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Jesús Abad Colorado: componer el espejo roto que ha dejado la guerra

La exposición ‘El testigo’ reúne 500 fotografías tomadas por este peiodista colombiano desde 1992 hasta 2018.
Richard Hernández

 

En una de las cuatro salas del Claustro de San Agustín, donde se exhibe ‘El testigo’, una exposición del fotógrafo colombiano Jesús Abad Colorado, logré ver a la exalcaldesa de Apartadó (Antioquia) y defensora de los Derechos Humanos, Gloria Cuartas, secándose las lágrimas.

También escuché diferentes exclamaciones y reacciones de algunos visitantes: “¡Cómo pudo haber pasado todo esto!” y “¡Parece que fuera en otro país!”. Vi a dos señoras de la tercera edad que se santiguaban, una de ellas decía: “Dios mío, pobres madres”.

Estas son algunas de las reacciones que deja en el espectador la exposición ‘El testigo’, la cual reúne 500 fotografías tomadas por el periodista colombiano Jesús Abad, ganador del Premio Nacional de Fotografía 2018 y uno de los que más ha registrado con su cámara el conflicto armado en nuestro país.

Foto de la exposición ‘El testigo’. Foto: Nangibe Torres.

La curaduría de esta muestra, que estará exhibida hasta el 28 de abril de 2019 en el Claustro de San Agustín de la Universidad Nacional de Colombia, estuvo a cargo de María Belén Sáenz, quien junto a su equipo, durante dos meses y medio, seleccionaron de las miles de fotos tomadas por Abad, desde 1992 hasta 2018, las imágenes que conforman la exposición.

Las fotografías están exhibidas en cuatro salas, con distintos temas del conflicto. La primera, es ‘Tierra callada’, donde se podrán ver fotografías sobre el desplazamiento; la segunda se llama ‘No hay tinieblas que la luz no venza’, que se centra en la desaparición forzada; la tercera ‘Y aun así me levantaré’, donde se muestran imágenes sobre la violencia contra los civiles y la cuarta es ‘Pongo mis manos en las tuyas’, donde hay fotografías sobre las manifestaciones por la paz, desmovilizaciones y los procesos de recuperación del tejido social.

Foto de la exposición ‘El testigo’

Con Jesús Abad logré conversar varios días después de haber concertado una cita, porque su agenda está copada por diferentes medios de comunicación que quieren entrevistarlo para conocer sobre ‘El testigo’.

Su familia ha sido víctima de esta guerra. ¿Esa fue la razón principal para que usted se dedicara hace 26 años a registrar a través de la fotografía el dolor y el horror de la guerra, o existen otras razones?

Yo creo que seguramente muy en las raíces mías, está todo eso. Por los relatos de mis hermanos mayores, mis abuelos y mis tíos, sobre el desplazamiento, el dejar la tierra tirada, los animales, el de huir, el de los duelos, el del asesinato de uno de mis abuelos, de dos primos hermanos desaparecidos y el de la impunidad.

Foto de la exposición ‘El testigo’. Foto: Nangibe Torres.

Pero es la multiplicidad de injusticias que como periodista comencé a documentar en Colombia, porque las cosas se siguieron multiplicando y ese es el dolor que lo tiene que acompañar a uno.
Lo que trato de hacer con mi trabajo fotográfico periodístico es dejar un testimonio, por eso, esta exposición acá al pie de la Casa de Nariño, es una forma de decir: “después no digan que no se dieron cuenta”.

¿Cuáles son esas huellas que deja la guerra a su paso por las regiones que usted ha captado con su cámara?

Son territorios marcados hasta la saciedad, no solamente por las inscripciones de los grupos armados, sino marcados en la piel de los árboles, en las minas antipersonales, en las municiones sin explotar, en los ríos contaminados por el petróleo. Territorios devastados no solamente por el tema de la minería, sino también por la producción de coca para la cocaína, que también está arrasando nuestros bosques y qué decir del alma de los campesinos que lo han vivido y obviamente en el alma mía, pues también hay huellas.

Foto: Fernando Aya

¿Y esas huellas lo han hecho más fuerte?

No, todo lo contrario, con el paso de los años hay un ser humano mucho más sensible que afloja muy rápido las lágrimas, que se indigna más, por tantas situaciones que por muchos años uno ha visto. Pero uno no se doblega, porque cuando encuentra la capacidad de resistencia de nuestra gente, las ganas de salir adelante, de la esperanza que nunca han perdido, de los niños que siguen sonriendo ante cualquier situación. También, de las mujeres después de perder a sus compañeros. Yo he visto a muchas mujeres levantarse de nuevo y hacer un trabajo de memoria para no repetir ese dolor.

