En diálogo con Radio Nacional de Colombia, la actriz habló sobre ‘Victus’, iniciativa artística en la que las diferentes caras del conflicto colombiano se unen en torno a la reconciliación.
Alejandra Borrero es una reconocida actriz y directora de teatro, su nombre es uno de los más recordados en el mundo de las artes escénicas en el país. Más de dos décadas de trayectoria confirman su talento para encarnar una múltiple gama de personajes en diferentes producciones televisivas y teatrales. Por eso, decidió emprender un nuevo reto para dedicarse a escribir y protagonizar, junto a millones de personas, una nueva historia: la de la paz en Colombia.
En su mirada hay un halo de esperanza. Es su forma de empezar a saldar lo que ella considera una deuda muy grande con su país, luego de cultivar una carrera exitosa “sin hacer nada mientas Colombia sufría el horror de la guerra”.
Es una firme convencida de que ya es hora de pasar la página de la guerra, para empezar a escribir los capítulos de la paz. Fue así como nació la idea de un proyecto artístico que uniera a las diferentes caras del conflicto, no para discutir, juzgar ni recriminar, sería el encuentro de personas que sacrificaran algo valioso por un bien mayor en medio de una experiencia renovadora.
Foto: Casa Ensamble
‘Victus’, como se denomina la iniciativa, es un laboratorio para la construcción de memoria, perdón y reconciliación, donde exguerrilleros de las Farc y el Eln, militares, paramilitares y víctimas de la sociedad civil se unen para transitar hacia un nuevo camino en la forma de verse y relacionarse en un escenario de paz. ‘Victus’ resume el concepto de ‘víctimas victoriosas’.
La idea surgió hace dos años y desde entonces se empezó a trabajar. El primer piloto del proyecto inició hace un poco más de dos meses con un grupo de 20 personas, fue así como Alejandra y su equipo de talleristas de Casa Ensamble emprendieron esta aventura en la que el arte y el amor serían el único lenguaje para transformar vidas de hombre y mujeres.
Foto: Sandro Sánchez - RTVC
El primer día fue inolvidable, el miedo frente a lo que podía pasar embargaba a todos en el ambiente.
“Lo primero que hicimos fue oírnos el corazón y creo que eso rompió las barreras y creó inmediatamente una relación diferente, todos tenemos corazón, todos palpitamos, todos somos así de delicados. Fue un trabajo hecho desde el amor. Creemos firmemente que el amor es el pegante de todo este dolor, es el único ingrediente que es fundamental para empezar a transitar este camino de la reconciliación”, comenta Alejandra.
En la primera sesión los participantes estaban muy expectantes. Todos muy puestos en su lugar, se miraban unos a otros. Nadie se presentó, nadie dijo de dónde venía, esa era la esencia del primer ejercicio: humanizarlos, quitar los rótulos, no hablar desde las ideologías.
Foto: Casa Ensamble
“Creo que para ellos fue muy extraño, pero entraron en la dinámica porque todos somos seres humanos y uno puede identificarse con otro ser humano inmediatamente. Cuando volvemos a ser humanos y volvemos a reconocer en el otro lo que yo soy, matar al otro es matarme a mí mismo, así que ahí existe una barrera natural y real, que tiene que ver con la dignidad de los seres que están aquí”, agrega Borrero.
De ahí en adelante el trabajo fue arduo, todos los días se realizaba un ritual basado en la vida. Allí se hablaba de los elementos de la naturaleza, de los cuales sacaban las características que se debían tener en este proceso: flexibilidad, hablar desde el corazón, la transparencia, la fluidez, y la tierra como ese ser que acoge el espacio de confianza y de intimidad, donde podían aflorar todas estas cosas.
Foto: Casa Ensamble
Este ritual fue fundamental, sin embargo, el elemento para caminar hacia el objetivo siempre fue el círculo de la palabra. Al final de cada sesión de trabajo, realizaban siempre una reflexión donde podían decir todo lo que habían sentido.
