Los Toscos: “un Estralandia sin instrucciones”
Por: Luis Daniel Vega
Luego de varios años en remojo, por fin aparece una muestra de la música que la cantante colombo-brasilera Ava Rocha y Los Toscos grabaron en 2016. Se trata del sencillo ‘Caminando sobre huesos’ / ‘Lloraré llorarás’, editado por Names You Can Trust, sello apostado en Nueva York, que tiene en su catálogo una variopinta oferta de sonidos tropicales colombianos que van desde Abelardó Carbonó y Frente Cumbiero hasta Nelda Piña y la Boa Romperayo y Meridan Brothers.
Surgido al interior de Matik Matik en Bogotá, Los Toscos es una cooperativa de creación sonora que basa su trabajo en intercambios de conocimiento asentados en la amistad y la camaradería. Así, desmarcados de la perversa lógica tecnócrata de nuestros días, han imaginado y materializado colaboraciones asombrosas con leyendas del jazz, la cumbia sabanera y nombres emblemáticos de la nueva canción en Latinoamérica.
A propósito de su sencillo con Ava Rocha, hablamos con Benjamin Calais y Santiago Botero, dos de los miembros fundadores del colectivo. Ellos nos contaron algunas historias detrás de un proyecto entusiasta que Kike Mendoza, el tercer vértice de este triángulo, define como “un estralandia sin instrucciones”.
¿Quiénes son Los Toscos?
SB: Somos Kike Mendoza, Benjamin Calais y yo, Santiago Botero. Kike toca la guitarra, compone, hace arreglos, se mece la barba, hace chistes y poemas y, en general, nos provee de los insumos creativos. Por su parte, Ben produce, hace logística, concibe la arquitectura del sonido, prepara comidas sabrosas y maneja diestramente el Excel. Yo toco contrabajo, bajo eléctrico, compongo, jodo, meto la cucharada y, cada vez que puedo, me encanta ir al aeropuerto a recoger a los invitados.
Toscos son todas las personas que aparecen en los discos y otros con los que hemos hecho conciertos como el caso del maestro gaitero Freddys Arrieta, con quien hicimos un concierto de gaita free.
¿En qué circunstancias nace el proyecto?
SB: Oficialmente nace después de haber realizado una residencia con Tony Malaby. En ese momento imaginamos cómo podría ser. Tomó forma cuando hicimos la colaboración con Carmelo Torres. De manera no oficial, nace un día al frente de Matik Matik cuando Ben y Kike hablaban de invitar a un músico para unos talleres. En ese momento yo salía a tomar aire y, a mansalva, me preguntaron que si me sumaba a la idea de traer a Tony Malaby.
Yo dije: “De una, sin mente”. En medio de la conversa fue Ben quien propuso que el asunto trascendiera lo musical; es decir, más allá del ensayo y la cátedra todo fluiría mejor si había comida, cháchara y paseo. Pensando en meterle algo de ese sonido tan particular del jazz bogotano, le dijimos a Jorge Sepúlveda y a Juan David Castaño. Allí fue que vislumbramos Los Toscos como una especie de colectivo o plataforma de colaboración, cuyo formato varía según las circunstancias.
BC: Los Toscos nacen por las ganas de trabajar con un “putas” del jazz y de bajarle al complejo de inferioridad; básicamente, mandarse de frente contra el muro. Así, soñando un día en el andén de Matik, nos preguntamos: ¿cuál es el músico que nos trasnocha con quien nos gustaría trabajar? Kike Mendoza propuso a Tony Malaby. Y fue así de simple: lo contactamos, aceptó y al poco tiempo estaba él en Bogotá.
¿Cómo es el proceso creativo y de gestión?
SB: Es bastante relajado. Primero conjeturamos con quien nos gustaría tocar o qué tipo de colaboración nos imaginamos. Hay muchas en el tintero: desde free jazz y cumbia villera hasta spoken word y baladas pop con sabor ochentero. Empezamos por no cerrarnos a las diversas posibilidades musicales. Ya una vez, de frente con los personajes, el proceso es bien distinto e impredecible. Mientras unos optan por componer, otros jalan más por la improvisación. Es un laboratorio de pruebas.
