San Juan de Pasto, la alegre y gélida capital del departamento de Nariño, hace parte de una geografía cruenta donde, según el poeta Aurelio Arturo, hombres insurrectos y mujeres arrojadas habitan “(…) un bosque extasiado que existe solo para el oído, y que en el fondo de las noches pulsa violas, arpas, laúdes y lluvias sempiternas”. Coronada por un volcán imponente, Pasto y sus alrededores han sido escenario de eventos trascendentales de la música colombiana como aquella vez que la Banda de Pupiales interpretó por primera vez “La Guaneña” en la infame Batalla de Cuaspud en 1863. Cuna de Maruja Hinestroza, el Trío Fronterizo, los Alegres de Genoy, el Trío Martino, Bambarabanda y la insolente Acid Yesit, “La leona de los Andes” también fue el hogar original de una de las figuras cimeras del jazz latino y la salsa en el continente americano.
El destino, milimétrico e implacable, le tenía reservada una morada musical a Manuel Eduardo Martínez Bastidas, quien nació un 7 de enero de 1942: su madre, dedicada pianista, y su padre, intérprete de trombón y director de orquesta, definieron desde muy temprana edad sus futuros oficios. Muy pronto, cuando apenas contaba con seis años de edad, la familia Martínez Bastidas se trasladó a Bogotá, ciudad en la que su padre había obtenido un puesto como integrante de la Banda Nacional. El acordeón fue el primer instrumento del niño, quien lo abandonó para tocar la conga y la batería en la legendaria orquesta de Manuel Martínez Pollit, su padre. A los diez aceptó entrar al Conservatorio Nacional para estudiar piano. Allí entró en conflicto con un exigente profesor ruso. La espartana disciplina impartida por su tutor le obligó a tomar una seria decisión: aprendería música, pero en el vaivén azaroso de la calle, las retretas y los grilles. Pasada la adolescencia debutó como pianista y baterista de Américo y sus Caribes –la famosa orquesta del violinista argentino Américo Belloto-, grabó el piano en el primer disco de la cantante Yolima Pérez, tocó la batería en un disco de música brillante al lado del pianista chileno Mario Ahumada e hizo parte de los combos de Pepe Reyes y Alex Tovar.
A finales de la década de los cincuenta un viejo amigo de su padre le extendió la invitación al joven Eduardo para que se uniera a su orquesta. Se trataba del mismísimo pianista boyacense Hernando Becerra, quien había quedado fascinado por la agilidad del chico en la percusión. Sería este el inicio de un largo viaje que mantendría a Martínez alejado de Colombia durante algo más de tres décadas.
Aruba fue la primera escala. Luego tuvieron una temporada en Miami donde Becerra decidió, de manera inesperada, devolverse. Los planes de su protegido eran otros. Con tan solo 18 años, Eduardo Martínez decidió probar suerte en los Estados Unidos no como baterista sino como pianista. Se alistó en el conjunto del cantante cubano Rubén González con quien ganó experiencia en los bares de Nueva Orleans. En 1963, de vuelta a Miami, trabajó con Pupi Campo y Chico Oréfiche. Inmerso en una escena musical intensa, tomó otra decisión trascendental: ir a probar fortuna a Nueva York.
En las calles neoyorquinas, mientras se encontraba tocando con Louis Barceló, flautista de Joe Quijano, el joven pianista fue abordado por un hombre fornido, de talla alta y gafas de gruesos marcos negros. Era Ray Barretto, quien por esos días ya era una celebridad en el circuito latino de la ciudad. Luego del concierto se acercó y le pidió su número de teléfono. Días después una llamada lo tomó por sorpresa: ¡Manos Duras lo estaba invitando a formar parte de su grupo! Barretto le dio dos semanas para que estudiara los arreglos musicales de lo que sería un nuevo disco. Lo que no sabía el famoso conguero era que Martínez, hasta ese momento, era novato en los enrevesados asuntos orquestales. En otras palabras, no tenía ni idea de cómo se hacían los arreglos de una canción. Esto no fue impedimento para que el pastuso aceptara la oferta. Durante todos los días hasta el plazo estipulado, Edy fue a la biblioteca del Lincoln Center para estudiar teoría. Estaba decidido a demostrar que sí lo iba a lograr. El disco en cuestión, Señor 007 (1966)- una serie de versiones con acento latino de la música de las películas de James Bond- se grabó con la actuación de Edy, quien aportó los arreglos de seis de las canciones que lo componen. Junto a Barretto, Edy Martínez dejó para la posteridad los nostálgicos acordes de “Rareza en Guajira” y los arreglos de “Trompeta y trombón”, que años más tarde la Fania All Stars utilizó como apertura de sus conciertos bajo el título “Descarga Fania”: “Oye que rico suena la trompeta y trombón, mi china”, rezaba el verso original cuya melodía se inmortalizó luego como “Oye que rico suenan las Estrellas de Fania”.
