Tal vez muchas personas que han pasado en sus carros o en el Transmilenio por la Avenida Caracas, entre calles 5 y 6 habrán notado pequeños locales a ambos lados de la vía. En sus paredes con grandes letras se ven los nombres de varios sobanderos: El negro Palindo, el Caldense, el Tigre, el negro Ismael, Mercho y Chicho, entre otros.
Pero en cambio si usted va caminando por ese lugar, se verá abordado por los tarjeteros que pregonan a pleno pulmón los servicios que prestan estos negocios: se arreglan esguinces, fracturas, desgarres, luxaciones, juanetes y se hacen tratamientos de la columna.
Son la nueva generación de sobanderos que lograron reubicarse en este sitio, gracias a la indemnización que recibieron sus progenitores por sus locales cuando empezaron a derrumbar las casas del Cartucho, en donde inicialmente se encontraban sus negocios.
Carlos Iván Murillo “El Tigre” es un caldense que se vino de Manizales hace 34 años. Todavía atiende en su antiguo local de la calle 6 con carrera 13, mientras espera la demolición de las pocas casas que quedan en pie. Su padre, José Murillo, que era de Santa Isabel (Tolima), fue el primer Tigre y el primer sobandero que llegó a Bogotá hace más de 50 años.
“Mi papa trabajaba al frente del anfiteatro de Medicina Legal. Fueron junto a Marcos Bonilla los primeros sobanderos de la morgue. Con mi hermano, que ya murió y al que le decían “El alemán”, veíamos a mi papá como hacia sus sobadas y así fuimos aprendiendo, no solamente a sobar sino también a arreglar cuerpos, (embalsamar). También trabajó con nosotros el negro Palomo, a él lo mataron”, señala Murillo.
El Tigre dice que nació con un don que Dios le dio de sanar con sus manos. Su antiguo consultorio lo conforman una vieja camilla, un anaquel con varios frascos de diferentes colores, un cuadro con la figura de un tigre. También hay un afiche con la imagen de un felino que dice “Sobandero el tigre e hijos”. Además, un nicho en donde hay una biblia abierta al lado de una vela encendida.
“Acá llega gente de todos los estratos. La mayoría viene por problemas de la columna porque es la parte más fácil de lesionarnos por hacer un mal giro o por levantar algo pesado. También por los tobillos y las muñecas que fácilmente se descuadran: los esguinces son los casos más frecuentes. A veces con una sesión basta, pero cuando es una lesión bien grave toca de dos a tres meses para que el paciente quede bien aliviadito”, comenta el Tigre.
De los clientes que el sobandero ha tratado recuerda a los cantantes Noel Petro y Raúl Santi. También al actor Robinson Díaz y a los ex futbolistas Rubén Darío Hernández y al arquero del Millonarios, Nelson Ramos. Además, cuenta que a veces han venido los escoltas de algunos congresistas, que lo llevan a los apartamentos de esos políticos para que les haga masajes y tratamientos.
“Yo cobró según el tratamiento. A veces van desde 300 mil pesos y puede llegar hasta dos millones de pesos cuando son tratamientos largos. Hay gente que tiene mucha plata y llega en lujosos carros. Cómo les voy a cobrar igual que al que no tiene un pesito ni para comprar el almuerzo. Entonces les digo “déjeme para la gaseosita”, dice.
Lo más difícil de tratar según el Tigre, es una fractura femoral porque para inmovilizar se requiere mucho trabajo, quietud y terapia. Los instrumentos que utiliza en estas faenas son las cremas y el vibrador para hacer masajes.
También usa pomadas hechas con aceite de animales y bálsamos: “antiguamente mi papa utilizaba la manteca de muerto para echarle a los pacientes, pero yo ya no uso eso”, señala.
Sobre los médicos que han estudiado por muchos años el sistema musculo esquelético del cuerpo humano, dice que respeta a estos profesionales, pero mientras que la mayoría de ellos realizan los tratamientos con cirugía y medicamentos, él lo hace con sus manos.
Cuando se le pregunta si el oficio de sobandero va a desaparecer responde.
“No, porque tres de los cinco hijos que tengo, no van a dejar morir los secretos de esta tradición familiar de más de 60 años. Por eso ellos son los encargados de atender las otras dos sucursales de la Caracas”, comenta.
Carlos Andrés Jordán, es otro joven sobandero hijo de uno de los veteranos de esta práctica: el negro Palindo. Él tuvo que hacerse cargo del local porque a su padre le dio un derrame cerebral. Sus otros dos hermanos también se dedican a este oficio en otros negocios cercanos.
“Esto de sobar es más que todo empírico y hereditario. Mis abuelos también eran muy buenos en esta práctica. Mi papá desde pequeño me enseñó y me decía cómo se cuadra un aductor, que la rodilla no es de sobar, cómo dar masajes para bajar un espasmo, ligamentos, tendones y tejidos blandos” dice. También, resalta que aprendió mucho viendo a su progenitor embalsamando cadáveres.
Su padre, según Carlos Andrés, llegó a Bogotá después de su tío el negro Palomo. Él también se había instalado al frente de Medicina Legal en donde comenzó a hacerse conocido por su acertada forma de sobar. En esa época trabajaban en ese lugar unos ocho sobanderos.
Cuando anunciaron que iban a tumbar el Cartucho, hicieron una protesta en la Plaza de Bolívar. Luego el Distrito los ubicó en esa zona de la Caracas con sexta para que siguieran con su oficio.
“Mi papá utilizaba una lámpara infrarroja y unas pomadas para hacer los masajes. También al comienzo hacia las sobadas con “rezos”. Pero después dejó de hacerlo porque le dolía la cabeza. Él sabía mucho de las descuajaduras, de las matrices y las vejigas, le llegaba mucho trabajo de este tipo. También venían futbolistas de Millonarios y Santafé”, comenta.
Carlos Andrés dice que a punta de sobadas su papá pudo comprar su casa. En ese tiempo las sobadas costaban de mil a tres mil pesos. Ahora depende del tratamiento, las sobadas están entre 15 mil y 30 mil pesos. Un masaje corporal vale 60 mil pesos. También reconoce que hay casos que no se pueden sobar como las rodillas, la columna y los hombros.
“Yo vine aquí porque me torcí un tobillo y un amigo que también juega futbol me recomendó este lugar. En estos momentos no estoy afiliado a una EPS porque no tengo trabajo. Esta es la segunda y última sesión. La primera vez casi me desmayo del dolor, pero ya siento el tobillo mejor” señala Juan Gómez, un joven de 20 años que vive en el barrio Centenario, al sur de Bogotá.
“Hay mucha gente que dice que los sobanderos no servimos, que nosotros no estamos certificados para poner un yeso y que maltratamos a las personas. Mi opinión es que todo no es cirugía y los tornillos en el cuerpo lo van afectar a uno toda la vida. Nosotros recomendamos una cirugía cuando hay un hueso fracturado, una fractura múltiple y cuando no se pueda hacer una reducción para que un hueso vuelva a su sitio”, concluye Carlos Andrés.
Bogotá es una ciudad de contrastes. En pleno siglo XXI en está metrópolis aún se pueden encontrar estas prácticas que han pasado de generación en generación y que aún se niegan a morir, a pesar de que hay especialidades de la medicina como la ortopedia y la traumatología que las cuestionan.