Foto: Guillermo Villota. Comparsa nariñense bailando en torno a una carroza que representa un oso de anteojos (1979)
Jose Horacio Villareal
Atraídos por la época de la madera del cedro y las pieles de animales como el tigre, por allá en el año 1958 llegaron a Leguízamo varias familias del departamento de Nariño. Foralba Calderón Rosero, oriunda de Ipiales, tenía tan solo 16 años, tiempo suficiente para aprender lo que era el Carnaval de Blancos y Negros en su tierra natal; en el año siguiente se unió a la señora a quien le llamaban “La Pastusa Delfilia”, otra mujer nariñense que tenía una venta de licor y colocaba la música en una vitrola.
Según Foralba Calderón, la sangre nariñense atrae. “Entre pastusos, nos buscamos y Delfilia me dijo: ¡ve pastusita!, mañana 6 de enero vamos a madrugar a visitar a todos nuestros amigos para echarle los polvos, (en ese entonces no había talco de carnaval, lo que usaban era un talco brasilero, de marca Pebo). Llegamos a la casa de un señor que le decían los micos, golpeábamos la puerta y cuando salían les echábamos los polvos y le gritaban ¡Miquito, feliz seis de enero! Al principio se enojaban, ya después no; y así empezamos a celebrar nuestro carnaval, en este municipio del Putumayo”, precisó Foralba que hoy ya tiene 76 años.
Para el mismo año 58, Guillermo Villota Gutiérrez, muy joven para esa época, reunió a un grupo de músicos nariñenses y conformó el Combo Juvenil y en una caseta de sus padres, conocida como “La Piragua”, unas catorce familias empezaron a celebrar el Carnaval de Blancos y Negros.
“Inicialmente nos pintábamos con carbón molido, con maicena y con harina de trigo y tomábamos chica”, explicó el señor Villota.
Para el año 1974, se unieron varios grupos de familias nariñenses, y conformaron el primer comité de carnavales cuyo presidente fue el señor Marco Tulio Villota, padre de Guillermo, y con el Combo Juvenil, empezaron con las alboradas musicales los días 5 y 6 de enero.
Ya en 1979 salió a las calles de Leguízamo el primer desfile con las Carrozas y comparsas utilizando los trajes típicos de Nariño, la mujer con falda larga y muy colorida y la blusa con manga larga, el pañuelon, las trenzas en el cabello y el sombrero -el de la mujer lleva una flor adelante-. El hombre va con pantalón blanco, con cinta roja por los lados, el pañuelon, el sombrero y las alpargatas.
Tanto Flor del cura -como se le conoce a Foralba-, como Guillermo Villota, coinciden que los cuatro pueblos indígenas de Leguízamo: Murui, Coreguaje, Quichuas y Sionas, aunque no participan de forma directa, sí se unen a la celebración el gran Carnaval de Blancos y Negros en el corazón de la Amazonía colombiana.
Para Hugo Zambrano Velásquez, miembro de la academia de historia del Putumayo, la colonización de este departamento se dio a mitad del siglo pasado, después del conflicto colombo-peruano, porque el Batallón Boyacá de Ipiales, Nariño, fue uno de los que más participó del conflicto y muchos de los soldados, que eran nariñenses, se quedaron en estas tierras, y tras de ellos, llegaron sus familiares con todas sus tradiciones, como la del Carnaval.
Pero no solo esta fiesta, sino también la comida típica nariñense llegó hasta las entrañas de la selva. La chica de maíz, elaborada con manzanilla, limoncillo y canela, la carne de ovejo, el ají con maní, el tradicional hervido y lo que no le puede faltar a un buen nariñense, el famoso cuy asado; porque en Carnaval se baila, se goza y se come bien.
Desafortunadamente, tras algunos eventos de los últimos tiempos, Guillermo Villota está desmotivado a continuar con los carnavales. “En los últimos años se han conformado grupos de jóvenes que están haciendo vandalismo, utilizando aguas contaminadas y cal que afecta la vista”, puntualizó el líder cultural.
La pandemia del Covid-19 mermó con los carnavales, para este año 2022, no habrá celebración puesto que el municipio solo alcanza un porcentaje de vacunación del 48%.