Curiosidades discográficas del jazz de MTM en Colombia
El rompecabezas discográfico del jazz colombiano es volátil y sus fichas se encuentran desperdigadas. Antes de la década de los noventa son muy pocas las referencias del género que podemos encontrar, salvo algunas piezas sueltas que aparecen, especialmente, en discos de música tropical y otros aledaños a la llamada “música ligera”, como lo fue el caso de algunas publicaciones de la Orquesta Sonolux, Jaime Llano Gonzáles y Juancho Vargas para los sellos Sonolux y RCA. El resto son curiosidades dispersas, dentro de las que podemos enumerar, por ejemplo, a Emilio Murillo, los Teen Agers, Edmundo Arias, Antonio María Valencia, Pacho Galán, Gabriel Rondón y Francisco Zumaqué.
Bien entrada la década pasada, y a lo largo de la presente, emergen algunos sellos como La Distritofónica (2004), Festina Lente Discos (2009), La Zebra Azul (2013), Masai (2015), Matik Matik (2010), Chichigua Discos (2014) e In- Correcto (2015), que en sus apuestas discográficas de naturaleza independiente han documentado un amplio espectro del jazz nacional. Sin embargo, casi veinte años atrás, un sello de carácter comercial abrió la brecha e inspiró a muchos de los arriba citados. Se trató de MTM, una iniciativa de Humberto Moreno y Francisco Montoya.
Nacido en 1942, en el municipio de Bello, Antioquia, Humberto Moreno Cortés, cuando ya contaba con la mayoría de edad, se inició en el negocio musical promocionando artistas de la movida tropical juvenil como Los Falcons, Los Golden Boys, Los Teen Agers y los Black Stars. Más adelante amplió su rango, abrió una efímera tienda de discos y, asunto importante, empezó a escribir reseñas discográficas para el periódico El Colombiano, inspirado por la figura legendaria de Hernán Restrepo Duque. En torno a él, como bien afirma David García González en su libro MTM, entre la tradición y la innovación. Historia cultural de una compañía discográfica (Universidad Central, 2018), Moreno fue uno de los creadores de Sacodi, la Sociedad Colombiana de Comentaristas de Discos.
Después de trabajar en algunas estaciones de radio de la órbita antioqueña y de especializarse en el periodismo musical, Humberto Moreno se vinculó a Codiscos donde creo el departamento de promoción y fungió como director artístico. Creó el influyente sello Costeño, crucial en el devenir del vallenato y se interesó por el rock local, publicando discos esenciales de Génesis, Flippers, Ana y Jaime, Jimmy Salcedo, Elia y Elizabeth, Lukas y Los Teipus. A mediados de la década de los setenta se instaló en Bogotá y junto a Francisco Montoya fundaron Discos FM. Como gerente de esa compañía, tomó decisiones importantes que cambiaron el rumbo de nuestra música popular como el primer disco de Los Carrangueros de Ráquira. En el campo del jazz, reeditó en 1985 ‘Macumbia’, aquel disco bisagra de Francisco Zumaque. En 1991, luego de diez años al frente de Discos FM, Humberto Moreno se hizo a un lado y, junto a Montoya, fundaron MTM: “Música, Talento y Mercadeo”.
En un principio el sello se enfocó en distribuir catálogos como el de Warner, Putumayo y Nuevos Medios hasta que en 1993 Moreno le apostó a una cantante que luego se convertiría en un ícono nacional: Totó La Momposina. Sostenido en un flujo financiero robusto, Humberto Moreno jugó su carta más osada con un joven saxofonista que, luego de hacer parte de ‘Macumbia’ y haber pasado una temporada en Estados Unidos, regresaba a Colombia para escribir uno de los capítulos más notables de la historia del jazz colombiano.
Respecto a la circunstancia que unió a Humberto Moreno y al saxofonista, David García refiere en su libro que fue Camilo de Mendoza -en ese tiempo era Jefe de Programación en la emisora Javeriana Estéreo de Bogotá- la persona responsable de la llegada de Arnedo a MTM. Entrevistado por el autor, Moreno puntualiza los pormenores de su apuesta: «Yo no conocía el trabajo de Antonio y cuando lo escuché me pareció que era una manera de hacer sonar la música colombiana de forma instrumental no convencional, porque casi siempre la música colombiana instrumental tenía una estructura muy académica, como queriendo ser música de concierto europea, es decir, estaba muy influenciada por la manera sinfónica de arreglar, y lo que hizo Antonio fue más de una expresión individual a partir del jazz, más creativa en cuanto a la manera de plantear la melodía y de desarrollar alrededor de la melodía el sentimiento del músico. Eso fue lo que pensé y lo que más me llamó la atención».
