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Recordando el parador ‘Papi quiero piña’, un punto de encuentro en Santander

Sonoro, curioso y más preciso que un GPS, el nombre de ‘Papi quiero piña’ es hoy un grato recuerdo en la memoria de los santandereanos.
Qué es ‘Papi quiero piña’ y dónde queda | Turismo en Santander
Foto: Bucaramanga.com
Carlos Buitrago

Este 2023 se cumplirían 50 años de existencia de ‘Papi quiero piña’ un parador entre Floridablanca y Piedecuesta que se convirtió en punto de referencia para todos los santandereanos, ayudó a sacar adelante una familia de once hijos y en medio de promesas incumplidas, dejó al abandono a sus dueños.

Sonoro, curioso y más preciso que un GPS, el nombre de ‘Papi quiero piña’ no es más que un grato recuerdo en la memoria de los santandereanos. Un punto de referencia que durante 45 años de existencia sirvió para los viajeros que tenían como punto de partida o destino Bucaramanga.

“Nos vemos en ‘Papi quiero piña’ y de ahí salimos”, decían las familias cuando armaban paseo hacia el sur del departamento. “Bájese en ‘Papi quiero piña’ y ahí lo recojo”, le indicaban al viajero para que supiera en dónde pedir la parada a tiempo antes de que el bus lo llevara hasta el terminal de transportes.

Tan popular se convirtió este punto, que los conductores de bus paraban por inercia en este lugar para dejar o recoger pasajeros. Era casi una extensión del terminal de transportes de la ciudad. Hasta 2018, cuando desapareció el punto físico, pero siguió existiendo en el imaginario de todos los santandereanos.

Ese año, con el propósito de modernizar la infraestructura de la autopista de Floridablanca, la alcaldía de entonces presentó un proyecto en el que esa caseta hecha de hojalata y sombrillas multicolor no tenía cabida, e interrumpía los intereses del nuevo intercambiador vial. De acuerdo con las imágenes que mostraba la administración en los respectivos renders audiovisuales, la construcción sería una obra maestra de ingeniería.


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Deslumbrado porque le habían prometido que su caseta también sería modernizada junto con la obra, don Gustavo Pinilla Díaz, el fundador de este sitio, no opuso resistencia. Lo único que pedía era una reubicación mientras se adelantaban las obras civiles, y posteriormente, un nuevo punto en el cual acomodar su tienda, y sus piñas.

El intercambiador se amplió, no como lo prometían los planos, pero la obra se hizo. Sin embargo, el espacio del nuevo ‘Papi quiero piña’ nunca se le entregó a don Gustavo. Ni siquiera se construyó.

Con gran pesar para su familia y miles de personas que lo conocieron personalmente, el pasado 19 de enero de 2021 don Gustavo falleció. El encierro de la pandemia y algunas complicaciones de salud lo superaron. Ante los medios de comunicación que entrevistaron a sus hijos, algunos llegaron a decir que esos casi tres años sin su ‘Papi quiero piña’ le generaron una depresión de la cual nunca pudo salir.

“Eso se quedó en veremos, porque la caseta de él se la iban a instalar en el nuevo terminalito”, dijo a Radio Nacional de Colombia Arturo Peñaloza, periodista que en dos oportunidades lo visitó para contar su historia.

Ese terminalito al que se refiere Peñaloza era una parte de lo que sería la obra del intercambiador vial, en la cual se adecuaría un espacio para que los buses siguieran parando. Sin embargo, cinco años después aún no existe. Como tampoco una caseta que reemplace la anterior. En su lugar, tan solo hay una ampliación del carril a lado y lado de la autopista en el que taxistas y conductores de transporte informal se siguen parqueando a la espera de que la inercia de 45 años de historia les siga trayendo uno que otro pasajero.

Y aunque ‘Papi quiero piña’ sigue siendo tan exacto como una dirección con nomenclatura, estar debajo de una mole de cemento gris sin alma ni gracia hizo que perdiera su esencia, la misma esencia familiar que le impregnó don Gustavo Pinilla Díaz durante casi cinco décadas, atendiendo de manera ininterrumpida a sus clientes.


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¿Cuál es el origen de su singular nombre?

Oriundo de San Vicente de Chucurí, un municipio considerado despensa agrícola de Santander; trabajador en Lebrija, el municipio piñero de Colombia, en 1973, Gustavo Pinilla Díaz hizo caso y montó una mesa, le acomodó una sombrilla y puso varias piñas para su venta. Como si estuviera predestinado, dos personas fueron fundamentales para que el negocio se hiciera realidad.

Por un lado, Enrique Cepeda, un productor de piña con quien Gustavo trabajaba en Lebrija por esos años. Y por otro, Gerardo Díaz, amigo de infancia de Gustavo y dueño de la Ferretería Aldía. El primero le dio la idea, y el segundo le ayudó con dos cosas: herramientas e insumos para montar la caseta, y aún más importante: el nombre del negocio.

No fue necesario un comité ejecutivo para tal fin. Fue suficiente acomodar la frase que escuchaba de sus hijos cada vez que pasaba por ese sector y veían el producto principal. “¡Pare papá, queremos piña!”, le decían los niños a Gerardo Díaz, señalando fruta, dulce cual manjar para comer en tajadas y un poco de sal, para no pelarse los labios.

“De ahí viene el nombre ‘Pare papi, quiero piña’”, le contaría don Gustavo Pinilla hace cinco años a Arturo Peñaloza, el periodista.

Y de ese mismo negocio que comenzó como venta de piñas, y con el tiempo se convirtió en una caseta de comidas, luego en parador de buses, y hasta en guardador de recados para viajeros, don Gustavo fue capaz de sacar adelante a sus once hijos, 36 nietos y 23 bisnietos. Se convirtió en punto de referencia a tal punto que su esposa Mariela Orejarena de Pinilla es una de las más orgullosas cuando habla ante los micrófonos.

“Nadie puede decir que no sabe dónde queda ‘Papi quiero piña’”, asegura. Y para darle más fuerza a su idea, alza un poco más la voz.

“Todo el mundo sabe dónde queda y qué es ‘Papi quiero piña’”.

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