Carlos Duque, el último profeta del diseño gráfico permanente
Carlos Duque es uno de los nombres más relevantes en la historia reciente del diseño gráfico y del arte en Colombia. Hijo de una generación de artistas y diseñadores que sentaron las bases del oficio en el país, se formó como publicista y poco a poco fue inmiscuyéndose en el mundo de la fotografía y el diseño de logos y carteles.
Nació en Palmira, Valle del Cauca, en el año 1946. Desde muy joven entendió que su vocación estaba inclinada al arte y quiso ser pintor, pero la vida no se lo permitió y terminó tomando otros caminos. Entró a estudiar en Bellas Artes, en Cali, y vivió de cerca la época del nadaísmo y los festivales de teatro.
Trabajó en la agencia de publicidad de Hernán Nicholls y en 1969 emigró a los Estados Unidos para estudiar fotografía en el Art Center College of Design, en Los Ángeles. Allí estuvo por dos años y pudo presenciar los eventos más importantes del inicio de la década del 70. Regresó a Colombia un poco después y empezó a ejercer su labor de publicista, aunque también hacía caricaturas y fotografías para algunos diarios.
Este contenido hace parte del especial 'Nuestros trazos': historia del diseño gráfico en Colombia, conócelo aquí.
Su carrera ha estado dirigida por la creatividad. Sin el menor ánimo de quedarse quieto, Carlos Duque ha fotografiado a casi todos los personajes importantes de la vida pública en el país y, no contento con ello, ha diseñado parte de los logotipos más conocidos, como el de la Feria del Libro de Bogotá o el de Saltín Noel, por mencionar algunos. Además, sus campañas publicitarias han trascendido por el alto nivel de detalle que presentan.
En materia de diseño, ha explorado casi todos los frentes. Y si de carteles hablamos, una de sus grandes obras es probablemente la imagen más icónica de finales de los 80 e inicios de los 90 en Colombia. Su ‘Monna Lisa’, lo dice él, es el cartel de Luis Carlos Galán, aquel que se utilizó en la campaña presidencial del líder liberal antes de que fuera asesinado en 1989.
Publicista, fotógrafo, diseñador gráfico, ilustrador, un hombre orquesta, así define su trabajo Carlos Duque, que con el paso de los años hace más y más grande su obra, y se resiste a ser efímero, a dejar que su trabajo sea solo algo de un día. Su intención es ser permanente.
¿Cómo se inicia en el mundo de las artes y la publicidad?
Carlos Duque: Estamos hablando de la década del 60, en Cali. Por esos días se estaba realizando en Europa la Revolución de Mayo, que era una protesta de las juventudes europeas. Se inició en Francia y marcó un punto clave en todo lo que fue el devenir de los movimientos internacionales, que estaban también amparados por lo que sucedió con la Revolución Cubana, que había ocurrido diez años antes. Eso coincidió, en Colombia, con el auge del movimiento nadaísta, que lo dirigía Gonzalo Arango, y en el que estaba Jotamario Arbeláez y un poco de gente de Cali, de Medellín, de Bogotá. Era un momento muy vital, en general en el mundo de la cultura.
En Cali se realizaba todos los años un festival nacional de arte, que era manejado por Fanny Mickey, que llegó a Colombia y entró por Cali, empezó a trabajar con el TEC y después se vino para Bogotá, pero empezó allí. Esos festivales eran un éxito porque ahí estaba todo el mundo.
La ciudad se llenaba durante quince días y se reunían los teatreros modernos para hablar de lo nuevo, lo contemporáneo que estaba pasando con el teatro. Todo el mundo venía y todo el mundo era joven. Obregón no tenía más de 40 años cuando iba a exponer sus obras. Los grandes artistas del momento rondaban casi todos esa edad y yo tenía unos 19 o 20 años.
Era un momento muy interesante en términos culturales y ahí fue cuando empecé a trabajar en publicidad, con Hernán Nicholls, en Cali. Esa conexión con ese mundo, por un lado, la publicidad, y por el otro, todo este tema de los festivales, porque uno terminaba codeándose con toda la gente, con los actores, con los directores, con los que estaban en la “pomada” de la cultura.
