Por: Fausto García Calderon
Villa del Rosario, municipio del Norte de Santander es la primera población que recibe a los venezolanos al llegar a Colombia, incluso primero que Cúcuta que está a 13 kilómetros, los primeros que se suman al recorrido extenso que muchos venezolanos hacen para quedarse en el país en busca de oportunidades, o simplemente para transitar por varias semanas y de esta forma pasar a la otra frontera, al sur de país.
Los venezolanos que ya viven en esta tierra fronteriza (incluso los mismos rosarienses), tienen claro que desde allí y camino a Pamplona, existen varios comedores donde quienes emprenden su camino como migrantes garantizan algunas comidas diarias y un lugar de reposo, o como dicen ellos: “para recargar baterías”.
Este es el caso de la Casa de la Divina Providencia, un lote que han ido adecuando para convertirlo en un comedor. A tan solo unas cuadras terminando de pasar el puente Simón Bolívar, ingresando a mano derecha, se encuentra este lugar que nació bajo la iniciativa del Padre José David Caña el 14 de marzo de 2017 y que coordina Jean Carlo Andrade, abogado de la diócesis de Cúcuta. En ese entonces la realidad era distinta, solo era el sacerdote José David y una olla para ofrecer un plato de sopa por persona.
Es una mañana de martes, a menos de una cuadra de la casa de paso, se encuentra una cancha de fútbol, algo polvorienta y con poco césped que, a primera hora del día, con algunos destellos de luz, cambia su dinámica para convertirse en el lugar donde cientos de venezolanos hacen fila casi alrededor de ella para ingresar a la casa y recibir el primer alimento. Sobre las 6:15 a.m., adultos, mayores de edad, otros más jóvenes, mujeres, niños y niñas, esperan con paciencia el llamado para ingresar ordenadamente.
El primero en acercarse a la fila para saludarlos es Jean Carlo, quien coordina la casa; da un recorrido por el sector, camina hasta el puente de la frontera y regresa entre saludos con quienes lo conocen, indicándoles que los espera para desayunar. Al volver, en un par de minutos, los 120 voluntarios que trabajan durante el día en la casa están listos para servir el desayuno. 15 minutos antes la oración, luego la bendición de los alimentos que ofrece el sacerdote José David, él mismo que cambia su sotana para vestir un delantal con la imagen de Jesús y así acompañar cada jornada.
Por día, en la Casa de la Divina Providencia se sirven casi 4 mil platos; cabe destacar que alrededor del patio principal donde están la cocina, baños y algunos comedores, se cumplen otras funciones importantes para la población venezolana que no solo se acerca por un alimento diario, allí también se brinda acompañamiento sicosocial, servicios de salud, asesoría legal y de aseo personal.
Dentro de los dispensarios ubicados dentro de la casa, se atienden casos como desnutrición en niños y niñas y a su vez se da suministro de medicamentos por el equipo médico luego de un examen. Este voluntariado es brindado por médicos, sicólogos, abogados y estilistas.
Sin llegar a la media mañana, recién finaliza la jornada de desayuno, de inmediato el trabajo vuelve y arranca para la preparación del almuerzo, el de hoy: arroz, lenteja, papa y pollo, una comida que alegra y asegura que más de 3 mil venezolanos y algunos colombianos no lleguen a la noche sin la comida del medio día.
Sobre las 11:30 a.m. las largas filas de personas, unas tras otras, ya son conscientes que podrán tener el alimento sin problema alguno, en un comedor digno, un lugar limpio y tranquilo bajo la sombra del fuerte sol que hace en Villa de Rosario en Norte de Santander al medio día. Termina la mañana y antes de que sea la 1:00 p.m. ya se están sirviendo los últimos platos.
En esta oportunidad, cada uno de los que asistieron salen y poco a poco la Casa de la Divina Providencia va quedando vacía, únicamente con los voluntarios y demás trabajadores e integrantes de esta gran labor.
Entre los 120 voluntarios diarios que están mes a mes se refleja la participación de varios sectores, comunidades religiosas como la de la iglesia de Rubio, la Casa de la Misericordia, e incluso a este trabajo de voluntariado se ha sumado una empresa de seguridad de Cúcuta.
Al final, quienes hicieron el trabajo del día en cada una de las áreas de la casa se toman un tiempo para comer; quienes sirvieron a los venezolanos ahora hacen fila para tomar su alimento entre el cansancio y agotamiento. Por último, sonríen fuerte, tanto que se escucha en gran parte de la casa que cuenta con varios espacios al aire libre, reflejando en sus rostros que este es un aporte como dicen ellos “para dignificar la vida de los venezolanos que hoy están pasando alguna dificultad”.