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Arte en Colombia: 100 años del expresionista Alejandro Obregón

Este artista descubrió que quería ser pintor siendo camionero en el Catatumbo, y se convirtió en el más influyente del siglo XX en el país.
Adriana Chica García

Por: Adriana Chica García

El cadáver de una mujer embarazada, como tendida en el suelo, se envuelve entre sombras de variados brochazos. Su figura desnuda, a la vez, forma una especie de montañas que la funden con la geografía. La geografía de Colombia. Una forma del expresionismo de Alejandro Obregón para evidenciar el arraigo de la guerra en el territorio nacional. A 100 años de conmemorarse su natalicio, ‘Violencia’, su obra máxima -para muchos críticos e historiadores del arte-, sigue vigente por razones que van más allá de la grandiosidad de su arte, y que se obvia explicar. Y es precisa para recordar a uno de los artistas más influyentes en Colombia en el siglo XX.

El óleo pintado en 1962 en Barranquilla, y que hoy pertenece a la colección del Banco de la República, fue el resultado de una necesidad “inaplazable” del autor, como lo reseñó en aquel tiempo la crítica argentina Marta Traba. Obregón, quien vivió de frente el caos del Bogotazo, no pudo apartarse de la realidad posterior de las décadas del 50 y 60 con la violencia bipartidista. Estudió obras universales de igual temática como ‘Los desastre de la guerra’, de Goya, y el ‘Guernica’, de Picasso. Inició con dos bocetos de la misma mujer en cinta muerta hasta madurar en ‘Violencia’.

“Hay una cosa muy interesante en la obra de Alejandro Obregón, él muchas veces hizo paisajes pero para hablar de la violencia. Eso es muy interesante en un país como Colombia, donde toda la violencia ha estado marcada por el problema de la tierra. Así que es una imagen potente que al mismo tiempo es muy poética”, manifiesta la curadora e historiadora de arte Isabel Cristina Ramírez.

Archivo fotográfico de Hernán Díaz, Biblioteca Luis Ángel Arango.

‘Violencia’ influyó en muchos artistas colombianos y se catalogó como obra emblemática de la historia del arte en el país, tras merecer el primer premio de pintura del XIV Salón Nacional de Artistas. Pero, además, es un ejemplo del tipo de modernidad que instauró Alejandro Obregón en el arte en Colombia y del que radica gran parte de su importancia en este podio de la cultura nacional. Pues él lideró la defensa de un tipo de arte que encontraba resistencia entre los intelectuales más clásicos y apegados a un estilo más realista en aquella época.

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“Obregón fue un ícono del artista moderno, defendió una idea de cultura moderna que para los más tradicionalistas era una amenaza a la sociedad. Él y su generación empezaron a romper con esa imitación que se hacía al estilo clásico europeo, y crearon nuevos lenguajes que poco a poco se fueron posicionando y ganando espacio en el arte nacional”, explica Ramírez. Es decir, una pintura que no hacía una narración literal de los hechos, ni una escenificación explícita de sus formas, sino más expresiva. Aunque para los clásicos fueran “mamarrachos”.

Con ello, logró convertir símbolos locales de identidad nacional en universales. Entonces recordamos las imágenes de sus “bestias” -como él mismo las llamó-: cóndores, toros, iguanas, alcatraces, mojarras, barracudas. Y con las que quería poner en evidencia las fuerzas y tensiones implícitas en la naturaleza y que, a la vez, servían para exponer la misma naturaleza humana, como describe la curadora. Al final de su vida creativa siguió esta misma línea pintando los desastres de la Ciénaga de la Virgen, de Cartagena, y la mano a veces devastadora del hombre; que, como ‘Violencia’, parece un capítulo sin acabar en el contexto nacional.

Torocondor - Propiedad del Centro Artístico de Barranquilla, custodiada por el MAMB. Foto: Museo de Arte Moderno de Barranquilla

Nació un artista

Antes de que Alejandro Obregón posicionara su nombre como artista, pasó por las más variadas actividades y oficios, tan particulares como disímiles. Nació en Barcelona en 1920, pero se radicó en Barranquilla, con su padre colombiano y su madre catalana, cuando tenía seis años de edad. Desde entonces, el Caribe, y en general Colombia, se volvieron su mundo creativo. Pese a que estudió en Inglaterra, París, Estados Unidos, su mirada siempre estuvo aquí.

Mataba caimanes con su padre en el río Magdalena, jugaba rugby, incluso personificó a un general británico en una película junto al actor Marlon Brandon. Y fue siendo camionero cuando descubrió que lo que realmente quería ser era pintor. Así, literalmente; manejaba 20 toneladas por los caminos escarpados del Catatumbo, y entre sus paisajes exuberantes lo único en su mente era tomar un pincel y pintar lo que veía, aunque nunca hubiera tenido uno en sus manos.

De regreso a Barranquilla, después de largos viajes por esta zona de Norte de Santander, su padre le preguntó si le había gustado. “No”, su respuesta fue contundente. “¿Qué vas a hacer?”, “voy a estudiar pintura”, “hablamos mañana”. De esta forma lo contó el mismo Obregón, en un artículo publicado en la revista Diners en 1989. Y bueno, lo que sigue es historia ya contada.

Simbología de Barranquilla por Alejandro Obregón, ubicado en la Aduana de Barranquilla. Foto: Carlos Parra Rios - Secretaría Distrital de Cultura

Desde ese momento, además, fue un rebelde. Fue expulsado de la Escuela de Arte de la Llotja en España, decano de Bellas Artes de la Universidad Nacional de Bogotá, ya antes en su juventud había cambiado la forma de enseñar arte en Cartagena. Fue miembro activo de una generación de jóvenes que pasarían por intelectuales más adelante, con los que conformó el famoso Grupo Barranquilla, entre los que destacan los escritores Gabriel García Márquez y Álvaro Cepeda Samudio.

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“No fue él sólo, hizo parte de una generación, en la que en muchos casos fue el líder, que aportó en la creación de muchas instituciones que sustentan el arte hoy en Colombia, en Cartagena, Bogotá, Barranquilla, como los museos de arte, nuevos pensum en facultades de arte y nuevos salones de artistas”, afirma Ramírez, docente de Bellas Artes de la Universidad del Atlántico.

Telón de boca del Teatro Amira de la Rosa de Barranquilla. Obra 'Se va el caiman', de Alejandro obregon. Foto: Katherine Castillo Rolong - Banco de la República

Y es que ya en los 30 muchos artistas buscaban nuevas estéticas, que finalmente se constituyeron en vanguardia en los 50, momento en el que lo propio adquiere un poder que rompe los límites hasta sentarse en el panorama internacional. Y ahí estaba la producción artística de Alejandro Obregón. Un reflejo de su inquietud constante por la creación. Como bien lo relata el crítico, investigador y su amigo personal Álvaro Medina:

“Un día me lo encuentro en La Cueva, estaba feliz, le pregunté y me dijo: “es que hoy pinté tres cuadros, siempre pinto dos por día, pero nunca tres”. Él era vitalista, absorbía cosas, las sentía y las volcaba rápidamente en el lienzo”. Después de todo, fue así como marcó un periodo artístico en el país. Entonces -reflexiona Medina- “¿por qué Alejandro Obregón ha caído en una especie de oscuridad, y todos sus reconocimientos se han, de cierta manera, borrado un poco?”.