La década de los setenta consolidó a Edy Martínez como uno de los pianistas más creativos y solicitados de la escena del jazz latino y la salsa en Nueva York. De eso da cuenta su breve y contundente paso por la banda de Mongo Santamaría, su amistad profunda con el saxofonista argentino Gato Barbieri, dos clásicos rotundos de la rumba latina junto a Ray Barretto -The other road (1973) e Indestructible (1973)- y una larga lista de grabaciones como arreglista, productor y pianista en registros de Andy Harlow, Justo Betancourt, Larry Harlow, Tata Vázquez, Ángel Canales, Eddie Palmieri, Mike Pérez, La Sonora Borinquen, Raúl Marrero, Cortijo, Lou Pérez, Willie Colón, Pete “El Conde” Rodríguez y Típica 73, entre otros nombres rutilantes de la movida latina. De estos esplendorosos años quedó una grabación extraordinaria que sorprendentemente ha pasado desapercibida: junto a una constelación de estrellas coronadas por Tito Puente y Carlos “Patato” Valdes, Edy Martínez dejó consignado todo su poderoso tumbao en una vigorosa sesión de improvisación titulada Just like magic (1979).
Los ochenta y la primera mitad de los noventa no fueron menos fructíferos, destacándose su impronta en el Conjunto Libre de Many Oquendo, algunas grabaciones del percusionista Ray Mantilla, Zaperoko y Joe Quijano. En 1995, luego de su participación en más de sesenta grabaciones, Edy Martínez presentó su primer disco firmado con su nombre. Privilegio –que contó con la complicidad de Carlos Adolfo González, el controvertido dueño del bar bogotano Casa de Citas- resultó una síntesis curtida de un pianista que decidió aprender su oficio en las fronteras de la academia. Para la muestra “Obsesión”, el hermoso bolero original de Pedro Flores que Martínez resuelve con elegancia y destreza a lo largo de un maratónico soliloquio que dura alrededor de nueve minutos. Todo un clásico del jazz latino del mismo talante que “Iron jungle”, “Mother´s day” y “Six for rose”, entre otras composiciones que el pianista grabó en Bogotá junto a Orlando Barrera (trompeta), Tico Arnedo (saxo tenor y flauta), Edilberto Liévano (trombón) Diego Valdés (bajo) Ernesto Simpson (batería) y Samuel Torres (bongó), por nombrar algunos de los integrantes de su orquesta. ¡Una nómina de lujo ideal para enmarcar el regreso de Martínez a tierras colombianas!
A finales de los años noventa Edy Martínez se instaló definitivamente en Colombia. Dirigió la Big Band de la Universidad de Nariño, asesoró a la orquesta holandesa Cu-Bop City Big Band y grabó un par de discos junto al percusionista venezolano Gerardo Rosales. Volvió brevemente a Nueva York para escribir el que, podríamos decir, es su testamento discográfico. Se trata de Midnight jazz affair (2008), una intrincada reflexión que gira alrededor de la música antillana, la salsa neoyorquina, el jazz afrocubano y el mestizaje andino. Para las nuevas generaciones queda la monumental “Suite para piano, percusión y orquesta” y, sobre todo, la ingeniosa versión de “La Guaneña”, aquel bambuco aguerrido que, muy seguramente, el pianista escuchó en alguna retreta callejera en las calles de San Juan de Pasto.