En San Vicente y Carmen de Chucurí, ambos municipios santandereanos, dieron apertura a la Casa de Memoria Histórica para contar cómo los campesinos y habitantes vivieron con la guerra desde 1948.
Corría el año 1989 cuando hallaron en San Vicente de Chucurí, municipio santandereano enclavado en el Magdalena Medio, una formación que creó la naturaleza, pero que el hombre la convirtió en la que sería una fosa común de aproximadamente, según lo relata Cinthia Maldonado, historiadora de la Casa de Memoria Histórica de este territorio, “100 metros de profundidad y 70 de diámetro”.
Allí yacían de la manera más grotesca, los restos de muchos de los campesinos que fueron secuestrados o de los que simplemente nadie sabía nada.
Tiempo después de este hallazgo, la población lo denominó ‘Hoyo malo’. Cuenta la historia que incluso habían cadáveres de 1948, época en la que la guerra empezó a tocar la puerta de los chucureños con la llegada de varios frentes de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (Farc), el Ejército de Liberación Nacional (Eln) y paramilitares; que convirtieron el panorama de tranquilidad de este y los municipios cercanos, en uno de terror.
Pues una oleada de asesinados, extorsiones, desplazamientos forzados y siembra de minas antipersonales, acabaron con la vida de civiles y personal de la fuerza pública, hasta hace poco.
“Recuerdo que alguna vez el director de Medicina Legal de este lugar, nos contaba que en una oportunidad cuando se hizo el levantamiento de cadáveres, se había encontrado a una persona que había sido arrojada viva a ‘Hoyo malo’.La guerra acá fue muy triste y aún hay demasiada gente desaparecida”, explica Cinthia Maldonado, historiadora que estuvo detrás del proyecto que reconstruyó la memoria viva y dolorosa de 68 años que marcaron no solo a San Vicente, sino también a Carmen de Chucurí.
Esta casa está ubicada en la hacienda Villa Virginia, en el kilómetro uno. Tiene un candado en forma de corazón, una escultura de dos piernas, (una calza una alpargata y otra una bota militar, ambos son símbolos que rememoran a quienes perdieron todo en el pasado) y un salón que expresa por medio de diferentes piezas audiovisuales, lo que vivieron allí.
Sin embargo, “hoy ambos municipios gozan de una paz que era necesaria. Esta es una deuda que se tiene con el país, con el futuro y sobretodo con las víctimas. Por eso inauguramos la Casa de Memoria Histórica”, puntualiza Maldonado, quien durante una investigación que duró seis meses, en la que con un seguimiento de medios exhaustivo, tanto regionales, como nacionales y estadísticas oficiales, dio con la historia de la historia.
Este recinto está ubicado a tres minutos del pueblo que es conocido por ser la capital cacaotera de Santander: San Vicente de Chucurí, pero que en el pasado estuvo contaminado con minas antipersonal, las cuales a la fecha, a nivel nacional, han dejado 11.513 víctimas y lo siguen haciendo.
Según el informe del Gobierno ‘Situación Víctimas Minas Antipersonal en Colombia’, en lo corrido del 2017, se han registrado 39 víctimas, en 15 municipios de nueve departamentos”.
Sin embargo, hoy, los santandereanos celebran que San Vicente, fue la primera zona del nororiente colombiano en ser declarada como territorio libre de sospecha de minas antipersonal hace un año.
El teniente coronel Luis Fernando Neiva, comandante de Desminado Humanitario, en Santander, explica lo que en tierras chucureñas se logró:
“Aquí se hizo un trabajo de despeje de 136 mil metros cuadrados. El resultado al final fueron 90 minas ubicadas y destruidas y 12 municiones sin explotar. Algunas áreas estaban próximas al casco urbano… Pero sin duda esto es un trabajo fuerte y valiente de 350 hombres”, afirma Luis Fernando Neiva, mientras mira lo que fue construido por manos de valientes soldados y personal que le dio color blanco a la Casa de Memoria Histórica que, rodeada de verde y oliendo a chocolate, resguarda dolor.
Dentro de sí, este lugar, ‘guarda’, como si fuese un tesoro, 27 fotos, 10 testimonios, una línea de tiempo de todo lo que pasó desde 1948 hasta 2016, con la guerra y las víctimas y por supuesto un mural con 358 nombres de quienes perdieron la vida y ganaron honor, batallando por la paz o por sus familias.
Sin embargo, quienes sobrevivieron a las tristes historias aún creen en que este país puede seguir por un camino mejor.
Una de estas personas es Gloria Ramírez Flórez, quien llegó a esta zona de Santander “por cosas de la violencia en el 2006”, relata.
Ella nació en el Valle del Cauca, fue desplazada de su lugar de origen desde que era una niña. Llegó a vivir al Quindío con su familia y años después se casó, la vida la convirtió en madre y era feliz.
Pero “un grupo que en esa época operaba en el Quindío me mató a mi esposo. Tiempo después me desaparecieron a mi hijo y sentí que había perdido mi rumbo”, relata esta mujer que tiene el cabello negro, que viste de este mismo color, diferenciándose de todas las víctimas que, de blanco, llegaron hasta la Casa de Memoria Histórica inaugurado por el Ejército Nacional el pasado 18 de noviembre.
Gloria Ramírez Flórez dice que vivió muchos más hechos victimizantes, pero no me los menciona porque ya no le gusta hablar de ello. Se le aguan los ojos, se toca las manos y se le entrecorta la voz cuando repite que ya no tiene esperanzas de que su hijo esté vivo.
“Dicen que una madre nunca pierde las esperanzas, pero yo ya llevo 12 años cargando este dolor que cada día se hace más fuerte y ya no creo que vuelva a verlo”, repite. Sin embargo, hay algo que hoy la motiva más que nunca.
La vida da segundas oportunidades
Gloria Ramírez Flórez volvió a ser madre. Su hijo hoy estudia en el Sena. Tiene una nueva familia y es la coordinadora de la Mesa de Participación de Víctimas de San Vicente de Chucurí, desde hace cuatro años.
Sueña con ver en una Colombia feliz, que viva en armonía, con alegría y olvidar que por culpa de una guerra que nunca pidió, perdió muchos de los sueños que se había proyectado.
“Esta Casa de Memoria es para nosotros una ganancia. Para muchos es lejano el proceso de paz, para mí es una gran esperanza porque quiero un país lleno de amor, donde no haya tristeza. Tenemos una Colombia llena de riqueza y qué bueno sería que las personas que están en los montes Dios les toque el corazón y dejen las armas. Lo necesitamos”, explica ella, mientras saluda al general Alberto José Mejía Ferreiro, comandante del Ejército Nacional de Colombia.
Él, con sus ojos verdes, me mira fijamente y me detalla que “este centro es un esfuerzo para que quienes por décadas estuvieron sometidas a la muerte. Aquí perdieron la vida cientos de soldados, docenas de policías. De tal manera que esta región no ha tenido otro camino que el sufrimiento y la victimización. Entonces venir a ver una región en paz, desminada y libre, es motivo de alegría y esperanza”.
Por ahora quienes como Gloria, hacen parte de la lista de víctimas que dejó este conflicto, seguirán a la espera de que el Gobierno cumpla con cada proyecto dedicado a quienes como ella, también tienen sueños y necesitan empezar a cumplirlos. “De nada sirve una casa de la Memoria, si el país y las autoridades no la tienen. No critico los esfuerzos del Estado, pero sí pido por las personas que no tienen nada y necesitan empezar a reivindicarse y redefinirse en la sociedad”, concluye Gloria Ramírez Flórez.