En cuanto a la gestión administrativa, es un esfuerzo comunal entre Ben, Kike y yo, aunque unas veces hemos contado con el apoyo del Centro de Gestión Cultural de la Javeriana, la Facultad de Artes de la misma universidad y la Universidad de los Andes. No se puede decir que sea un proyecto independiente; yo prefiero utilizar la palabra “interdependencia”, pues además del capital que nosotros aportamos contamos con Matik Matik como centro de operaciones, la generosidad y el entusiasmo de los músicos, además de un montón de personas que nos han ayudado desinteresadamente: María Valencia de La Distritofónica, Ricardo Arias de la Universidad de los Andes, Pedro Moreno en Austin (Texas), Edson Velandia, Lucía Ibañez y Urián Sarmiento de Sonidos Enraizados, Santiago Gardeazábal de Nova et Vetera, el bajista Ingebrigt Haker Flaten, Eric Banta del sello neoyorquino Names You Can Trust, Fabio Mendoza, Ricardo Gallo, Sam Farley en Medellín. En la trastienda, ellos también son Toscos.
BC: Lo primero es contactar al músico, mostrarle las condiciones de trabajo y esperar a que acepte. Después de esto imaginamos un formato compuesto por músicos de la escena local. La idea detrás del encuentro es ponernos al mismo nivel del invitado por más laureles que tenga sobre su cabeza. En otras palabras, compartir en pie de igualdad y aprender mutuamente. De allí nace música original, improvisaciones, talleres y concluye con la grabación de un disco.
La gestión a nivel financiero es una inversión de base realizada por nosotros y que intentamos recuperar con los conciertos, los talleres que hacemos con el invitado, y a mediano plazo, con la venta de las grabaciones.
Hablemos de los proyectos. El primero de ellos fue con el saxofonista Tony Malaby, un referente del jazz contemporáneo. ¿Cómo fue la experiencia de trabajar con él?
SB: Además de ser una lumbrera del jazz actual, es un maestro poderoso. Antes de conocerlo personalmente, solo sabíamos de él a través de sus discos, sobre todo de aquellos que había grabado con Eivind Opsvik y el trío con William Parker. Pero, la verdad, no lo teníamos muy referenciado. Cuando yo vivía en Ámsterdam lo vi tocar varias veces. Ante la posibilidad de trabajar con alguien así nos preguntamos: ¿por qué no? Trabajar con él fue increíble.
Confieso que al principio tenía cierto recelo, pues me imaginaba a un señor mal encarado y con ínfulas paternalistas. Todo cambió apenas nos conocimos en el aeropuerto. Allí estaba un tipo abierto y curioso que, luego, en los ensayos nos exigió y respetó profundamente. Una elegancia. A mí, sinceramente, me revolcó la cabeza: es la persona que más me ha enseñado de la música en relación a la vida. Y bueno, además de eso, es un tipo despreocupado y hedonista, apasionado por el jazz, la cerveza y las comilonas. Sellamos nuestra amistad cuando nos fuimos a pasar una tarde en las termales de Machetá. Las veces que ha vuelto, siempre intentamos ir de nuevo a esas aguas calientes; como si se tratara de un ritual.
BC: En ese tiempo, ha de ser 2013 o 2014, era el músico que más nos inspiraba. Provenía de una escena musical parecida a la nuestra. Yo creo que por eso todo fluyó de una manera muy natural en la manera de trabajar y divertirnos. Lo invitamos a quedarse en un cuarto de Matik con su esposa: comimos, nos emborrachamos, parchamos, nos sentamos a ver los buses pasar desde la puerta de Matik.
Grabaron en 2014 un disco llamado Kaliman. Después de seis años, ¿cómo lo recuerdan?
SB: Recuerdo que yo estaba muy nervioso y se sentía un ambiente vertiginoso. Tan solo habíamos hecho un ensayo y un concierto en los que logramos darle forma tanto a las ideas de Tony como a las de nosotros. Nos exigió mucho técnicamente, nos puso a camellar duro. Kike y yo compusimos y arreglamos tres piezas para ese disco y el resto fueron improvisaciones libres a partir de lo que habíamos trabajado previamente. Mi favorita de Kaliman es ‘Dolores’, un tema original de Kike.
