientos presentando la obra “Los papeles del infierno”, de Enrique Buenaventura.
“Fue una gira exitosa. El público nos aclamaba. Eran tres obras en una: La maestra, El entierro y La autopsia. Puro teatro político”, recuerda Morón.
De teatro en teatro
Por las circunstancias políticas del país, El Candil se acabó. En 1977 William volvió al grupo de la Casa de la Cultura que era dirigido por Heriberto López de la Universidad de Antioquia. En esa época se hizo el intento de montar la obra “Chemesquemena”, de creación colectiva, una crítica a la invasión de colonos a la Sierra Nevada de Santa Marta, una mezcla de mitos indígenas con teatro vanguardista.
“El público vallenato correspondía y aplaudía las obras, las presentábamos en sindicatos. Pero los de la clase pudiente no iban, lo tildaban de “teatro de pancarta, teatro amarillo”, solo iban a ver las obras del TPB clásicos de Moliere y Shakespeare”, dice William Morón.
“El Candil se desbarató y entonces formé otro grupo con estudiantes del colegio Loperena, llamado La Antorcha, para seguir iluminándonos”, indica.
Entrado el nuevo siglo, el teatro en Valledupar comenzó a decaer. La Casa de la Cultura apenas es un recuerdo al vaivén de las administraciones. Otros grupos sobrevivieron como ‘La Carreta’ que nació en la Universidad Popular del Cesar, y el TEA dirigida por Boris Serrano.
Actualmente hay un resurgir del arte dramático en la región con la actividad de Maderos Teatro, dirigido por Deiler Díaz que mantiene una programación constante.
“Los monólogos de William Morón son únicos, persisten en el tiempo, sus personajes cumplen 40 años recreando situaciones del pasado en nuestro presente con la misma intensidad. Eso es un gran logro”, afirma Díaz.