Enrique Grau, Edgar Negret, toda esa generación que, si bien eran jóvenes, ya eran la generación mayor de artistas en Colombia, y eso me llevó a mí al mundo de la publicidad, pero desde la mirada cultural, desde la mirada artística. A final de cuentas, nunca llegué a ser el pintor que quise. Soy una especie de bicho raro en el sentido de que hago diseño gráfico, he hecho fotografía, trabajo en publicidad, he trabajado en campañas políticas… Soy un director creativo.
Gran parte de mi trabajo, el conocido y mucho del que está sin conocer, está enfocado creativamente hacia algo más artístico, por llamarlo de alguna manera. Sin embargo, no me gusta llamarme a mí mismo artista. Creo que, en últimas, es la gente la que dice si uno es artista o no.
¿Qué tanto influyó esa etapa en particular en el desarrollo de su carrera?
CD: Todo el movimiento cultural de aquella época se relacionaba mucho con lo que sucedía en Cuba y eso tenía mucha influencia en todo lo que uno trabajaba. Fue un despertar creativo en general, para los poetas, para los escritores, para los periodistas, para los artistas. Toda la gente joven veía con mucha ilusión ese tema de la revolución. En este caso, el diseño gráfico cubano fue muy importante y empezó a tener influencias reales, pero yo no sabía.
Lo que sucede es que en medio de todo esto de los festivales de arte, recuerdo una exposición que fue iniciática para mí. Era de Dicken Castro, en ‘La Tertulia’, aquí en Cali. Yo nunca había ido a una exposición relacionada con diseño gráfico y era muy interesante porque eran logotipos diseñados por él, pero en tercera dimensión. Eran esculturas de esos logos. Era una cosa espectacular. Empecé a seguirle la pista, entonces.
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Por esa época también estuvo en Cali David Consuegra. Yo lo conocí trabajando en Nicholls Publicidad. Él era un apasionado por el diseño editorial. Hacía muchas revistas y libros. Estaba muy metido en eso, además era un tipógrafo tenaz. Se sabía de memoria todas las fuentes. Alumnos de él de la Nacional y la Tadeo me cuentan que era terrible porque les hacía aprenderse de memoria todo eso. Tenía ese tipo de disciplina que yo nunca tuve.
Lo que yo conocía era más por mi curiosidad, por mi interés de investigación. Él fue el primer diseñador gráfico colombiano de academia. Él estudió en Nueva York y cuando llegó acá era el que sabía cómo era el tema de los carteles, las tipografías. Era un tipo muy riguroso que sufría con la informalidad del diseño colombiano. Hoy, por supuesto, ya hay muchos diseñadores profesionales, pero en aquella época era otra cosa.
Tanto David como Dicken, ambos vivían muy interesados en el tema precolombino. Hacían investigaciones y luego exhibían colecciones al respecto. Ahí empecé yo también a tener ese tipo de contacto alrededor del diseño.
A Martha Granados también la conocí. Ella viene más del mundo del arte. Estudió pintura en Bellas Artes y más tarde aprendió sobre Animación en Londres. Viene de esa escuela del arte, como Dicken viene de la arquitectura, David propiamente de la del diseño, y yo, que vengo de la publicidad.
Ellos iniciaron la era moderna del diseño gráfico en Colombia. Yo soy hijo de ellos, en ese sentido. Gracias a su trabajo empecé a reconocer el verdadero lenguaje.
Era una época muy vital y muy rica creativamente que se siente hoy muy distinta. Hoy hay mucho volumen. Si en aquella época existían cinco diseñadores gráficos, por decir algo, hoy hay diez mil en Colombia. De hecho, cualquiera puede ser diseñador gráfico. Es muy fácil. El ojo se educa y los computadores lo dan todo, tienen todas las fuentes y las herramientas. Eso está todo ahí. Pero la riqueza creativa es distinta.
En aquella época era impresionante ver la creatividad de los 20 o los 30 diseñadores más conocidos del momento. Eran artistas, realmente, porque el impacto de ese tiempo influyó mucho en los estilos gráficos, había un uso artístico real con el diseño gráfico, que no estaba sometido a los rigores del marketing especializado de hoy que impulsan las grandes compañías de consumo e impiden la creatividad.
El mundo ha cambiado y uno echa un poco de menos la factura artística de las cosas. Hoy todo se parece a todo.
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¿Cómo vivió su etapa en Estados Unidos y de qué forma la fotografía le permitió ampliar su visión del diseño y la publicidad?
