Este fin de semana se cumplen 36 años del Holocausto del Palacio de Justicia, y precisamente días atrás, el Tribunal Superior de Bogotá ratificó la condena contra cinco militares implicados en las desapariciones del 6 y 7 de noviembre de 1985, específicamente por tres de ellas, pero ¿quiénes eran estas víctimas?
En el fallo del Tribunal se lee “Irma Franco Pineda, Carlos Augusto Rodríguez Vera y Bernardo Beltrán Hernández salieron con vida del Palacio de Justicia con dirección a la Casa del Florero (...) fueron sometidos a fuertes interrogatorios, donde recibieron tratos crueles y degradantes”. Aunque estos fueron los últimos días de Irma, Bernardo y Carlos, estos hechos lamentables no los definen, porque al momento de desaparecer tenían más de 20 años de vida.
En los recuerdos de Alejandra Rodríguez, vive Carlos, su papá. Un hombre de 29 años, administrador de la cafetería del Palacio que estudiaba Derecho en las noches y en su tiempo libre lo compartía con su familia y su primer amor, la mamá de Alejandra, con la que estaba organizando el bautizo de su hija, quien tan solo con 35 días de vida perdió a su padre en el Holocausto.
“Mi papá era una persona muy sociable, cariñosa, de lo que me cuentan es que como yo estaba recién nacida justamente esos días estaban hablando de mi bautizo y lo último que hablaron mis papás hacía las 10 de la mañana de ese día fue sobre lo que sería el encuentro”, cuenta.
Aunque Carlos trabajaba junto a su esposa, ella estaba saliendo de la dieta por su embarazo, motivo por el que el 6 de noviembre de 1985, aunque llegó a las inmediaciones del Palacio, no pudo entrar y regresó a su casa donde las noticias de la toma empezaron a escucharse y la incertidumbre empezó para su familia.
“El 7 de noviembre mi abuelo ve a mi papá salir en un video de la televisión española (...) Mi mamá y mi tío entran ese día al Palacio y me dicen que el restaurante se encontraba en muy buenas condiciones, no había ningún signo de violencia, excepto por un disparo en la pared y que la caja estaba baleada”, dice Alejandra.
Pese a los esfuerzos de la familia, no encontraron rastro de Carlos, y pasados cinco días empezaron a recibir unas llamadas anónimas en las que les aseguraban que se encontraba en el Cantón Norte, donde estaba siendo torturado y que estaba en muy malas condiciones.
“Mi abuelita, en su labor de mamá, lo que hacía era salir a la calle, pensando que su hijo podía tener un problema con su memoria y cuando ella veía a un habitante de calle que se le parecía físicamente, automáticamente lo cogía para ver si era mi papá”.
Junto a Carlos, Bernardo Beltrán, un joven de 24 años, algo tímido, pero muy tierno, desapareció. Su hermana, Sandra Beltrán, recuerda que era el tercero de seis hermanos, el futbolista de la familia, mesero en la cafetería del Palacio de Justicia pero que tenía planes de trabajar en un crucero, formar su empresa familiar y casarse con Marlen, su novia de toda la vida.
“Bernardo llegaba de trabajar y ayudaba a arreglar la casa o alistaba el coche y se iba con mi hermano menor a ver a los amigos, los fines de semana hacía el desayuno de mamá y papá, iban a hacer mercado, les ponía música”, lo recuerda Sandra.
Si el Holocausto no hubiera pasado, Bernardo se habría ido al crucero donde aprendería inglés y más técnicas de cocina, Sandra dice que hoy lo vería “casado, con dos hijos y seguramente jugando fútbol todavía si sus rodillas se lo permitían”.
Sandra fue la última de su familia que vio con vida a Bernardo cuando se despidió para ir al trabajo, y aún se pregunta cómo murió su hermano, sin embargo, la justicia no contesta a sus interrogantes, aunque ya su cuerpo fue ubicado y entregado a su hermana, pues para esa época sus padres ya habían fallecido esperando saber el paradero del tercero de sus hijos.
“Yo quiero saber: ¿cómo hizo Bernardo para salir del Palacio de Justicia, siendo llevado de los brazos de un soldado que entra a la Casa del Florero para después devolverse al Palacio, balearse, quemarse e irse a enterrar a Filadelfia, Caldas?”, pregunta irónicamente.
