A Gustavo Gómez Ardila la música le debe la creación de los coros universitarios en el país, los novedosos arreglos de la música colombiana en versión coral y la energía contagiosa para investigar sobre lo que se podía hacer con la voz.
Cuentan sus alumnos y admiradores que, hasta el momento, ha sido el director coral más longevo del país, porque a sus 82 años aún recorría escenarios y vibraba con la música vocal.
Su legado se traduce en frases que pasaron a la academia como: “La voz es el único instrumento que tiene alma”. Y su historia empezó en Santander.
La vida y su huella
Corría el año de 1913 cuando en la familia Gómez Ardila nacía el hijo número 12 de una pareja campesina dedicada al trabajo de la tierra, en una zona árida, de clima frío y a unas cuatro horas de Bucaramanga.
Lejos del ruido y del bullicio, en sus años de infancia el maestro pudo escuchar su voz y percibir en ella un color singular, un no sé qué, en no sé dónde en sus cuerdas vocales. Así pasaron atardeceres en los que, a falta de juguetes, Gómez Ardila exploró con su voz y encontró en ella un interrogante.
Una pregunta corta para respuestas profundas: ¿qué era la voz? Un medio para hacer música; un talento para ser artista o un tesoro por descubrir. Y fue en su paso por los colegios de tradición religiosa en Zapatoca, donde felizmente consiguió lo que buscaba. Encontrarse con su vocación y el encanto indescifrable de la voz.
No era fácil pensar en la música para su época, tal como le contó al maestro en musicología latinoamericana, Rafael Suescún Mariño en su tesis, Edición crítica de la obra coral del maestro. “Fui huérfano de padre, quien murió cuando yo tenía siete años. Mi madre me hacía cuarto porque mi hermano mayor, quien era mi padrino, odiaba que yo fuera músico; no lo quería de ninguna manera, y había un señor que daba clases de piano en San Vicente y mi mamá me daba los centavos para ir hasta allí”.
En aquellas escapadas conoció a don Pedro Landazábal, su primer maestro de música y su manager de tiempo completo. Recorrieron juntos varios municipios de Santander para acompañar los cantos religiosos de las iglesias católicas. Viajes que fueron la aventura jamás soñada y la píldora perfecta para su curiosidad.
Se quedó por un tiempo en San Vicente para dejar su nombre en la primera página de la historia coral de ese municipio, pues cuando apenas surgían los distinguidos eventos sociales con actos protocolarios, fundó el primer grupo musical de aquel lugar, y con él, su primera composición en 1934. Eran las notas de ‘Rayito de Luna’, para darle la pomposa bienvenida al gobernador de ese entonces, Pedro Alejandro Gómez.
Justo en ese momento inició una carrera apasionante, creadora e inolvidable para el país y el departamento. El maestro Gustavo Gómez Ardila se inventó y des- inventó, nombres, títulos, técnicas y todo lo nuevo en el mundo coral, para encontrarle cada vez un sentido más artístico y universal a la voz.
Cuenta para la misma revista que: “Me hice amigo de Garzón y de Collazos, y con ellos ingresamos al coro del Conservatorio que dirigía el maestro italiano Alfredo Squarcetta. Él me nombró profesor del Conservatorio. Todo lo que sé de la belleza de la música y de la música misma se lo debo a mi gran amigo y maestro Squarcetta”.
Pero en 1964 la vida le dio una oportunidad de oro: el rector de la Universidad Industrial de Santander había escuchado sobre él y lo buscó para que hiciera parte de la conformación y dirección del coro del alma mater. La hazaña fue tal, que se trató del inicio del movimiento coral universitario en el país. Un sonido que fluía desde Bucaramanga con una fuerza poderosa, por el ingenio de un joven campesino enamorado de la música.
Idanis Rueda, corista, cantante y compositora fue una de sus alumnas y recuerda de sus tantas habilidades una en particular. “Fue un hombre bueno que se convirtió también en un director y pianista excepcional. Se inventó las bases de lo que es hoy el coro universitario porque hizo algo muy novedoso. Algo que nadie se había inventado, que fue introducir la música tradicional colombiana a una versión coral”.
Las partituras de pasillos, bambucos, cumbias y porros llegaron hasta las voces más sofisticadas del país, gracias a una idea inédita, a un momento revelador en su carrera. Acercó las letras de los éxitos de la música colombiana a los proyectos corales de las universidades del país.
Entonces pasó lo in- imaginado, el coro UIS fue seleccionado en 1974 como uno de los tres mejores coros universitarios de Latinoamérica y participó en el Lincoln Center for the Performing Arts, en el encuentro mundial de coros universitarios en Nueva York.
Nuestro folclor andino, caribeño e indígena empezó a escucharse en los museos, teatros y salones más importantes del planeta, como lo cuenta Verónica Chaín, directora de la Corporación Artística Gustavo Gómez Ardila. “El maestro fue un músico prolífico que nos hizo soñar, es que nos movía las fibras, nos acercó al mundo coral, nos metió en el corazón una pasión por los grupos corales”.
Fue para esos años que se convirtió en arreglista, al llevar a los grupos corales canciones hechas exclusivamente para solistas y al ponerles un tono multicolor. En su haber también coleccionó composiciones sensibles y colombianísimas como ‘Aires de mi Tierra’ y ‘Ni más ni menos’.
Muchas voces nacieron desde el oriente colombiano porque según Idanis Rueda, el maestro cazaba talentos de manera natural, “él me buscó a mí cuando yo tenía nueve años en Zapatoca. Me metió en todos los coros, en la iglesia, me ponía a cantar en todas partes. Yo le debo mucho a él, y sé que el legado musical que tenemos allí y nuestra tradición coral, son obra suya, más que cualquier otra cosa”.
El maestro falleció el 23 de mayo de 2006, y en su memoria se organiza cada año el Festival Internacional Coral de Santander, apoyado por el Ministerio de Cultura, que ya va en la versión número 16. Un evento que se cumple del 3 al 6 de noviembre en todos los teatros de la ciudad y que cuenta con conciertos de extensión en parques al aire libre.