BC: ¡Suena muy bien!
Luego vino una colaboración con Carmelo Torres, una leyenda viva de la cumbia sabanera, ¿cómo fue esa historia?
SB: Es larga y muy bonita. Todo empieza en Buenos Aires durante una gira de Redil Cuarteto por allá en 2013. Íbamos en el carro con Urián Sarmiento hablando de cumbia, de Andrés Landero y, por allí derecho, de Carmelo Torres. Le pregunté si aún le quedaban copias de Amanezco bailando, un disco que Urián le había ayudado a producir a Carmelo. Creo que me vendió el último ejemplar de esa primera edición de la grabación.
Entre las mil jodas que hablamos, mencionó que Carmelo iba a Bogotá a dar un concierto en la Gilberto Alzate Avendaño. También dijo que se le habían caído unas fechas y preguntó si a mí se me ocurría algo para llenar los huecos. Yo no lo dudé ni un instante. Al llegar a Bogotá convoqué al Ombligo, una banda con la que interpreto música inspirada y basada en la tradición de Landero.
Hicimos un primer concierto con Carmelo en el acordeón, Marco Fajardo en el clarinete, Kike Mendoza en la guitarra, Pedro Ojeda en los timbales y Mario Galeano en la guacharaca. No fue mucha gente, pero estuvo increíble. Eso fue un viernes. Al otro día nos aventamos a hacer otro y llegó mucho público. Justo antes de tocar surgió la idea de replicar lo que habíamos hecho con Malaby, pero, esta vez, con Carmelo.
Durante 6 o 7 meses la idea quedó en veremos hasta que mi amiga Mange Valencia me copió la idea de poner a tocar a Carmelo y Los Toscos junto al Frente Cumbiero cerrando el Festival Distritofónico del 2014. Esa fecha en Latino Power fue una verdadera locura: ¡cientos de personas se quedaron por fuera! Al día siguiente, con la emoción a flor de piel, nos fuimos para Audiovisión sin saber muy bien qué era lo que queríamos hacer. Como por arte de magia grabamos las siete canciones que componen el disco, incluida la pista base de ‘La antropología’, a la que Edson Velandia luego le puso una letra irónica y genial.
Luego viene una figura cimera, venerable, casi mítica en el jazz, el saxofonista Peter Brötzmann: ¿cómo fue trabajar con él?
SB: Uffff, Brötzmann, esa fue una vaca loca en la que nos metimos gracias a la complicidad de Ricardo Arias, quien intercedió para que la Universidad de los Andes nos patrocinara la locura. Ellos pusieron el billete y Ricardo se encargó de la logística y la gestión de unos talleres. Por su parte, Los Toscos hicimos el resto: conseguimos un lugar muy bonito para que durmiera cómodo, vendimos sus discos, organizamos un toque en Matik Matik y nos dimos la maña de hacernos, a última hora, de una bala de oxígeno, pues, por la altura y su edad, el man se nos iba pachequeando.
Al final no pasó nada. El hombre se paró en la tarima y, como si nada, se mandó un concierto solista de saxofón durante cincuenta minutos. Eso fue realmente inolvidable: un gigante de la música vino y dejó su huella.
Peter es otro tipazo. Contrario a Tony no le gusta salir de paseo ni a comer; prefiere visitar museos, hablar de arte contemporáneo, leer libros, tomar café y reflexionar acerca de la actualidad del jazz. Su postura musical es muy honesta y sencilla: más allá de las arandelas (que si improvisación libre, que si música experimental) su oficio es hacer jazz sin las ataduras de las categorías.
Con Peter ya en Bogotá nos preguntamos: ¿y por qué no grabamos un disco? Así fue. A él le gusta tocar, conocer músicos, compartir sensibilidades. Fue intimidante su seguridad. En la parte de atrás de la cabeza había una vocecita haciendo ruido, diciéndole que el tipo que uno tiene al frente es historia viva de la música… ¡y pues, aja, es Brötzmann! Invitamos a Ricardo Arias, a Urián Sarmiento y a Mauricio Ramírez. Como dato curioso, el man detesta las flautas, pero al escuchar a Urián soplando la gaita, recuerdo que dijo: “esa si me gusta”. Terminaron haciendo un dueto juntos.