Tanto Alejandra como Sandra aclaran una vez más que Carlos ni Bernardo hacían parte del M-19, no tenían interés ni tiempo para esto, motivo por el que son falsos los señalamientos de que apoyaron la toma.
“En un principio decían que todos los de la cafetería eran guerrilleros y que habían entrado costalados de armamento, cuando nada de eso fue cierto (...) Esto fue un plan armado, hay le cobraron al M-19 el robo de las armas, de la espada de Bolívar”, aclaró Sandra.
La última de las víctimas que conocemos en este fallo es Irma Franco, una de las menores de 14 hermanos, en 1985 era estudiante de derecho e integrante del M-19; Jorge Franco, su hermano, la recuerda como una niña muy despierta desde su infancia, amante al deporte y brillante en sus estudios.
“Ella era muy sensible a las condiciones sociales humanas, ella se conmovía con cualquier estado de pobreza, injusticia (...) se quitaba el pan de su boca para entregárselo a quien lo necesitaba”, afirmó.
Para la época de los hechos, aseguró Jorge, Irma visitaba continuamente el Palacio, pues su asesor de tesis era el secretario general del Consejo de Estado, Dario Quiñones, el día de la toma ella se encontraba allí pero no estaba uniformada y en las imágenes captadas por los medios de comunicación se le ve salir con un grupo de mujeres, después es trasladada a la Casa del Florero y finalmente al Cantón Norte donde fue torturada para que diera información del M-19.
Jorg, lleva 36 años buscando a Irma, ha sido amenazado y perseguido, pero nunca dejó de tocar todas las puertas, preguntar a militares, al DAS, a cualquier persona que le pudiera dar una razón de su hermana, con la que aún sueña y a la que junto a sus hermanos anhelan encontrar pese a que en el pasado les insistieron que no la buscaran más.
“Un policía amigo me dijo que Irma estaba ilesa, que estaba detenida en la Casa del Florero y que me preparará para el proceso judicial (...) Nos dijeron que la estaban torturando, pero no la encontré en las caballerizas del Cantón Norte. Contraté personas para saber información, pero esta fue errada y un oficial del Ejército me aseguró que no la buscará más porque su cadáver y el de Gloria Anzola, los separaron y sepultaron en otro lado”, dice Franco.
La última vez que Jorge vio a Irma fue el domingo antes del Holocausto, recordó que ella se despidió de él diciéndole que haría un viaje muy largo, pero no le dio más explicaciones, en ese momento pensó que el M-19 se tomaría un avión, pero cuando iniciaron las noticias el 6 de noviembre, supo que su hermana estaba en el Palacio.
“Ella me dijo: Jorgito quiero decirle que me voy a hacer un viaje muy largo y de pronto le va a traer perjuicios a mi familia, especialmente a usted, y quiero que le diga a la familia y a usted pedirle perdón. No me dio tiempo de nada, lloró y arrancó en el carro”, reveló.
Con la certeza de que Irma estaba desaparecida, inició el proceso judicial donde se conoció “un testigo que dice que en el Palacio no hubo desaparecidos, pero sí un homicidio, el de Irma Franco, y él dice: “a ella la llevaron a inteligencia, y allí la torturaron el coronel Sanchez” (condenado a 40 años de prisión) y da nombres y apellidos de otros tres funcionarios con sus cargos, y agrega: “no sé si se murió o la mataron, pero murió”.
Ese 6 y 7 de noviembre de 1985 la historia del país nuevamente cambió y la vida de Alejandra, Sandra y Jorge no volvió a ser la misma. Hoy en día son una gran familia que junto a las demás víctimas siguen exigiendo conocer por qué realmente se dio la toma y la retoma, pues no creen que haya sido ordenada por Pablo Escobar -la excusa para quemar los expedientes de los extraditables-, o un plan que se salió de las manos del M-19, quieren saber dónde están sus seres queridos, pues de Carlos, Irma y tres personas más aún no se sabe su paradero, lo que para ellos parece una venganza del Estado contra el M-19, les arrebató a sus familiares.