La exploración inédita de Antonio Arnedo –tan determinante en el devenir estético del jazz colombiano contemporáneo- quedó condensada en cuatro grabaciones paradigmáticas: ‘Travesía’ (1996), ‘Orígenes’ (1997), ‘Encuentros’ (1998) y ‘Colombia’ (2000). Con este último cerró el fructífero y trascendental ciclo con MTM. De esos años con la disquera también quedó ‘Vacío y realidad’ (1999), una grabación en la que Antonio Arnedo y el compositor César López llevaron a cabo una sesión de improvisación que cabe tanto dentro del jazz experimental como dentro de la música de cámara.
Seis años después de su episodio discográfico con Antonio Arnedo, MTM volvió al jazz con ‘Impulso puro’ (2006), el primer disco a título personal de Gilberto Arnedo, uno de los hermanos mayores de Antonio, quien muy pronto sintió el llamado de un oficio practicado por su padre, sus tíos y sus primos durante casi cien años. Un poco antes de saber leer y escribir, Tico -como es conocido- aprendió a leer el pentagrama y a los seis años ya sabía tocar clarinete, instrumento que aprendió de la mano de su tío Carlos.
Con escasos trece años fue solista de la Sinfónica Juvenil, realizó su primera grabación en un disco del pianista Joe Madrid, y entrada la década de los ochenta, participó en la grabación ‘Si te deja el tren’ (CBS, 1982) del percusionista Willie Salcedo. Conformó bandas propias como Eptacordio, Poder Humano y el Sexteto de Música de Cámara, conformado por tres de sus seis hermanos: Julio en el clarinete, Luis Raúl en la guitarra y Antonio en la flauta. Por esos mismos años comenzó a practicar el jazz en icónicos lugares de la noche capitalina como el Jazz Bar, el bar del Hotel Intercontinental y una taberna en la carrera séptima con 18. También quedó registrado para la posteridad su aporte en ‘La colonización del silencio’, un disco de la Banda Dispersa de la Madre Tierra, proyecto de improvisación experimental dirigido por el argentino Ángel Beccassino.
Ya en los años noventa, Tico regresó al Conservatorio de la Universidad Nacional para perfeccionar sus estudios de flauta traversa. Coincidió esto con la formación de un proyecto que lo ha mantenido ocupado durante mucho tiempo: Naturaleza Viva, un grupo fluctuante que se inició con la presencia del pianista Orlando Sandoval, el fallecido guitarrista Gabriel Rondón, Alfonso Robledo en el bajo, Germán Sandoval en la batería y Germán Villarreal en la percusión. Antes de presentar al público su tan esperado estreno discográfico, Tico tuvo una aparición estelar en ‘Privilegio’ (1995), el recordado álbum del pianista Edy Martínez y, por otra parte, grabó en ‘Como un libro abierto’ (1996) y ‘Dedicatoria’ (1999) ambas del pianista Óscar Acevedo.
Para Tico Arnedo, publicar una grabación no ha sido una necesidad, ni siquiera la consolidación de una larga carrera. Si ya había esperado 30 años, ¿por qué no aguardar otros más? Finalmente, Tico, con la complicidad del contrabajista español Javier Colina, se dieron cita en marzo de 2006 en los estudios Sonolux de Bogotá y le dieron vida a ‘Impulso puro’, una grabación en la que contaron con la presencia del pianista español Cristóbal Montesdeoca y del baterista alemán Johannes Bockholt.
Editado en 2006 por MTM, Impulso puro es una obra en la que Tico no quiso poner en tela de juicio las estéticas predominantes del jazz en Colombia. Es una grabación atemporal y meditativa que transmite belleza a través de un itinerario personal que inicia a ritmo de flamenco, pasa por Venezuela y Perú, pisa los terrenos del blues y, finalmente, regresa a Colombia rodeado en medio de chirimías caucanas. Aunque el sonido de Tico se escucha algo melancólico, de la bruma ascienden notas optimistas.
Sintonizado con una etiqueta que a mediados de la década pasada aglomeró las búsquedas de músicos urbanos interesados en reinterpretar las músicas raizales locales, Humberto Moreno apuntaló el término Nueva Música Colombiana, que sirvió para echar a andar una de las marcas más conocidas de MTM. Bajo este rótulo aparecieron otros títulos de marcado tinte jazzero correspondientes al trabajo de Juan Sebastián Monsalve, Puerto Candelaria y Juan Pablo Balcázar. Acá había que anotar que allende a estas producciones, el sello editó ocho volúmenes de la colección NMC (Nuevas Músicas Colombianas) que incluyó dos dedicadas al jazz colombiano producido entre 1996 y 2013.
Sin lugar a dudas Juan Sebastián Monsalve es uno de los grandes innovadores de las nuevas generaciones de la música colombiana. Desde sus inicios al lado de la agrupación María Sabina, Monsalve se mostró como un compositor que se la jugaba por expresar ideas poco convencionales. Desde el lenguaje del punk, la música clásica del norte de la India, los currulaos, la cumbia, el vallenato y la champeta, el bajista decantó un sonido extraño y sugerente presente en Curupira, quizás el proyecto con el que más reconocimiento ha obtenido.