CD: Yo viajé a finales del 69 a estudiar fotografía en Los Ángeles. En ese momento era director creativo de Nicholls Publicidad, en Cali, y trabajaba con Fernell Franco, un gran fotógrafo y un gran artista. Con él empecé a conocer la importancia de la fotografía en la publicidad. Si no existiera la fotografía, la publicidad seguiría en la época en que todo se hacía con ilustraciones, que corresponde a lo que sucedía en los años 50 y 60.
La publicidad en revistas y en general, dependía de la ilustración en materia visual. La fotografía se usaba, pero no competía tan bien con lo que lograba la ilustración. Ya en los años en que me fui para Estados Unidos, empezó a adquirir gran importancia en publicidad. Yo sentía, entonces, que tenía que estudiar fotografía, pero no para ser fotógrafo.
Gracias al estudio de la fotografía me he podido mover en varios terrenos, y es que lo que yo he aprendido no ha sido por escuela en sí, sino por la práctica de la comunicación.
¿Qué tanto considera que ha evolucionado el diseño desde que usted inició hasta nuestros días?
CD: Antes uno tenía que hacer los avisos en una cosa que se llamaba letraset. Como no había computador, uno dibujaba las letras con flumasters y acuarelas, y los bocetos los hacía así. Eso mejoró mucho, y pongo ese ejemplo porque es el que se me viene a la cabeza, pero realmente todos los procesos mejoraron bastante. Por eso también es que uno puede hacer tantas cosas.
¿De qué manera el hacer tantas cosas le ha permitido diversificar su oficio?
CD: Si yo tuviera una escuela de diseño les pediría a los estudiantes que aprendieran a hacer todas estas cosas, que aprendieran de fotografía, de publicidad, de ilustración, de diseño en sí. No es que tenga nada contra las especialidades, quizá alguien puede estar interesado en la tipografía y dedicarse a eso, pero lo que quiero decir es que si uno quiere ser un director creativo tiene que aprender todos esos lenguajes.
Yo trabajo con mucha gente que hace diferentes cosas, edición de video, de audio, ilustración. Pero si yo tuviera que hacerlo todo, podría eventualmente, porque así me formé. Me he demorado 50 años en graduarme, pero creo que finalmente lo hice. Me considero como un laboratorio de contenidos. Experimento con los lenguajes y voy creando, siempre pensando en sorprender, en detener un poco la mirada.
¿Cuál cree que es el trabajo por el que más lo reconocen?
CD: El afiche de Galán, ese es mi ‘Monna Lisa’. Yo no necesito decir mucho para que la gente ya tenga la imagen en su cabeza. ¿Por qué existe ese afiche? No es que yo quisiera hacer el gran afiche con el ánimo de pasar a la historia, pero sí quería hacer una cosa distinta, diferente. Hice un dibujo a plumilla a partir de una fotografía, prácticamente la calqué, poniendo en práctica mis conocimientos como dibujante, dándole un carácter gráfico, visual, que agarrara el ojo de otra manera.
Pero no importa si es eso, o los logos, o las fotos. Lo que yo he hecho ha permanecido porque eso hizo huella en el ojo, que es la parte más difícil. Yo me considero un poco como parte de los últimos profetas del diseño permanente. Hoy el mundo es desechable, el diseño es desechable, efímero. Yo me resisto a ser efímero, más allá de que sé que lo soy y es que entre tanto que hago… Yo tengo un problema de imagen pública y es que la gente no tiene idea de qué es lo que hago yo, por lo mismo que hago tantas cosas. Hablo cuatro idiomas, por decirlo de alguna manera. Eso mucha gente no lo entiende. Escogí moverme en muchos terrenos y ahora estoy tratando de recogerme.
Para mucha gente soy el del afiche de Galán, para otros soy un fotógrafo de personajes; otros dicen que soy diseñador gráfico, para otros soy un publicista político. Eso es muy interesante, pero al mismo tiempo muy cruel porque la gente no me lee como quisiera. Yo soy la obra, eso es lo que quiero que vean, todo eso que he hecho es lo que yo soy. Miren este recorrido, quiero montar un gran espectáculo con todo ese bagaje, con todas esas imágenes y jugar. Yo sigo jugando a eso, a inventar imágenes que queden en la memoria.