Sobre el contacto con las víctimas que ha fotografiado, ¿Qué ha pasado con Carmelina, la niña desplazada de seis años, de la misma edad de su hija Manuela, que usted fotografió en 1997, en el Coliseo de Turbo?

A Carmelina la busque unos años después y supe que se había ido a la zona del Tolima, yo la volví a buscar en el 2001 y ya no se encontraba allí, mi deseo es tener la capacidad, también económica, para poder moverme, yo trabajo independiente desde hace más de 17 años.

Me gustaría ir a la zona del Atrato a buscarla, o buscar a sus padres, es mejor, porque una niña cambia mucho, pero el nombre de su padre jamás se me pudo olvidar: Melanio Parra, sería muy feliz poderla abrazar, seguramente tiene la misma edad de mi hija que tiene 26 años.

Sigo en contacto con muchas personas, no solo de Medellín, sino también de la región de Urabá, de La Guajira, Putumayo, Chocó y del oriente antioqueño.

Foto: Fernando Aya

Hay unas historias detrás de estas imágenes que parecen enmarcadas dentro del realismo mágico, como el de la exhumación de Gloria Aristizábal, cuya madre dice que le fue revelada, donde estaban los huesos de su hija a través de un sueño o la de los NN, de los que la gente se apropia.

Hay cosas muy particulares en el país, historias extraordinarias de cómo la gente sobrevive y resiste, que, sí son mágicas, pero el realismo mágico no se inventó con Gabriel García Márquez, el realismo mágico es una realidad que se vive en las comunidades, pero digamos que, ante este fenómeno, como el de borrar los códigos de la Fiscalía para apropiarse de un muerto, decir que yo lo escogí y le pongo a un NN, Nevardo Nanclares, que lo que estoy buscando, es un milagro.

En este país dicen que es una forma bonita que una comunidad se apropie de los NN y a veces no entienden que cuando se borran los códigos de la Fiscalía es una forma de desaparecer a un desaparecido. Es parecido al libro de la Toya Uribe, ‘Matar, rematar y contramatar. Las masacres de La violencia en el Tolima’.

Foto de la exposición ‘El testigo’. Foto: Nangibe Torres.

Hay otra foto que me llamó la atención y es la de una hermosa niña rubia que mira a través de una ventana de un bus...

Leydy Gallego, que es la niña que está en la ventana, es otra niña que tengo que buscar. Ella es una niña que retornó de un desplazamiento a ‘La esperanza’, una vereda contigua a la vía Medellín – Bogotá, en el oriente antioqueño. Seis meses después ella volvió a huir con su familia por temas de la guerra.

Esa foto de Leydy Gallego, tomada el 14 de junio del 2000, en el municipio de El Santuario (Antioquia), con sus ojos verdes y su cabello mono ensortijado, podría haber sido tomada en los Balcanes, pero es entender que Colombia es un país pluriétnico, multicultural, diverso, profundamente clasista y racista, pero la mayor parte de la gente que está en mis fotografías, son los indígenas, los negros y mestizos.

También llama la atención, una foto donde se ve la Iglesia de Bojayá en una noche estrellada...

Esa fue tomada el 6 de diciembre de 2015, el día que la guerrilla de las Farc fue a pedir perdón. Yo no quería registrar dentro de esa sala lo que estaba ocurriendo: un abrazo, un saludo, un guerrillero pidiendo perdón, sino que busqué con esa fotografía, cuya crónica está bien detallada en la exposición, sobre el dolor y la resistencia de ese pueblo afro a orillas del río Atrato, que viven ahí en medio de un territorio rico, pero muy olvidado de Colombia, tiene para mí un símbolo y es la esperanza de que en este país la gente cree que la guerra va a terminar.

Foto de la exposición ‘El testigo’. Foto: Nangibe Torres.

¿Cree que algún día su cámara dejará de registrar estos hechos dolorosos en un país marcado por la violencia?

La construcción de un proceso de paz es algo lento, uno no trabaja pensando que mañana se va a acabar todo, porque la paz no se decreta con una firma o silenciando los fusiles. Hay muchas formas de violencia, gente demasiada corrupta que propicia la violencia.

Foto de la exposición ‘El testigo’. Foto: Nangibe Torres.

Mi corazón y mi alma están lacerados por muchas cosas que he visto, pero nunca he dejado de levantar mi mirada porque siempre he encontrado esa esperanza, en esas mismas personas que han sido víctimas.

Hay que dejar registros en los medios de comunicación y hay que publicar libros para saber qué nos está pasando y no lo digo solamente como un mero registro, sino entender que con el pasar de los días tenemos una misión y es ayudar a componer ese espejo roto que ha dejado la guerra.

Foto de la exposición ‘El testigo’. Foto: Nangibe Torres.

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