Sucedieron asuntos extraordinarios en 1993. Veintitantos años después el vago recuerdo de esos días se me revela lleno de atroces contrastes. Las sensaciones que logro retener van y vienen entre la zozobra, el terror, la felicidad, la euforia patriotera y el desconcierto. Y no era para menos si tenemos en cuenta algunos acontecimientos: el Bloque de Búsqueda dio de baja a Pablo Escobar; decretaron el fin del racionamiento de energía; el onceno colombiano le ajusto cinco hermosos goles a su similar argentino en el Monumental de Núñez y se estrenó La Estrategia del Caracol.
La banda sonora de esta trama enrevesada fue ambigua y determinante: Barbarie y sangre en memoria de Cristo (Masacre), Las nuevas aventuras de… (La Pestilencia), Título de amor (Diomedes Díaz y Juancho Rois), Cuarto acto (Estados Alterados), La candela viva (Totó La Momposina), Una canción (Poligamia), Háblame de horror (1280 Almas), Clásicos de la Provincia (Carlos Vives) Con el corazón en la mano (Aterciopelados), Niño gigante (Ekhymosis) y la recopilación Nuestro rock. Esta última la evoco con especial cariño pues allí estaba incluida Contra la pared, una feroz canción de La Derecha que me acompañó en la soledad de bailes y cigarros prematuros.
Hijo de un pastor evangélico y una cantante lírica, Mario Duarte nació en Barranquilla. Aterrizó en Bogotá a principios de los noventa cuando tenía diecinueve años. Luego de un concierto de Mano Negra en el Festival Iberoamericano de Teatro tomó la decisión de armar una banda. El sonido que buscaba era mestizo: rock con salsa, punk con bolero, reggae con funk. Junto a sus hermanos Josué y Verner conformaron La Rata Poética, una efímera agrupación que se desintegró luego de un accidentado concierto en la Universidad Nacional donde, a propósito, Mario estudiaba Literatura y Josué hacía piruetas con los tambores del Conservatorio.
Verner se fue y llegaron un par de músicos de alto octanaje. Se trataba de Francisco Nieto, guitarrista de La Pestilencia y Juan Carlos “Chato” Rivas, quien por esas fechas venía de tocar el bajo con Distrito Especial. A ellos se sumó un viejo amigo de Mario, Carlo Olarte “Panelo”, un percusionista curtido en las filas de Bajo Tierra y Aterciopelados. Así, a mediados de 1992, estuvo lista la primera formación oficial de La Derecha que se mantuvo intacta hasta la muerte de “Panelo” en 1996.
Luego del éxito sorpresivo de “Mujer gala”, el rock subterráneo de Bogotá logró figuración en medios que jamás le habrían apostado a una música que era cruda, escéptica y nihilista. El eco de lo que estaba sucediendo llegó a oídos del mexicano Humberto Calderón, quien en 1992 había fundado Culebra, una disidencia alternativa del gigante discográfico BMG. El ya legendario catálogo de Culebra –que incluyó, entre otros, a bandas mexicanas como Cuca, La Castañeda, La Lupita, Botellita de Jerez, Tijuana No y Santa Sabina- fijó sus intereses en Colombia. La llegada del sello a las tierras del Zipa fue Con el corazón en la mano, estreno aterciopelado que jalonó dos discos editados hace veinticinco años: Aquí vamos otra vez, el segundo trabajo de 1280 Almas y el debut homónimo de La Derecha. Aunque el ímpetu de Culebra en el país fue breve, dejó para la posteridad en 1995 un batazo continental: El Dorado de los Aterciopelados.
Además del apoyo mediático de la discográfica mexicana, el disco fue posible gracias a una beca otorgada a la banda por el Instituto Colombiano de Cultura. Contó con el concepto gráfico de Susana Carrié y Diego Amaral, la asistencia editorial de Mario Jursich Durán y la ingeniería de sonido de Antonio Castillo y Luis Miguel Olivar, que lo registraron en Estudio Master de Bogotá. La producción y la mezcla corrieron por cuenta de Richard Blair a quien habían conocido años atrás cuando el inglés hacía el sonido en vivo de un concierto de Totó La Momposina.
En la recta final del gobierno de César Gaviria Trujillo aparece este documento que gravita entre el optimismo y la desconfianza. La ambivalencia es apenas natural si tenemos en cuenta que fue creado mientras tronaban bombazos en la ciudad y se afianzaba un nuevo camino a través de la Asamblea Nacional Constituyente. Más allá del retrato descarnado, acá hay humor y cierto gesto cínico necesario para asimilar la tragicomedia nacional. Esto queda en evidencia con “Laguna azul”, “Lola” “Sin catalogar”, “Tras de ti” y, sobretodo, “¡Ay qué dolor!”, canción que sintetiza el espíritu del disco: el que parece a primera oída un simple lamento amoroso es también una diatriba de Duarte frente a nuestros más profundos complejos tercermundistas. Hit indiscutible del undergrondbogotano de los noventa, esta “descarga de amor” inicia con un piano salsero, se desarrolla en clave funk y culmina con un riff punketo que desató entre los adolescentes capitalinos algunos de los pogos más agrestes y felices.
El disco debut de La Derecha cumple veinticinco años y ya es un clásico indiscutible de nuestro rock. Les invitamos a celebrar este aniversario el sábado 22 de junio a las 6p.m. en Los Vinilos de la Radio Nacional.