Por: Carlos Mario Mojica*
Andrés Gregorio Landero Guerra (San Jacinto, Bolívar, 4 de febrero de 1931) encarna como nadie el espíritu que hizo posible la incorporación de la cumbia al mundo. Su nombre marcó para siempre el devenir de un género musical que, sin sombra de duda, hace inevitablemente injusta cualquier selección de sus mejores canciones.
Desde que tocó su primera nota, consolidó el recibimiento de su música a través de un incuestionable trenzado de composiciones cargadas de matices costumbristas y derivativos variopintos de la provincia Caribe.
Hombre de verbo torrencial y frescura original, siempre en la búsqueda de un lenguaje propio, sensible a la tradición y a los sonidos que incluso inspiraron su primera referencia, ‘Alicia la campesina’, homenaje a uno de sus amores de adolescencia y, sin duda alguna, uno de los grandes momentos que nos dejó la música inmarchitable de nuestros tiempos.
Hijo de Rosalba Landero, de quien lleva su apellido, y de Isaías Guerra, veterano y valiente gaitero capaz de desafiar cualquier clase de expectativa rítmica y quien fuera amigo de correrías del gran Miguel Antonio Fernández Vásquez, más conocido como Toño Fernández, cabeza de esa institución de música tradicional tamborera llamada Los Gaiteros de San Jacinto.
Su intransigente personalidad y sus innegables aptitudes, ajenas a cualquier dictado que no fuera el de su vocación musical y decididamente encaminada a construir un cancionero marcado por las historias de su poco viciado entorno, hicieron que a los diecisiete años se independizara de su familia, exhibiendo con esmero una irresistible pasión por llevar al límite ese empuje artístico plasmado en una filosofía de libertad y vida comunal expresada en la forma como daba rienda suelta a la narración de cada una de sus canciones.
Debutó como acordeonero frente a los matarifes de su pueblo natal, quienes pudieron observar con asombro, como esa cotidianidad paisajista del litoral era convertida en canción a través de un discurso sencillo, fundamentado en toda una serie de referentes típicos lleno de un lenguaje sin horizontes ni limitaciones.
En 1964 inicia su carrera musical de la mano de Discos Curro, el emblemático sello costeño propiedad del cartagenero José María ‘Curro’ Fuentes, responsable de un generoso catálogo de ritmos inevitablemente bailables y referente ineludible de propuestas sonoras más contemporáneas. Rumbones como ‘Pollerín en bulto’ y ‘Atesate’, o paseos como ‘Tres Morenas’ y ‘Amor soñado’, hacen parte de este primer período en el que Landero demuestra con diligencia la atracción hacia la música de su propia tierra.
Luego, en 1965, entra a formar parte de la nómina de artistas de Discos Fuentes. ‘Fiel Caricia’, su primer álbum con el sello, es un saludable y candeloso repertorio de merengues, paseos y por supuesto cumbias. Otra exhibición de brillantez compositiva creada con absoluta naturalidad y a la usanza clásica de los zafarranchos carnavaleros de antaño.
En 1966 recibe el título de Rey Sabanero en el Festival de Acordeones de Sincelejo (Sucre), demostrando con sabiduría su talento y esas entrañables ganas de recrear el pentagrama de notas chispeantes y huelelé tropical. Fue declarado 'Rey de la Cumbia' en El Banco (Magdalena), en Arjona (Bolívar), 'Rey del Festival Bolivarense del Acordeón' y hasta 'Rey de la Cumbia en México'.
Títulos más, títulos menos, adjetivos más, adjetivos menos, Landero conquistó al público de forma demoledora, rindiendo homenaje constante a su hábitat natural, en la que los días dictaminan sus normas entre el calor y la frescura, sin títulos pretenciosos ni detalles abrumadores, con el alma, el corazón y el poder de emocionar.
Cumbia en la India. (Discos Fuentes, 1966) es una cruzada sonora con aires típicos de la costa norte colombiana, interpretados con gran entusiasmo y una fascinación emotiva inigualable. Toda una concepción musical que ha motivado a nuevos creadores del sonido de nuestros días. En este trabajo se encuentran estampas folclóricas que rebosan de alegría el corazón. En él aparecen temas del calibre de ‘La negra Tulia’, ‘Vida soltera’, ‘La cesantía’ y el hermoso paseo ‘Soñé contigo’.
