A través de expresiones musicales propias del folclor Latinoamericano, diferentes compositores, poetas e intérpretes han llevado su fe y sus oraciones a través de cantos en castellano y en lenguas indígenas, los cuales que han acompañado revoluciones y movimientos sociales.
En América Latina, el mundo campesino es tradicional y profundamente religioso; en su mayoría católico, aunque hoy las iglesias evangélicas han consolidado también sus espacios. Se puede observar el sincretismo con las creencias indígenas. El campesino pide a Dios, a la Virgen María y a los santos por sus cosechas, por la lluvia, por el sol. Es su costumbre salir de su vereda, a veces lejana, hasta el pueblo para asistir a la misa dominical y de fiestas religiosas.
Las misas, antiguamente oficiadas en latín y con el sacerdote de espaldas, han tenido cambios sustanciales a partir del Concilio Vaticano II, iniciado en 1962 por el Papa Juan XXII, conocido como “el Papa Bueno”, quien quiso modernizar la Iglesia y acercarla a los más humildes. La misa en adelante se rezará frente a los fieles, en su lengua y estos tendrán mayor participación, especialmente a través de los cantos. Y ahí es donde aparecen en la liturgia el lenguaje popular y los modismos.
Los años sesenta son también años de recuperación de expresiones musicales populares por parte de cantantes y compositores como Violeta Parra, Atahualpa Yupanqui, Víctor Jara o Mercedes Sosa, entre muchos otros; y de instrumentos como el charango, la marimba, la quena, la zambumbia -también llamada marrano-, la chirimía y el violín. La música religiosa va a integrar estos elementos.
En América del Sur, en Argentina, fue creada la Misa Criolla para solistas, coros y orquesta, con charango y percusión por el músico Ariel Ramírez (autor, entre otras piezas, de la conocida zamba Alfonsina y el Mar). La Misa Criolla fue grabada en 1964 por el grupo Los Fronterizos.
Pero es en América Central, en el periodo de conflictos atravesados por guerras y proyectos revolucionarios, en los que se ven comprometidos muchos sacerdotes, donde se consolida y se expande inicialmente esta música religiosa. En efecto, a partir de los planteamientos de la Teología de la Liberación, que propicia la reivindicación de los pobres inspirándose en el Evangelio, se crean las comunidades eclesiales de base retomando el ejemplo de Brasil, que reúnen a los sectores populares y sus canciones integrarán la visión de un Cristo identificado con los pobres, con un lenguaje que además refleja la identidad regional.
Una de las más conocidas entre las misas campesinas es la misa nicaragüense (1975, en el ocaso de la dictadura de Anastasio Somoza), que lleva la influencia de Ernesto Cardenal, sacerdote y poeta, quién en la isla de Solentiname había organizado una comunidad de pescadores, campesinos y artistas atentos a un Cristo obrero y trabajador y a un Dios siempre del lado de los pobres.
En la creación de esta misa, cuya musicalización estuvo a cargo del grupo de Carlos Mejía Godoy, se integra música de todo el país, incluyendo un canto en miskito (lengua hablada por la etnia que lleva el mismo nombre y habita en el norte de Nicaragua). Participaron también campesinos, como Pablo Martínez que escribió el canto de la meditación que se ubica después del Sanctus y del que transcribimos un fragmento: “Como estos pajarillos hoy te canto, Señor, pidiéndote nos unas en fuerza y amor. Te alabo por mil veces, porque fuiste rebelde, luchando noche y día contra la injusticia de la humanidad”.
Aunque fue interpretada una vez en 1975, la jerarquía católica la prohibió. Sin embargo, la gente la interpretó por todos los rincones del país y en 1979 fue objeto de una versión pop con la orquesta sinfónica de Londres, con las voces de Ana Belén y Miguel Bosé entre otros. Además de la misa, Mejía Godoy compuso una canción muy recordada, ‘El Cristo de Palacaguina’: “Cristo ya nació en Palacaguina, de Chepe Pavón y una tal María, elle va a planchar muy humildemente la ropa que goza la mujer hermosa del terrateniente”.
En el Salvador, donde muchos sacerdotes jesuitas, al lado de Monseñor Arnulfo Romero denunciaron la despiadada represión, el músico Guillermo Cuéllar creó la Misa popular salvadoreña, en 1980, en un periodo en el que ocurrieron múltiples asesinatos de prelados. La misa de Cuéllar recoge las frases y vivencias religiosas de las comunidades de base que se organizaron en ese país.
En Colombia, Alberto Escobar Ospina creó la Misa campesina colombiana que busca integrar la geografía colombiana y sus diferentes ritmos musicales como, el bunde en ‘Hola Señor’ o el pasillo en ‘Señor ten piedad’.
Con estos y muchos otros casos, vemos una religiosidad popular anclada en el territorio, las costumbres, los conflictos y las luchas para pedir, suplicar y agradecer, con la emoción que crea el cantar juntos, acompañados de los instrumentos musicales de la vida cotidiana.
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