Productor y arreglista de proyectos tan diversos como 1280 Almas, Cabas, Victoria Sur, Kraken y Cuatroespantos, entre otros, Juan Sebastián Monsalve también se involucró en los terrenos del jazz desde muy joven. De hecho, en 1993, con la composición “Diez piezas para cuarteto de jazz “, ganó la beca Francisco de Paula Santander otorgada por Colcultura. Ocho años más tarde grabó ‘Bunde nebuloso’, un disco clave en la breve historia de nuestro jazz.
Paralelo al trabajo con el ensamble electrónico-vocal Comadre Araña, Monsalve conformó un grupo junto a la pianista Adriana Vásquez y el baterista Pedro Acosta, quienes, enfrentados a uno de los formatos más difíciles del género, lograron jugar entre pasillos, joropos, música clásica indostaní y sonoridades de la cumbia sabanera como lo es el caso de “Lo sé, las siete sale sol”, una de las 10 piezas que conforman ‘Raga que zumba’ (2008).
Este estilo de jazz, juguetón, casi humorístico y con cierta ironía, también sostiene la propuesta de Puerto Candelaria, agrupación medellinense que en 2002 debutó con su disco ‘Kolombian jazz’, el mismo que fue reeditado por MTM ocho años después en la serie NMC como estrategia del sello para promocionar el lanzamiento de ‘Vuelta canela’ (2010), grabación con la que entró a ser parte del sello de Humberto Moreno. Si bien el tercer disco del combo dirigido por el pianista Juancho Valencia afirmó su identidad sonora –un tropicalismo ambiguo, irreverente y sin gentilicios- algo de ese jazz original permaneció en composiciones como “Burro detenido”, “La corriente” y “Balkánica”, esta última incluida en ‘Cumbia rebelde’ (2011), disco que cerró el ciclo con MTM.
En 2018, antes de convertirse en una compañía dedicada a la tecnología de audio y video, MTM prensó su último disco dedicado al jazz, interpretado por un contrabajista colombiano radicado en Barcelona desde finales de la década de los noventa.
En la soledad del autoexilio, a Juan Pablo Balcázar se le revelaron viejas tonadas que mantuvieron nítidos algunos fragmentos de su memoria: los paseos en carro con sus padres, las navidades y las fiestas de fin de año. Salvado ese trance romántico, surgió un motivo para abstraerlas definitivamente. Aspirando al título de músico del Conservatorio Superior de Música del Liceu, en 2011 Juan Pablo presentó como proyecto de grado una reflexión que giró en torno al jazz y a las músicas populares latinoamericanas. ¿Cómo lograr que no se convirtiera ese gesto en una mera postal? Más allá de la interpretación literal, del homenaje exótico y, en su defecto, del idealismo nacionalista, el músico se permitió ciertas licencias formales en donde pudo materializar siete hermosas canciones que pertenecían, en su caso, al mundo invisible de los recuerdos.
Rodeado de algunos de los más consagrados intérpretes del jazz en España como Joan Mas, Miguel “Pintxo” Villar, Tom Johnson, Marco Mezquida y Gonzalo del Val –fieles cómplices de su aventura musical en Barcelona-, Balcázar logra una grabación sin aspavientos en la que aparece luminosa la voz de Sofía Ribeiro, cantante portuguesa que, aislada de los clichés pomposos del jazz, transforma el desarraigo en sosiego.
Esta máquina de añoranzas se llama ‘La Piragua’, un disco que además de un viaje por Argentina, Chile y Colombia, es un diario con cierto aire taciturno tal cual queda al descubierto en uno de los versos de “A pique”: “Que cosa que de repente se me ha/ ido el suelo y está el vacío esperándome/ nada me puede atajar nada firme/ adelante mío no es que me caiga/ se me ha ido el suelo y lo voy a seguir…”.
Además de la nostálgica canción de Juan Quintero, uno de los integrantes de Aca Seca Trío, encontramos, por ejemplo, versiones de “El cigarrito” -una bella copla del malogrado cantautor chileno Víctor Jara- y “Doña Ubenza”, cantinela que a ritmo de kaluyo andino popularizó en la década de los setenta su autor Néstor “Chacho” Echenique, miembro del legendario Dúo Salteño. Cerca de esos mismos pagos del sur hay lugar para revisar con delicadeza “La arenosa” y “La pomeña”, una cueca y una zamba escritas, respectivamente, por el gran Cuchi Leguizamón y el poeta Manuel Castilla.
Despedida premeditada o mera broma del destino, llama la atención un hermoso detalle que llenó de simbolismo el adiós definitivo del sello: su apuesta final por el jazz incluye una versión de “El pescador”, esa cumbia melancólica de José Barros que Antonio Arnedo también había interpretado en ‘Travesía’.