Aquella sesión fue editada el año pasado en un disco doble. ¿Cuál es la historia detrás de esa grabación titulada bellamente La vigilia de las flores?
SB: En la celebración de los diez años de Matik Matik, Tony Malaby vino de nuevo a Bogotá. Uno de esos dementes fines de semana del mes de marzo de 2018, habíamos reservado un estudio para grabar con él un segundo disco. Tiene toda la energía de esa celebración que, repito, fue alocada e insólita. Repetimos formación e invitamos al trombonista Johannes Lauer y al bajista de Child Abuse, Tim Dahl. A mí me gusta como quedó un tema que se llama ‘El trasnocho’. Es una suerte de chirimía chocoana a ritmo de levanta polvo jazzero. ¡El solo de Tony es impresionante!
Tanto las grabaciones con Malaby y Brötzmann quedaron archivadas hasta que en otro arranque de locura decidimos editarlas en un disco doble cuyo título surge de una conversa con Kike. Estábamos buscando cómo nombrar los temas de Peter que son improvisaciones sin nombre, y se nos ocurrió que sería bonito bautizarlas como algunas flores. Así que el lado florido es el de Brötzmann, mientras el de la vigilia le corresponde a Tony.
Aunque el clima es obscuro e introspectivo, Fabio Mendoza tradujo la atmósfera del disco a una portada serena, colorida y literal con el nombre que, por contraste, complementa la atmósfera sonora que es bastante perturbadora. Asimismo, fue un hermoso esfuerzo mancomunado de producción junto a sellos como In-Correcto y Epistrophy Arts de Pedro Moreno, nuestro amigo en Austin.
Finalmente, está la colaboración con Ava Rocha y el Negro Leo. ¿Qué sucedió con ellos dos en Bogotá?
BC: Descubrí a Ava Rocha gracias a Eblis Álvarez, quien publicó en alguna red social la foto de un disco de ella. Me llamó la atención, lo busqué, me encantó y decidí que sería una buena idea hacer un disco. La invitamos y vino con su esposo, el Negro Leo, y su hija. La residencia empezó en octubre de 2016. Comimos, hablamos, fumamos, compartimos muchos discos.
Luego organizamos un espacio de creación. Empezamos con sesiones de improvisación para ver que salía espontáneamente. De allí salieron buenas cosas que luego grabamos con los aparatos rudimentarios de Matil Matik. Invitamos a Camilo Bartelsman en la batería, también se sumó Edson Velandia y conocimos a un gran músico y cómplice: el percusionista brasileño Thomas Harres. Salieron muchas cosas, pero hasta ahora solo hemos lanzado dos canciones. El resto del material no sabemos cuándo ni cómo saldrá. Ya vendrá su momento.
¿Qué nos pueden contar del sencillo ‘Caminando sobre huesos’ / ‘Lloraré llorarás’?
SB: En plena firma de los acuerdos de paz, Ava tenía en mente una letra que aludía a las víctimas de la violencia en Latinoamérica. También tenía una melodía en el sintetizador a la que le fuimos dando forma con Kike. Se fue armando lentamente. Camilo se inventó unas percusiones etéreas y Andrés Gualdrón aportó unos sintetizadores en la onda de su proyecto Magallanes.
‘Caminando sobre huesos’ tiene una nostalgia evidente, entre vallenato y bolero, a diferencia de ‘Lloraré llorarás’ que es alegre y frenética gracias al dueto de percusión entre Camilo y Thomas Harres, quien, además, le sacó una serie de sonidos endiablados a un balde que había en Matik. Ambas canciones fueron editadas por Names You Can Trust, un sello que anteriormente nos había patrocinado un sencillo con Carmelo.
Esa música grabada hace unos años se ha demorado en salir por mil y una razones; sin embargo, creemos que a veces la distancia con los proyectos ayuda a que maduren con calma. Al igual que la Vigila de las flores es algo que teníamos atorado. Poco a poco verá la luz.