Mujer Querida (Discos Fuentes, 1969) es un álbum de estética insobornable y calidad garantizada, que recopilaba doce temas con olor a monte y a nostalgia vallenata. La crónica de un encuentro agradable y cálido con la tierra que lo vio crecer. ‘Perdí las abarcas’ es un himno inmortal en el que desparrama su ingenio y lo sitúa entre los compositores imprescindibles del siglo XX.
Voy a la fiesta (Discos Fuentes, 1970). Serenata vallenata (Discos Fuentes, 1971), La fiebre (Discos Fuentes, 1972) y El solterón (Discos Fuentes, 1973) hacen parte de sus primeros siete años vinculado con la disquera de don Antonio Fuentes, una laboriosa muestra de ritmo irresistible que subyuga y lleva al clímax más alto del goce.
Podría decirse que esta primera etapa de Landero con Discos Fuentes es un inabarcable compendio de diálogos campesinos de belleza inquebrantable, por el que pasan sones, paseos, puyas, cumbias, paseboles, merengues y gaitas. Tierna poesía silvestre en la que se describe un panorama gratificante de historias verdaderas, de brisa y sol que avanzan sin aparente impresión de tiempo.
Más adelante regresa al sello con el álbum Bailando Cumbia (Discos Fuentes, 1979), continúa con El Hijo del Pueblo (Discos Fuentes, 1981) y finaliza con Por ahí es que va la cosa (Discos Fuentes, 1982), tres discos que garantizaron más crecimiento en ese territorio colorista parrandero, tres discos en perfecta sintonía con el momento, tres discos que reafirmaron como lo suyo no era una causa perdida.
El resto de su discografía aglutina un sinnúmero de temas con estatus de clásicos y la mirada indiscutible hacia una herencia sonora imperecedera, hacia la revitalización constante del acordeón como instrumento de creación. Grabó para Industrias Fonográficas Discos Tropical, Industria Electrosonora de Colombia Sonolux, Industria Nacional del Sonido, Codiscos Zeida, Fonocaribe, Delujo, Folclor y Producciones Damar, sin plantearse cuestiones de viabilidad económica o resonancia popular.
No hay disco malo, mediocre, ni prescindible en la carrera de Andrés Landero, su empeño coherente y constante por construir un espacio envolvente desde las bases de la tradición cumbiera, consolida un legado extraordinario del que hacen parte piezas maestras memorables en el acervo de la música popular colombiana. Eso explica tanto derroche de sentimiento en la interpretación de un trabajo esplendido llamado a desempolvar su figura e inmortalizar su carrera.
Su voz, curtida entre los amaneceres sanjacinteros y los atardeceres de la hoya del Magdalena, se expresa pletórica y sin rodeos sobre cualquier cumbión ejecutado a la perfección hasta alcanzar momentos arrebatadoramente embriagadores.
Andrés Landero fue el creador de mucha riqueza autóctona gracias a su integro, irreprochable y acertado acercamiento con la cumbia más ortodoxa. Ha inspirado a toda una generación de creadores que incluso reflejan una visión musical más ecléctica y abierta. Con un sumario melódico como el suyo, se podría comprender en toda su amplitud el magnetismo y el ingenio en la composición rítmica.
Dieciséis años después de su muerte, sigue siendo la cúspide creativa de un séquito de nombres asociados al folclor del trópico, artífice de una de las eclosiones polifónicas que todavía hoy mantiene su latido en perfectas condiciones y, figura destacada e indicada a través de la que se puede valorar, con perspectiva histórica, todo sobre ese sincretismo musical de indígenas y negros esclavos de la Costa Caribe colombiana llamado cumbia.
*El presente texto apareció originalmente en las notas interiores del disco Yo amanecí, una nueva recopilación del legado musical de Andrés Landero, editada en 2016 por el sello español Vampisoul. Muy gentilmente Carlos Mario Mojica autorizó su publicación en la página de la Radio Nacional de Colombia.