“Fueron momentos impresionantes, donde se dijeron cosas increíbles, dolorosas, pero también reconfortantes y que nos dieron sentido de vida, que nos dieron sentido de humanidad, el círculo de la palabra, la escucha, no tener una agenda, ser capaz de escuchar”, cuenta.
Para Alejandra, esta fue una de las lecciones más grandes que tiene ‘Victus’. “Creo que si algo hemos tenido los colombianos es que no nos escuchamos, cada uno toma un partido y se estira para un lado”, señala.
Foto: Casa Ensamble
Con el paso de los días, distintas emociones y sentimientos salían a flote, el manejo del grupo no era fácil y los momentos de crisis no fueron ajenos en diferentes etapas del proceso. Sin embargo, el diálogo fue la mejor herramienta para superarlas y afianzar el camino.
Alejandra tuvo que dotarse de fuerza para enfrentar los momentos más duros de esta labor. Aún así, su voz no deja de entrecortarse al recordarlos y una sonrisa denota que valió la pena cada instante de lucha.
Foto: Sandro Sánchez - RTVC
“El momento más duro que tengo de esos dos meses, fue el momento en que las mujeres empezaban a hablar de los abortos y de la cantidad de hijos sin cédula de este país, que están enterrados por Colombia. Fue un momento tan brutal, las cosas que se alcanzaron a decir fueron tan increíbles que realmente genero una sanación espontánea. Los hombres vinieron, nos abrazaron y nos pidieron perdón por las brutalidades que han hecho los hombres con las mujeres en Colombia. Fue un momento sublime y maravilloso”, sostiene.
Alejandra es fiel defensora de afirmar que luego de más 50 años de conflicto, quién no puede ser considerado como víctima y que la verdad es algo fundamental para poder surgir en medio del conflicto.
Foto: Casa Ensamble
“Me impresiona mucho que nadie habla por ejemplo de cómo se hizo el proceso de paz con las AUC. Nadie dijo nada, a nadie le preguntaron. Hay muchos problemas porque falta todavía mucha verdad, porque muchos de ellos fueron extraditados, porque si algo tenemos que tener en Colombia para poder seguir, es la verdad”, afirma.
La risa fue un canalizador de este difícil proceso y el abrazo fue un contenedor de amor. A las ocho semanas se había lograda la cercanía y la confianza, antes impensables entre los participantes de ‘Victus’, después de tanto miedo de empezar a conocerse, se burlaban de ellos mismos, aprendieron a reírse de la vida.
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Foto: Casa Ensamble
Finalmente, resultado de este trabajo llegó a las tablas del Teatro Arlequín de Casa Ensamble con una primera muestra, tan sólo un adelanto de lo que se quiere lograr con este trabajo y que cautivó corazones. Se trató de un performance de la guerra, el miedo, la soledad y la muerte, en el que todos los participantes se reconocían por sus cualidades y formaban simbólicamente un árbol que los entrelazaba a todos como seres humanos.
Foto: Casa Ensamble
“Fue impresionante, la gente salió llorando, no podría creer el amor y la solidaridad que se veía en el escenario de unos con otros y por supuesto todos se preguntaban: pero, ¿De dónde es? ¿De qué bando es? (…) ¿Cómo así, pero este quién es? Y esa curiosidad morbosa que tenemos de saber este tipo de cosas no se las cumplimos, por el contrario, les mostramos seres humanos que están conscientes del otro, que se pudieron poner en el zapato del otro, que pueden apreciar en la diferencia”, dice Alejandra.
Foto: Casa Ensamble
‘Victus’ está visualizado como un proyecto a cinco años que pretende seguir impactando las vidas de todos aquellos que han sido tocados por la violencia. Para esta actriz, esta iniciativa debe ser una herramienta del posconflicto.
Lo que sigue para los próximos meses será el montaje de una gran muestra teatral que se presentará en diferentes partes del país, paralelo al desarrollo de diferentes muestras a alusivas a la memoria, desde una línea de tiempo elaborada con las vivencias de cada persona, paisajes sonoros, ‘kits de sanación’ que reúnen elementos que fortalecen y avivan en los tiempos difíciles, hasta cuentos infantiles, recopilando las historias de todo este proceso.