Cuando se asoma el sol, la niebla aún cubre la cima de las montañas. El tenue y agudo canto de las aves acompaña las labores matutinas de 13 familias en la vereda Brasilar de San Jacinto (Bolívar). Con amor y esperanza, estas familias han trabajado en los últimos años por la restauración y conservación del bosque seco tropical de los Montes de María.
Ubicada entre los 400 y 600 metros sobre el nivel del mar, la vereda Brasilar alberga diversas especies de fauna, como el titís, loros, armadillos y abejas. Asimismo, cuenta con especies de flora como el higuerón, brasil y caracolí; las mismas que en la década de los 90 estuvieron en peligro de extinción.
“La costumbre nuestra era talar el árbol, el bosque, sembrar el cultivo de ñame, después irnos al resto de bosque a cortar los árboles jóvenes para traerlos, para tutorar el ñame”, recuerda Eduardo Rodríguez, campesino y representante legal de la Asociación de Productores Agropecuarios de la Vereda Brasilar.
La siembra de ñame fue reemplazada poco a poco por el aguacate que, en esa época, prometía ser una fuente sostenible de producción. “Aquí era una de las zonas en las que más aguacate se producía. Pero llegó un hongo y acabó con todo el aguacate, quedamos como quien dice con las manos cruzadas”, cuenta Eduardo.
Desprovistos del fruto en el cual veían su futuro, alzaron la mirada hacia otra problemática. “Empezamos a ver el bosque desolado, no veíamos animales, las fuentes de agua se secaron y todo eso despertó en nosotros una preocupación”, afirma el campesino.
El conflicto armado también llegó al territorio y las posibilidades de restaurar el bosque se paralizaron por algunos años. Sin embargo, tal cual explica Jorge Arrieta, eso que afectó la integridad de tantas familias, tuvo un efecto contrario en el bosque seco tropical.
“La guerra, en parte, favoreció a algunos y a otros los perjudicó. A la flora y la fauna los favoreció porque les permitió reproducirse, todos esos parches de bosque que se dejaron de trabajar ahora son punta de monte grueso. Hoy sabemos que hay que cuidar todo lo que tiene que ver con la flora y la fauna”, explica Eduardo.
Ese se convirtió en el objetivo de 13 familias, en su mayoría retornadas, luego del conflicto armado, y que en 2015 se constituyeron oficialmente en Asobrasilar. Ahora la comunidad trabaja por restaurar y conservar la fauna y la flora para que así, lo que una vez fue un bosque desolado, se convierta poco a poco en una extensa capa verde.
“A través de unos viveros hemos venido implementando unas herramientas de conservación, de recuperación intensiva en toda la vereda. Todo con especies nativas”, expresa Eduardo, quien además dice estar muy orgulloso del aporte que han hecho al medio ambiente y a su región.
Ese orgullo tiene justas razones, pues en palabras de Pedro García, otro integrante de la asociación, el trabajo realizado representa un antes y un después. “Lo que a mí me satisface es ver el cambio que hemos tenido, se puede decir que el 60 % de todo esto está en conservación y un 40 % lo tenemos para pequeñas actividades, como el cultivo”, expresó.
La asociación ha recibido el acompañamiento de entidades, sobre todo cuando decidieron comenzar a trabajar por el bosque seco tropical. Incluso, comenzaron con un proyecto el cual hoy ha permitido la reforestación de más de 100 hectáreas de bosque.
“Hicimos dos viveros de 10 mil plantas cada uno y en estos momentos se encuentran sembradas. Comenzamos a mirar que los animales necesitaban alimento, uno de los viveros lo cogimos y lo convertimos en frutales. En vuelta de unos tres o cuatro años los animalitos pueden encontrar comida donde quiera que vayan”, afirma Pedro.
Para este lider, el cambio no solo ha sido en la reforestación, algunas prácticas como la tala y la caza indiscriminada también las han dejado a un lado. “La tala ha disminuido bastante y acá no se caza, no se cogen los animalitos, sino que los estamos cuidando. Esa es la tarea que tenemos sobre los hombros, ni que de afuera venga alguien a hacerlo tampoco, se les dice que no se debe hacer”.
Por su parte, Franklin Castro Barrios, coordinador de la Guardia Ambiental en San Juan Nepomuceno, aseguró que en los Montes de María se ha venido trabajando con las instituciones y los campesinos en las zonas conservables, “lo que significa proteger cada una de las especies que hay en el bosque seco tropical”.
Castro destaca que este tipo de iniciativas se constituyen como reservas de la sociedad civil, lo que es “muy bonito en el sentido de que muchas personas de estas zonas prácticamente no tenían en cuenta el funcionamiento dentro del entorno. Ellos tienen un certificado donde consta que están protegiendo reservas naturales, reservorios de agua”.
También señala que la naturaleza del área protegida y su buen estado de conservación, convierten a la región en un lugar ideal para la realización de estudios, investigaciones, ecoturismo y actividades de sensibilización ambiental.
Así como muchas familias retornaron al territorio, la fauna también ha regresado. Estos campesinos consideran que su trabajo no solo está ayudando a los Montes de María sino a todo el planeta, porque son conscientes de que todos podemos aportar nuestro granito de arena; o como en este caso, todos podemos sembrar así sea una semilla.